#LosNuestros: Fútbol a 220 V

Quinto capítulo de una serie de notas donde repasamos a algunos de los equipos más icónicos de la historia del fútbol argentino.

Por Guido Ramos (@julioarguelles_)

La temporada de 1947 fue una del más extraordinarias en la historia del fútbol argentino. Los candidatos desde un inicio a llevarse el título eran Boca, San Lorenzo y River Plate. Boca se conservaba gran parte del plantel con el que se había consagrado campeón en 1943 y 1944 y subcampeón en 1945, solo Valussi (reemplazado por De Zorzi) y el ala izquierda Varela-Sánchez faltaban de aquel 11.

San Lorenzo, que venía de arrasar en la segunda rueda del ’46 y hacer tabla rasa en su gira europea, conservaba íntegramente su equipo y se aprestaba para repetir la hazaña. River había vendido a su piloto Adolfo Pedernera, pero tenía ya de regreso y en forma a José Manuel Moreno, además de contar con un joven Alfredo Di Stéfano que volvía a la institución luego de un préstamo por Huracán en 1946.

No se puede dejar pasar el mercado que hizo Atlanta que compró VEINTE jugadores. Entre ellos el mismo Pedernera por la cifra récord de 140.000 pesos; trajo a otros integrantes de La Máquina como el ‘Mono’ Deambrossi y José Soriano; compró al ‘Nano’ Gandulla, un crack de Ferro y Boca; a dos muy buenos jugadores uruguayos, Burgueño y Artigas; dos grandes centrales de Racing como Higinio García y León Strembel; se trajo también a Francisco Antuña, un wing derecho de San Lorenzo, vigente campeón. A todos ellos se les sumaba Bartolomé Macías (un árbitro histórico) como entrenador1.

Sin embargo, al final, el campeonato no tuvo tanto suspenso: Independiente, que se había colado en la lucha, se desinfló luego de una sensacional primera rueda. River salió campeón llevándose por delante a todos en una vibrante segunda mitad y con un planteo novedoso.

Había dejado de ser La Máquina para adoptar otro juego completamente distinto. Para 1946 las defensas ya habían dejado de caer en el engaño del delantero centro atrasado (Pedernera) y empezaron a tomar al inside goleador (Labruna), resignando el control de la pelota en pos de cuidarse en el fondo y salir a contragolpe.

Es muy conocido un partido que juega Lanús frente a River en el que “Lanús nos puso 10 hombres a defender y adelante quedó solo Arrieta. Tuvimos 80 minutos de dominio total. Lanús hizo dos contraataques y Arrieta nos hizo dos goles y ganó el partido” según palabras de Carlos Peucelle. Con ese contexto el ataque riverplatense dispuso una nueva táctica: la doble punta de lanza.

El rol de organizador que anteriormente llevó adelante Pedernera ahora era de Moreno. Un Moreno mucho más experimentado y, seguramente, menos veloz a sus 31 años. Y en el ataque dos delanteros, Di Stéfano y Labruna. Esta formación del ataque, que esquivaba las marcaciones de la defensa en M, era idéntica a la que adoptó la Hungría de Gustav Sebes, con Kocsis y Puskás como dupla de ataque, y con la que revolucionó el fútbol mundial en 1953 y 1954. También Brasil hizo famoso este sistema en 1958 con la dupla Vavá-Pelé. River fue un precursor…

“El Alemán” de tan rápido que era le tuvieron que decir que “afloje” para que sus compañeros le puedan seguir la huella…

Pero ¿por qué ese equipo no era La Máquina? Bueno, eso se debe a que el fútbol que practicaba era distinto. Sin Pedernera no hubo máquina. El del ’47 fue un equipo mucho más arrollador, electrizante y vertical que La Máquina, que tenía un juego más pausado. También los actores eran distintos.

En el arco ya no estaba José Soriano que, como se aclaró anteriormente, defendió los colores de Atlanta esa temporada. El titular fue Héctor Grisetti, “El arquero suicida”, quien fuese el suplente de Soriano anteriormente.

Se mantuvo la defensa en “M” tan característica de aquella época. El Pacha Yácono, Vaghi y Luis Ferreyra (o Eduardo “El Zurdo” Rodríguez) marcaban al punta izquierdo, el delantero centro o insider goleador (dependiendo el equipo que enfrentasen) y al wing derecho respectivamente.

Más adelante, un ya afianzado Néstor Rossi junto con José Ramos “marcaban” a los delanteros más atrasados. Y entrecomillo la palabra “marcaban” porque Pipo Rossi fue un genio del fútbol, pero fue un genio del fútbol ofensivo, no tenía retorno puesto que tenía que mover un físico aparatoso y no tenía un gran sentido de la marca. Los que se tenían que preocupar de eso eran sus rivales.

Pegadito a ellos dos estaba José Manuel Moreno que ya era “El Charro”. Se había generado gran expectativa sobre su retorno en 1946 y su debut frente a Atlanta en cancha de Ferro fue todo un suceso. La gente se desbordaba, 10.000 personas quedaron afuera del estadio.

Moreno pagó con tres goles, el tercero fue un golazo: tomó un pase de Pedernera, le hizo un sombrero a su marcador, la paró con el pecho y, antes de que toque el suelo, la mandó de volea al ángulo frente a la salida del arquero. Él era el encargado de arrancar el ataque, asumiendo la función de enganche que Pedernera había dejado vacante tiempo después.

Los wines eran Reyes y Loustau. “Tomate” Muñoz estaba lesionado, por eso el reemplazo de Hugo Reyes que, sin ser un jugador de igual relieve, cumplió ampliamente con la tarea. Se entendía muy bien con Di Stéfano y tenía un gran sentido de lo simple, de lo práctico, lo que lo hacía un jugador muy útil para el equipo, aun si no disfrutara de una gran riqueza técnica ni de una personalidad desbordante.

Loustau seguía siendo el incombustible ladero de siempre, ahora mucho más desarrollado con tareas de creación cuando Moreno subía como delantero centro y tirando la diagonal cuando Labruna picaba a la punta izquierda.

Después, la revolución: Alfredo Di Stéfano y Ángel Labruna como centro-delanteros. Alfredo era conocido como “El Alemán” y distaba mucho del jugador total en el que se convirtió en Madrid. Este Alfredo de 20 o 21 años era un velocista. No tenía el manejo y la pegada de Pedernera, pero sí le ganaba en verticalidad.

Este cambio es el que explica la diferencia entre uno y otro equipo. Con este sistema Labruna, con su pique y su joroba, encontró un compañero con el cual dividir los goles que él había monopolizado en 1945 y 1946. Ya en su momento Renato Cesarini había dicho: “El día que los adversarios aprendan a leer, se darán cuenta que todos los goles los hace Labruna…”.

Este cuadro tuvo su mejor arma en los 4 delanteros voladores que le daban corriente al ataque. Por esa velocidad alimentada por el juego de Pipo Rossi o de José Manuel Moreno, que atropellaba a los rivales, consiguió marcar 90 goles en 30 partidos. Más que en cualquiera de las campañas de La Máquina. Hasta podríamos decir que el equipo de 1947 fue la segunda revolución industrial del fútbol argentino. Fue el paso de la máquina de vapor hacia una nueva energía: LA ELÉCTRICA.

Uno que armaba y cuatro que mataban.

1 Atlanta con todas esas compras, se fue el descenso haciendo una de las peores campañas de la historia (ganó 4 de 30 partidos).


Este artículo pertenece a la serie de notas #LosNuestros, que se publicará durante los siguientes martes en la web de La Pelota Siempre Al 10.

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