Por Enzo Dattoli (@enzo_dattoli)
“No convocaría a un jugador homosexual. Es un gusto personal, como por ahí no me gusta un jugador demasiado alto. Este es un país democrático y yo no estoy en contra de los gays, simplemente que en mi trabajo no lo permitiría”, dijo Daniel Pasarrella en 1995 cuando era el entrenador de la Selección Argentina.
En 2019, 24 años después, Matías Vargas, por entonces jugador -y figura- de Vélez Sarsfield, habló del tabú de la homosexualidad en el fútbol y se preguntó: “Hay 26 equipos en Argentina que tienen 30 jugadores por plantel, ¿vos decís que no hay ninguno que sea homosexual? Esa persona está sufriendo”.
Del acertado cuestionamiento de Vargas ya pasaron cinco años y las cosas casi no cambiaron. El tabú sigue presente y actualmente sigue sin haber ningún jugador profesional en el fútbol argentino que haya manifestado abiertamente su homosexualidad.
Noviembre es el Mes del Orgullo LGBTIQ+ en Argentina por motivo de la creación, en 1967, del primer grupo de diversidad sexual del país y de América Latina llamado Nuestro Mundo. A su vez, el 19 de noviembre es el Día Internacional del Hombre y justamente coincide dentro de este mes tan particular (¿coincidencia?),
El deporte, pero principalmente el fútbol masculino sirve como ejemplo en Argentina (y en el mundo) de una sociedad que avanza, pero no demasiado. Hoy sería difícil -aunque no imposible- escuchar a un entrenador o jugador hablar públicamente con tanta liviandad como lo hizo en su momento Daniel Passarella. Eso le traería muchas críticas, aunque también aparecieron en su momento algunos focos de rechazo.
El mayor ejemplo fue un Diego Maradona todavía jugador, que salió a cruzarlo fuertemente: “Tiene una mentalidad de la edad de piedra, es un retrógrado. Además, si alguien que es gay hace tres goles por partido, vamos a ver qué técnico no lo cita. No puede ser tan tajante, hay que tratar de dejar bien paradas a las personas y no meterse en sus vidas privadas”.
El mismo Maradona, un año después, fue foco de comentarios y chistes por su pico con Claudio Caniggia en un festejo cuando ambos jugaban en Boca. Pero puertas adentro, las cosas, aunque sea de manera implícita, no variaron tanto en los últimos años.
En cada noviembre o fecha especial, los clubes, impulsados por sus departamentos de marketing y de género, postean frases inspiradoras, hacen camisetas especiales o usan cintas con la bandera del orgullo, pero esas aún no son acciones que motiven a nadie a hablar.
En cambio el escenario en el futbol femenino es distinto, casi inverso. Con más fuerza en el último lustro, las jugadoras argentinas, en muchos casos, no tienen ese miedo de mostrarse tal cual son, y conviven en un mismo vestuario personas con diversas preferencias sexuales.
Aunque no escasee el público que necesita reafirmar sus estereotipos y sus prejuicios ante cada jugadora que dice libremente que se siente atraída por las mujeres, está más aceptado y normalizado en el ambiente femenino de un club que una jugadora se muestre tal cual es, sin importarle tanto las críticas o los elogios.
El sistema expulsa. No es fácil para un jugador con gustos diferentes convivir en un ambiente machista y con pensamientos o comentarios homófobos. El sistema son los clubes, son los planteles, son los periodistas y también son las hinchadas y sus canciones que incitan a la violación y que siguen siendo aceptadas -y festejadas- bajo la excusa del “folklore”.
¿Qué se le diría a un central de Boca o River que se manifestó abiertamente homosexual, si éste se equivocara? Hace no mucho, un reconocido periodista cuestionó con verborragia en la tele a Sebastián Pérez, por ese entonces mediocampista de Boca, por ser vegano diciendo, indignado, que “el cinco de Boca tiene que comer asado”, como si esa fuera una muestra de hombría. Lo dicho: el sistema expulsa.
Tal vez de ahí nace la IGLFA (International Gay & Lesbians Football Association). Una organización internacional que reúne equipos masculinos y femeninos en todo el mundo con el objetivo de promover y aumentar el respeto y la aceptación del mundo binario y heterosexual en el fútbol. Entre otras cosas, organizan el mundial de equipos de fútbol diverso.
Los Dogos es, quizá, el equipo argentino más exitoso del fútbol libre de prejuicios. Su nacimiento se da en el 1997 (dos años después de las declaraciones de Passarella) y desde entonces compitieron representando al país por el mundo, ganaron el Mundial del 2007 y ahora terminaron en el tercer puesto de la edición de 2024 que se disputó en Buenos Aires.
Su camiseta es la de Argentina (tienen el apoyo de la Asociación del Fútbol Argentino), pero con un detalle: los números tienen los colores de las distintas banderas de diversidades sexuales. Son un equipo de mentalidad abierta, compuesto por personas gays o bisexuales, pero también juegan otras heterosexuales, con esposa e hijos. Ellos no apartan.
Juan Schinea es jugador del equipo, pero a dos meses del torneo también se tuvo que hacer cargo de la dirección técnica (Tavo Gallay lo acompaña como preparador físico). “Los Dogos son un grupo de 30 chicos gays y heterosexuales que luchan por una misma causa -dice Juan-. Tienen un rol importante en mi vida personal y futbolística porque me ayudaron mucho, ya que yo venía de un ambiente de fútbol muy machista y me dieron la posibilidad de ser su capitán durante ocho años”.
Ante la consulta sobre la ausencia de jugadores homosexuales en el fútbol argentino, Juan lo atribuye al machismo que sigue predominando la cultura del deporte y “los chistes pasados de moda en las duchas”. Tampoco él cree que pueda cambiar en el corto plazo, pero deja ver un rayo de esperanza para el futuro: “Va a llevar un tiempo de lucha, pero viene una generación que está peleando fuerte para que se haga cada vez más visible la inclusión y nosotros desde afuera vamos a seguir ayudando a que eso suceda”.
¿Se juega como se vive o se vive como se juega? El fútbol, las federaciones, las hinchadas, su público en general, son una radiografía de las sociedades. Y hoy en Argentina las personas podrían dividirse entre las que eligen transitar sus vidas como lo que son, mostrándose con orgullo, y del otro lado las que siguen atacando y excluyendo a las personas de acuerdo a sus elecciones personales, basándose, aún en el 2024, en los prejuicios.
En el fútbol masculino casi no existen abanderados de los derechos humanos como sí los hay en la rama femenina. Tal vez por el miedo a la crítica, al dislike o a la cargada fácil, no abundan los jugadores que se preocupen por el bienestar de sus colegas, por los que piensan diferente, por los que están sufriendo y no hacen nada para que tengan un espacio en el que todos se puedan manifestar libremente.
Por eso se festejan, aunque no tengan las luces y las cámaras de los grandes medios enfocándolos, acciones como la de Los Dogos. Un equipo que no juzga, que no expulsa. Que compite y que gana mientras juega con orgullo y sin prejuicios.