Por Guido Ramos (@julioarguelles_)
“Usted entre a la cancha e invente. Nada más”. Son las palabras con las que El Flaco Menotti solía arengar a su “as de basto” (según lo describió Basile), René Houseman. No hay que cinchar mucho con la imaginación para hacerse la imagen del Loco llegando embalado a los vestuarios, quince minutos antes del comienzo del partido, viniendo de vaya a saber uno dónde, desnudándose, vistiéndose y, sin masajearse ni calentar, entrar a la cancha para “inventar” el fútbol. Ese Fútbol, el que predicó y defendió Menotti.
El domingo pasado se nos fue El Flaco y con él se nos fue un cacho grande de fútbol argentino. ¿Por qué? Veamos: En las notas anteriores de esta serie nos adentramos en un periodo singularmente trágico para la historia del fútbol argentino que sucedió al famoso fracaso de Suecia.
Fue el golpe más duro que recibió el fútbol argentino en su historia y al momento de conectarse lo movió todo, mientras que la identidad, intangible, quedó flotando por la inercia como las gotas de sudor que quedan suspendidas en el aire después de que el guante descargue su potencia en la cabeza del adversario. Nocaut. Se decía que faltaba materia prima, grandes jugadores. Que no quedaban más de los Tucho Méndez, de los Martino, Sarlanga, etc. ¿La realidad? Había, pero no los dejaban ser…

Para el final de la década ya asomaban quienes harían el esfuerzo de nadar a contracorriente y volver para recuperar aquello que el fútbol había dejado atrás. Así es como en el año 1971 Menotti, que venía de dirigir a Newell’s, toma la dirección técnica de Huracán. Allí comienza a gestarse uno de los equipos que se ganaría un huequito eterno en el recuerdo de nuestro fútbol: el Huracán del ’73. Un cuadro que fue sensación ganando el campeonato Metropolitano con una gran campaña.
Pero el título es algo externo, aparte. El Huracán de Menotti trasciende el campeonato ya que ese equipo logró algo más importante que, desde entonces, muy pocos lograron: que la gente se identifique con su juego.
Al igual que el San Lorenzo del ’68, y a diferencia del Racing de José y el Estudiantes de Zubeldía, ese Huracán se nutría de grandes individualidades. En el fondo lo tenía al Coco Basile, que seguía siendo el mismo caudillo desde la época de Racing.
Y arriba se había formado una línea de cinco “forwards”, como se decía antes. De “8” jugaba Miguel Ángel Brindisi, de gran despliegue, elegancia, técnica y con muchísimo gol. De “10” estaba Babington, el exquisito, zurdo, de gran toque, extraordinario jugador.
El wing derecho, aunque con gran libertad, era Houseman, el as del equipo, el crack. No se sabía si era zurdo o derecho, estaba dotado de un manejo extraordinario y de una capacidad creativa por la cual se le admitían comportamientos que a otros no. Un genio. Por izquierda jugaba Larrosa, polifuncional, de gran despliegue y criterio. Y el “9” era Avallay, veloz, de buen pique y generoso.

Estos fueron los hombres que mejor encarnaron el fútbol de Menotti. Mejor incluso que la selección campeona del mundo (en lo que a representar los ideales del Flaco respecta). Fueron una bandera. César Luis Menotti recuperó el carácter lúdico del juego que se había olvidado hacía rato, fundó una nueva era en la historia del seleccionado y defendió como nadie la historia misma del fútbol argentino.
Como prueba queda una extensa lucha que emprendió en los medios defendiendo nuestros nombres y valores, cuando los Pedernera, los Loustau o los Sastre ya no podían defenderse. De aquella pelea rescato algunas reflexiones de Menotti que, creo, vale la pena reproducir una vez más:
“Lo peor que se le puede hacer a Bochini, para negarlo, es quitarle la historia que hicieron Grillo, De La Mata y Sastre, porque Bochini es lo que es gracias a sus gloriosos antecesores. El talento no surge de la nada y por nada. Tiene raíces, fundamentos, emociones.”
“Al negar la historia que hicieron los grandes, con un estilo muy definido, nuestro estilo, se despoja al presente de su principal base de sustentación. Lo deja sin apoyo histórico y a expensas de cualquier cosa. Todo vale a partir de ese momento.”
“La gente tiene el derecho y la obligación de exigir un fútbol mejor, porque lo aprendió con la historia. Lo vio o se lo contaron, que es la forma de transmitirla.”
Y me aferro a esto último. Vale la pena leerlo una vez más, pero esta vez dando dos pasos hacia atrás, viendo el cuadro completo. ¿Dónde está leyendo esta nota? ¿Quién y, más importante aún, por qué la escribió? ¿Una serie de notas, qué sentido tiene?
Bueno, vea. Este fenómeno del cual estamos siendo parte es el de la transmisión de la historia. Historia que se quedó ahí, afuera de la era del exhaustivo registro fílmico al que estamos tan acostumbrados. Historia que siente frío cuando se van personas como Menotti, que la defendieron. Ese es el espíritu de la serie.
¿Tendría sentido seguir esta serie y hablar de, por ejemplo, el Independiente del ’84? Definitivamente no. Justamente por lo último que mencioné, uno puede ver jugar a ese Independiente, su final con Liverpool, Gremio, sus goles en el Metropolitano ’83. No hay necesidad de contar una historia que se puede reproducir. Tenemos que cuidar las que no corren con la misma suerte.

Este artículo pertenece a la serie de notas #LosNuestros, que se publicó durante los últimas semanas en la web de La Pelota Siempre Al 10.
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