Por Guido Ramos (@julioarguelles_)
En las anteriores entregas de esta serie de notas detallamos el funcionamiento y la importancia de muchos de los cuadros más famosos de nuestra rica historia futbolística. Fueron equipos que marcaron a fuego la identidad de cada uno de los clubes y que contribuyeron a un bien mayor, el prestigio del fútbol argentino y mundial.
Ahora bien, tratamos de seguir un ordenamiento cronológico en estas notas porque siempre la historia se debe contar desde el inicio y hacia el final, pero cuando tratamos de seguir con el relato que dejó la última nota (River 1947) nos vemos en la situación en la que no encontramos un equipo que llene los caracteres necesarios para publicar una.
Esto no se debe a que no “haya” grandes equipos en los siguientes años, claro que hubo, pero ninguno tuvo el impacto e importancia suficientes. No hay que olvidar que nos estamos refiriendo a una época posterior a la huelga de 1948 y el éxodo masivo de futbolistas.
Con eso en la cabeza se resolvió publicar una nota que englobe todo ese tramo de la historia que de otra forma quedaría injustamente borrado de la historia por nuestra serie. Así que lo que haremos será ir repasar a los equipos que merecen una mención.
La Academia de Bravo y Méndez
El primero de los notables fue el Racing “de Cereijo”. El equipo de Avellaneda, dirigido por Guillermo Stábile, mezclaba la elegancia, el talento y la calidad de jugadores como Méndez o Bravo con la fuerza y la lucha de Dellacha o Boyé.
Ya lucían su flamante estadio Presidente Perón cuando lograron el primer tricampeonato de la era profesional del fútbol argentino, con la adición del campeonato de 1948 que, según el ministro de hacienda Dr. Ramón Cereijo, les “robó la huelga de futbolistas profesionales”.
Más allá de si ese Racing era “Sportivo Cereijo” o no, o de si tuvo la famosa “cancha inclinada” a su favor, es indudable que fuera un señor equipo. Una verdadera selección del fútbol argentino: De Huracán compró a Salvini, Llamil Simes y al extraordinario Norberto «Tucho» Méndez; De Rosario Central llegó “El Maestro”, Rubén Bravo, un exquisito número 9. Procedente de Ferro, “El Rey Petiso”, Ernesto Gutiérrez, un gran volante; Y en el fondo un “fullback” de Quilmes, el famoso Pedro Dellacha. En 1950 desde Colombia llegó Mario Boyé, “El Atómico”.
Con ellos Racing fue campeón en 1949, 1950 y 1951. Esta última fue tras una apasionante definición frente a Banfield, que tenía sus grandes figuras en el eje medio Eliseo Mouriño y en sus goleadores Gustavo Albella y Nicolás Moreno.
La re-edición de River
Después de aquellas memorables campañas de Racing empezó el dominio de River Plate. Se extendería ampliamente desde 1952 hasta 1957, con la solitaria irrupción de Boca en 1954.
Tenían un equipo genial: el gran Amadeo Carrizo ya brillaba en su condición de arquero-jugador y en el fondo estaba un gran exquisito que sembraba el nerviosismo entre los hinchas rivales y los propios. Se llamaba Alfredo Pérez y le decían “El Gallego”.
Pero la nota de color la dan los de arriba. Estamos hablando de la afamada “Maquinita”. Para traer el juego desde el fondo tenían a Eliseo Prado, una figura espigada que se multiplicaba en la cancha y llegaba hasta el fondo (tanto es así que terminó como goleador de River en 1953).
El otro que bajaba era el wing izquierdo, Félix Loustau, sobreviviente de La Máquina. Más arriba se ubicaban tres extraordinarios delanteros: Santiago Vernazza, un wing goleador famoso por su potente disparo, y la dupla Walter Gómez-Labruna, que levantó las mejores paredes del fútbol argentino.
Walter Gómez venía de Uruguay, era un petisito con un pique corto electrizante y una gambeta en espacios reducidos solo comparable con la de Maradona. Fue un genio. El ya conocido Labruna seguía brillando con luz propia y lo haría hasta el final de su campaña.
Más adelante llegarían varios nombres para renovar las energías. Los más resonantes fueron dos pibes, el Beto Menéndez y Enrique Omar Sívori. Se sumó también una versión mejorada de Pipo Rossi que volvía al país luego del éxodo de 1949.
Escoltas y rompe-hegemonías
En el primero de los campeonatos logrados, el de 1952, el subcampeón fue Racing. Para 1953 otros dos clubes se subieron a la lucha: Independiente con su delantera internacional (Micheli, Cecconato, Lacasia, Grillo y Cruz jugaban juntos en la selección argentina), y Vélez de la mano de Juan José Ferraro.
En 1954 el campeón fue Boca con una defensa férrea: Lombardo marcando la punta derecha, Edwards por la izquierda y Colman en el centro. Cuando tenían la pelota la mandaban “Fuerte, alta y desviada” o se la pasaban a Musimessi para sacarla “más fuerte, más alta y más desviada”.
En el medio seguía estando Pescia con toda su vitalidad y a su lado se ubicaba el señorial Eliseo Mouriño, el mismo del Banfield ’51. Arriba jugaba “Pepino” Borello, un “señor-Gol”. Con ellos y una hinchada romperrécords detrás, Boca rompió con una sequía de 10 años sin campeonar.
El último de sus grandes competidores fue Lanús. Los granates fueron la gran revelación de 1956. Destacándose especialmente lo que se llamaba “la línea media”: Daponte, “El Nene” Guidi y José Nazionale, aunque desde hacía quince años que los mediocampos tenían solo dos integrantes. A ellos se les sumaban otros jugadores de gran categoría como el arquero Álvarez Vega, el back Ángel Beltrán o unos jóvenes Ramos Delgado y Alfredo “El Tanque” Rojas.
Luego del gran éxito de River en 1957, Sívori fue vendido y La Maquinita se desarmó. Al año siguiente el estrepitoso fracaso del Mundial de Suecia dio un golpe psicológico al fútbol argentino. Una etapa terminaba en el fútbol argentino y comenzaba otra, la del obscurantismo. Guillermo Stábile sentenció “La era del fútbol artístico y bonito ha terminado. El futuro pertenece a los equipos duros con facultades físicas superiores.” Sus presagios fueron correctos.
Este artículo pertenece a la serie de notas #LosNuestros, que se publicará durante los siguientes martes en la web de La Pelota Siempre Al 10.