Por Guido Ramos (@julioarguelles_)
Década del ’30. Los albores del fútbol profesional argentino. Colectivos, trenes, tranvías y camiones transportaban hinchas a granel desde sus casas hasta la cancha. El hincha modelo ‘37 estaba enfundado en un saco, un pantalón a juego, una camisa adornada por una corbata y llevaba sus sienes escondidas bajo un ‘gacho gris’ o un Rancho1.
Las canchas, salvo un par de excepciones, eran todavía de hierro y tablones. Antes de iniciarse los partidos los altoparlantes, entre simpáticos jingles de época, pasaban la marcha oficial del club local. La hinchada no exhibía tantas banderas como hoy y los estribillos de sus cánticos no atacaban ni agredían a nadie. Un vendedor pasaba ofreciendo la revista Alumni que traía las claves para descifrar, mediante un tablero que estaba en la cancha, lo que acontecía en los distintos partidos.
Pero ¿Qué iban a ver los hinchas? Bueno, el espectáculo de 1937 tenía nombre y apellido: Arsenio Pastor Erico. Erico llenó las tardes de los domingos como antes lo había hecho Bernabé Ferreyra, solo que él los superó a todos. Nació en Asunción y llegó al país jugando para una selección de la Cruz Roja que recaudaba fondos para el ejército guaraní que se encontraba al frente de la guerra del Chaco.
Arsenio fue un verdadero superhéroe para los pibes de aquel entonces porque lograba proezas que parecían imposibles para el hombre común, pero no las lograba con dificultad ni con notorio esfuerzo, sino que en cada acción mostraba una plasticidad, una elegancia y una estética tan propia y reconocible que le valió mil y un apodos por parte de la prensa y los hinchas.
Pero ese bandoneón no tocaba solo. En esa época a los centrodelanteros como Arsenio se les solía llamar ‘piloto’ y todo piloto necesita su nave y Erico tenía la mejor de todo el fútbol nacional: Independiente. A aquel ´cuadro´ del rojo de 1938 y 1939 le corresponde el mérito y el honor de haber sido el primer GRAN equipo del profesionalismo, el primero en entrar en el panteón del fútbol. Porque buenos equipos hubo, pero ninguno llegó a este nivel de juego y de resultados.
Selló para siempre el estilo de juego tradicional de Independiente, que hasta ese entonces no había sido campeón profesional e incluso se dudaba, a 12 años de su último título, que tuviese ‘pasta de campeón’. Pero se fue armando: en 1931 debutó Sastre, en 1934 llegó Erico y en 1937 se trajo a un joven de la Mata desde Rosario.
Los números hablan por sí solos:
- En 1938 jugó 32 partidos, ganó 25, empató 3 y perdió 4 metiendo ¡115 goles! Recibió nada más 37 (valla menos vencida) y cosechó 53 puntos (78 con el sistema de puntos actual).
- En 1939 disputo 2 partidos más y sumó 27 victorias, 2 empates y 5 derrotas, volviendo a ser el equipo más goleador y menos goleado (103 goles a favor y 37 en contra).
Era un cuadro que tenía esa desfachatez, esa displicencia que los hacía entrar a la cancha como sobrando al rival, pero siempre terminaba por doblegarlo… muy a lo Independiente. Años después Juvenal, periodista de El Gráfico y fanático de River dijo «todos los equipos están expuestos a perder, pero hubo dos que me parecieron invulnerables, que de 10 partidos ganaban 9, son Brasil del ’70 e Independiente 1938/39.»
Abajo tenían un arquero bien de época: el Tarzán Bello, el de los dedos de acero, cuando para ocupar el arco había que ´guapear´ frente a las cargas de los rivales. Frente a él una zaga peligrosa, dos que eran malos-malos como “El Vasco” Lecea y Sabino Coletta.
El Vasco jugaba con boina, era el más veterano del plantel con 34 años y estuvo cerca de ir a los JJOO de Ámsterdam como boxeador… todo un cirujano del fútbol. Coletta no se quedaba atrás. Lo distinguía una reconocible vincha blanca. Era un toro, por su porte y por la vehemencia de su accionar ya sea para cabecear, para despejar de chilena o ir al cruce. En todas las fotos aparece en movimiento.
Por los laterales jugaban dos hombres para defender y jugar, estamos hablando de Luis Franzolini por derecha y Celestino Martínez por izquierda. El primero es quizás el menos conocido del plantel, apareció en Independiente en 1935 y defendió los colores hasta 1941, al año siguiente jugó en el ascenso para retirarse a los 30 años. Su vida terminaría trágicamente en 1953 a causa de un accidente vial.
Por el otro costado sabemos un poco más, Celestino tuvo una campaña más extensa en Independiente e integró varias veces la Selección argentina, llegando a ser campeón de América con la celeste y blanca. Para completar lo que en ese entonces se llamaba línea de «halfs» estaba Raúl Leguizamón, un morocho de buen pie que custodiaba el mediocampo y que jugaba sacando joroba, como «acordeonándose» sobre la pelota.
Atacando desde la derecha primero estuvo José Vilariño, rendidor aunque el de menos brillo. En 1939 se sometió a una operación y no volvería a tener continuidad. Ese año llegaría desde Ferro José Maril, una de las figuras de los últimos campeonatos al integrar una delantera de Ferro que había sido una sensación tremenda en 1937 y ’38. Por izquierda jugaba José Zorrilla, rápido, con mucha fuerza en el salto y la pegada.
Empezando desde la mitad de la cancha el Rojo tenía a dos cracks. Uno era Vicente de la Mata, quien saltó a la fama al decidir un desempate frente a Brasil en el Sudamericano 36/37 con dos goles suyos. “Capote” era dueño de una habilidad que se hacía notar incluso en ese fútbol de virtuosos. Medias bajas, figura espigada y un bigote característico identificaban al que sería el gran apilador del fútbol argentino. Quedó en la historia tras marcar un golazo memorable frente a River en el Monumental, dejando en el camino a cinco rivales antes de poner la pelota en el primer palo.
El otro mega crack de Independiente era “El Cuila” Sastre. Al principio de su carrera era un ‘apilador’ como Vicente, pero para 1939 ya había desarrollado toda su condición de jugador total. Se lo describió alguna vez como una dosificada mezcla del Gringo Giusti con Bochini. El Cuila no tenía un gran físico, pero corría los 90 minutos, se multiplicaba y se erigió siempre como el gran estratega de este equipo. También se caracterizó por su polifuncionalidad, fue titular en 6 puestos del equipo y cubrió otros como el de arquero o defensor central. Al nivel de los Maradona o Moreno.
Empezamos y terminamos con Erico. ¡Erico! Si hasta se lo quiso llevar al Mundial ’38 con la Selección de Argentina. Un delantero que se las sabía todas, versátil. Podía ser un rompe-redes como Bernabé, podía ser un oportunista como Artime o podía arrancar de atrás como Pedernera y organizar el juego. Saltaba a cabecear como ninguno (fue el segundo máximo goleador de cabeza de nuestro fútbol) y cuando la llevaba atada, apilando rivales, se deslizaba sobre el césped dotado de una plasticidad comparable solo con la de Baryshnikov.
Sobre Erico lo mejor que se ha escrito vino de la pluma del inigualable Cátulo Castillo2, quien no tuvo más remedio que dedicarle un poema: ¡Ángel alado! Pasará un milenio / Sin que nadie repita tu proeza, / Del pase de taquito o de cabeza, / Tras una multitud gritando: ¡Erico!
1 El ‘Gacho’ y el Rancho eran los dos sombreros más populares en la Argentina de la primera mitad del siglo XX. ‘Gacho’ es una manera de referirse al sombrero tipo fedora o borsalina.
2 Ovidio Cátulo Castillo González pasó a la fama como Cátulo Castillo. Fue uno de los más grandes poetas del tango. Alguna de sus obras más reconocidas son La ultima curda, Silbando o El ultimo café.
Este artículo pertenece a la serie de notas #LosNuestros, que se publicará durante los siguientes martes en la web de La Pelota Siempre Al 10.
- Pa’ que bailen los contrarios
- Invencibles de Avellaneda