Por Guido Ramos (@julioarguelles_)
El golpe de Suecia ’58 nos dejó mareados, al borde del nocaut. No tardaron en aparecer los gurúes, los entendidos, los ‘chantas’ que se apresuraban a diagnosticar la situación y proponer la cura que acabaría con tanto sufrimiento. El fútbol lírico, tan nuestro y tan rico, se sentaba por primera vez en el banquillo de los acusados. Había terminado la época de los goles y empezaba la era de la retaguardia.
Mientras tanto, en el laboratorio de los doctores Liberti y Armando un monstruo cobraba vida. Lo llamaron “Fútbol espectáculo” y tenía como finalidad retener al público que huía de las canchas argentinas. Este invento del Imperio River-Boquense consistía en, simplemente, comprar a los jugadores más caros.
Boca trajo del exterior a jugadores como Grillo, Valentim, Orlando o Dino Sani mientras que River se reforzó con Luis Cubilla, Matosas, Delem y Pepillo, entre muchos otros. A Boca le daría cierto resultado. Conformaría un equipo sólido que entre 1962 y 1965 ganaría 3 campeonatos y con el que llegaría a su primera final de Libertadores en 1963. River por su parte no pudo cortar la mala racha que, aunque en aquel entonces no lo advirtiesen, duraría 18 largos años.
Racing, que había sido campeón en el ’61 mostrando dejos de ese fútbol lírico del pasado, cuatro años después estaba completando una campaña decadente en la que supo de la fría caricia del puesto 18°. Más de un hincha se las vio negras.
La situación económica del club estaba igual o peor. Pero a alguien en medio de esa murga se le ocurrió una idea: llamarlo a Tito. Tito era Pizzuti, Juan José, un exjugador de Racing que se había retirado hacía apenas unos años. Se trabajó mucho para convencerlo (se había ido “mal” del club en 1962) pero lo lograron y en septiembre se hizo cargo del equipo.
Tito volvía a su casa, de la que nunca debió haber salido. Petisito, sienes plateadas “por las nieves del tiempo”, voz aflautada, seca y cadenciosa, zapatillas de lona, pantalón largo y campera azul marino.
Ese 1965 Racing terminó quinto (recordemos que antes había llegado a estar último) y en el ’66, con apenas 3 adiciones para el equipo titular, consiguió la gran hazaña del campeonato. Pizzuti había superado cualquier expectativa y consiguió un logró aún mayor que cualquier título: produjo el equipo más revolucionario que, al menos hasta ese momento, haya visto el fútbol argentino.
Completo, organizado, con equilibrio, con temperamento y que trajo una nueva palabra para el diccionario futbolero: dinámica. Todos suben y todos bajan. Esa era la consigna revolucionaria, atacar y defender con mucha gente.
Llenando de hombres el área rival. Siempre en constante movimiento. Hostigando, mordiendo, ahogando cuando se perdía la pelota. Quizás no tuviera este Racing la jerarquía de otros tiempos, no tenía iluminados por la varita mágica. Sí tenía 11 “albañiles” que iban de acá para allá en un incansable trajín que paraba solamente a los 45 y a los 90 minutos.
En el arco primero estuvo Agustín Cejas. En un puesto donde la experiencia es tan importante vino un pibe de 20-21 años y fue el “hombre-cero” de Racing que mantuvo la valla invicta por 666 minutos. Durante la segunda mitad del campeonato se lesionó y su lugar lo ocupó “El Oso” Carrizo, con sus 1,89 metros y sus 100 kilos.
Debajo de todos, otro muchacho que integraría la más alta categoría de ídolos del fútbol argentino de todos los tiempos: Roberto Perfumo. Él era el único que no subía al ataque. Un manual completo del último hombre. El Mariscal formó una dupla inolvidable un bahiense de nacimiento pero porteño adoptivo, el ‘Coco’ Basile. El vozarrón de siempre, portento físico, proyección y liderazgo, Coco era el caudillo del equipo.
Los laterales eran Oscar Martín y el Panadero Díaz. Martín era el capitán designado, un 4 con oficio, habilidad y precisión, mientras que al Panadero lo caracterizaba su instinto ofensivo. Y desde el banco, como recambio para ambos laterales y para el Coco, estaba Nelson Chabay, un uruguayo.
En el medio de la cancha había dos “obreros” voluntariosos. Miguel Mori y Juan Carlos Rulli eran ejemplos máximos de sacrificio, entrega y cooperativismo. Delante de ellos el repatriado Humberto “Bocha” Maschio. Había vuelto de Europa, pero no para hacerse “la figurita”. Sí, era el lanzador, lo más cercano a un “crack” que tenía Racing, pero no se le caían los anillos para brindarse al equipo.
Arriba formaban con Martinoli, “El Chango” Cárdenas y “Yaya” Rodríguez. El Chango era quien generaba los espacios. Los aprovechaba la astucia del Yaya, que hacía valer sus 10 años en primera y el instinto de Martinoli, goleador del equipo. Sin punteros.
Está claro que no tenían la jerarquía de Federico Sacchi, Rubén Sosa u Oreste Corbatta. Pero el funcionamiento del equipo era tan perfecto que seguía teniendo ateos aún después de ganar el campeonato.
En una entrevista a jugadores de Boca en marzo del ’67 Gonzalito decía “Lo de Racing no puede durar mucho. Ningún equipo puede atacar con tanta gente dejando un defensor en el fondo.” Según Marzolini “las cosas les salieron (a Racing) demasiado bien.” Para Roma “imitar un equipo como Racing será tan difícil que me parece imposible.” Y según Rattín lo de Racing fue una racha y algo “anormal”.
Fue un equipo incomprendido, denostado y conformado por jugadores marginados, con mucha de esa hambre que te da la venganza o la necesidad de demostrar. Empezando por Perfumo, un pibe rechazado por River, Independiente y Lanús por ser “muy débil”.
Martín había aguantado mucho tiempo siendo postergado. Mori fue desechado por Independiente. El Yaya fue descartado de Boca, Martinoli de Banfield. Maschio con 33 años tenía mucho que demostrar… Eran todos muchachos que no tenían cabida. Muchas revanchas. Así se formó el grupo humano.
Y pasó el tiempo. La “racha” de la que hablaba Rattín se fue estirando. Se trajo a Joao Cardoso desde Brasil y al “Torito” Norberto Raffo para reforzar el equipo. Y llegó la copa Libertadores.
Primeros de grupo, perdiendo solo un partido de 10 (en La Paz). Primeros en las semifinales. Y un 0 a 0 en la final con Nacional que tardó 3 partidos en romperse. En total fueron 20 partidos para ser campeón. Récord absoluto. Ya no era el Racing Club. Para todos los hinchas ese era “El Equipo de José”, José Pizzuti.
Mientras tanto, a más de 9.000 kilómetros, el Celtic le había dado vuelta la final de la Copa de Europa al Inter de Helenio Herrera. Su figura era Jimmy Johnstone, un wing diminuto, morrudo, rubio, que iba al frente como loco y gambeteaba como el mejor de los nuestros.
Racing iba a jugar la Copa Intercontinental con la misión de traerla por primera vez a la Argentina. Independiente no había podido con el objetivo en el ’64 y ’65. En Glasgow se perdió 1-0 y había que darlo vuelta.
En Avellaneda, a los 20 minutos, penal para Celtic y de nuevo abajo en el marcador. Ya no vale defenderse. “Y la voz del gran jefe a la carga ordenó” el gran jefe fue Maschio y con él como conductor Racing lo dio vuelta. Se debía jugar un desempate.
Estadio Centenario de Montevideo. Concurrencia extraordinaria de hinchas de Nacional que iban a ser “la contra”. Partido peleado. Muy peleado. Cinco expulsados producto de la fricción exagerada entre dos equipos exhaustos. Pero apareció el Chango y el gol reproducido más de mil veces.
No llevaba la de Racing al momento de patear, llevaba la camiseta argentina. Desde 35 metros metió un zurdazo inolvidable que se metió allá arriba y al fondo. Y en el festejo Cárdenas corre hasta el córner para encontrarse con el petisito de sienes plateadas. Para encontrarse con Tito.
Este artículo pertenece a la serie de notas #LosNuestros, que se publicará durante los siguientes martes en la web de La Pelota Siempre Al 10.
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