Del espacio-tiempo a las ideas: La visión funcional

El orden de las cosas cambia cuando se cruza el río Danubio: el objetivo es el mismo, pero dependiendo del lado del río el camino puede ser diferente. Quinta parte de esta serie de notas.

Por Clarissa Barcala (@clarissabarcala)

Traducción de Emiliano Rossenblum (@emirossen)

“En el fútbol, los espacios se forman moviéndose”

Carlo Ancelotti

Hay quienes sienten que un jugador sólo tendrá control sobre el espacio si tiene control sobre su tiempo. Si un jugador sabe hacer las cosas en el momento adecuado, en consecuencia tendrá control sobre los espacios, por lo que la forma de controlar los espacios es el control del tiempo. 

Aquí lo más importante es que todos los jugadores en el campo tengan el control total de sus acciones y el timing para hacerlas. A partir de la interacción entre ellos el equipo controlará los espacios y por tanto, la pelota. Si un equipo tiene control total sobre las relaciones entre sus jugadores, tendrá control sobre los espacios en el campo; de ahí el nombre de «relacionismo».

La tradición europea

“Jugamos al fútbol como nos enseñó Jimmy Hogan. Cuando se cuenta la historia de nuestro fútbol, su nombre debe escribirse con letras de oro”

Gusztáv Sebes

Mientras los ingleses creían que era necesario distribuir a los jugadores en determinadas posiciones y activarlos mediante pases largos, sus vecinos escoceses tenían una idea diferente. Creían que la mejor forma era si el equipo avanzaba en el campo con pases cortos, que valoraban la técnica de los jugadores y permitían jugadas más elaboradas. Lo más importante aquí era que los jugadores desarrollaran relaciones de movilidad entre ellos.

Según los primeros teóricos de este estilo la atención debería centrarse en el timing de las acciones de los jugadores. La tesis era la siguiente: la jugada comenzaba cuando un jugador dominaba la pelota; luego, deberá detenerse, analizar el juego, decidir qué hacer y luego tomar la mejor decisión posible (dominar su tiempo); la pasaría al compañero mejor ubicado, se movería para recibirla más adelante y continuar la jugada, incluso si la pelota pasó por 2 o 3 jugadores antes de regresar a él. 

El padre fundador

Curiosamente, un inglés fue el encargado de difundir este estilo. Jimmy Hogan desarrolló toda su carrera como jugador en el país y le molestaba profundamente el conformismo que reinaba en el fútbol inglés, el cual le restaba importancia al entrenamiento con pelota y a la evolución individual de los jugadores. Se creía que la superioridad técnica natural de los jugadores era algo insuperable y, por tanto, los entrenamientos individuales debían estar destinados a trabajar el físico.

Cuando llegó como jugador al Fulham el club era dirigido por Harry Bradshaw, un empresario que tenía profunda aversión al juego de pases largos de Inglaterra. Por eso reunió un cuerpo técnico y una plantilla repleta de escoceses para que pudieran replicar el juego de pases que ya había conquistado las canchas -y los corazones- de Escocia. 

Se unen el hambre y las ganas de comer

Luego de buenos primeros pasos como DT en el fútbol neerlandés su camino pronto se cruzaría con el de Hugo Meisl, quien se había propuesto transformar el fútbol en su país desde la Asociación Austríaca de Fútbol. Meisl le ofreció a Hogan un contrato de 6 semanas que en la práctica era para organizar la selección nacional de Austria para los Juegos Olímpicos de 1912.

Austria acabaría eliminada en cuartos de final del torneo ante Holanda, pero Meisl estaba maravillado: tenía una visión bastante romántica del fútbol a diferencia de Hogan, que prefería el juego escocés simplemente porque lo encontraba más eficaz.

La Primera Guerra Mundial frustró los planes de un futuro brillante. Hogan fue arrestado por ser ciudadano extranjero sólo un día después de que se declarara oficialmente la guerra. Pasaría casi 2 años en un campo de concentración en Alemania hasta que el vicepresidente del MTK Budapest de Hungría se solidarizó con su situación y articuló políticamente para que lo liberaran y entrenara a su equipo.

La difusión del método

Aunque los sacó campeón del Campeonato de Hungría 1916/1917, abandonaría el país poco después del final de la Guerra para regresar a su tierra natal; su sustituto como entrenador del MTK Budapest fue uno de sus jugadores, el defensa Izidor “Dori” Kürschner. 

Jimmy no tardó en desencantarse otra vez con Inglaterra, pero tuvo pasos relevantes por Alemania y Suiza (comandando al Young Boys y más tarde a la Selección junto a Dori Kürschner) antes de volver a trabajar con Hugo Meisl, ya entrenador de la Selección de Austria.

Este inglés no fue un entrenador particularmente ganador. Sin embargo, sus trabajos en Suiza, Alemania y principalmente en Hungría y Austria crearían una identidad de juego sumamente definida. La proximidad de estos países al río Danubio acabó popularizando esta identidad como Escuela del Danubio. Fueron justamente esos países los que hicieron germinar esta semilla, le dieron cuerpo, nombre, identidad e incluso toques distintivos.

Acercarse para jugar

La piedra angular de este juego era clara: los jugadores debían acercarse unos a otros para facilitar toques cortos y progresivos creando líneas de pase más cortas y numerosas. La prioridad era que los jugadores establecieran interacciones y relaciones de movilidad entre ellos, que tuvieran más libertad para interpretar la jugada y decidir, por sí mismos, cuál era la mejor decisión a tomar: los jugadores, ahora, eran dueños de sí mismos. 

Los roles de los jugadores empezaron a ser los protagonistas del juego, y las posiciones debían responder a ellos; ahora, dominar el tiempo era más importante que dominar los espacios. La posesión se basaba en pases cortos, sí, pero la pelota no se trabajaba entre posiciones sino en función de las funciones individuales de los jugadores. 

La lógica era pasarla desde los movimientos de los jugadores y no entre zonas predefinidas. Los jugadores se movían con la pelota, seguían su recorrido, se agrupaban en torno a ella y trabajaban sobre ella en función de sus movimientos, ejecutando sus funciones particulares.

Crecer y mejorar

El primer gran equipo de la Escuela Danubiana sería el Wunderteam austríaco comandado por Hugo Meisl (y por Jimmy Hogan de forma intermitente) entre finales de los años 20 y principios de los 30. Presentaba hermosas dinámicas de movimiento y acercamiento con Matthias Sindelar como arma sorpresa: actuaba como un delantero centro que dejaba la referencia del ataque y circulaba por todo el campo. 

Poco después, la Italia bicampeona del mundo de Vittorio Pozzo (gran amigo y rival de Hugo Meisl) ya asimiló algunos conceptos del Juego Danubiano y empezó a dar más importancia a las relaciones que se establecían entre los jugadores que a los espacios que ocupaban. 

Pasaron las décadas, el fútbol del Danubio se desarrolló y Yugoslavia no fue la gran sensación del Mundial de 1954 con sus wings invertidos y su centrodelantero móvil solo porque los Magiares Mágicos, la generación dorada de Hungría guiada por Ferenc Puskás y entrenada por Gusztáv Sebes, escribirían la página más bella y trágica de su historia.

Esta Hungría se movía con poco o ningún respeto por las posiciones.

Realizaron un torneo impecable con excepción de la controvertida derrota ante Alemania Occidental en la final. Rompían la lógica de las posiciones acercando a sus actores, privilegiando la técnica y dándoles el poder de interpretar, intuir y actuar. Dominaban el tiempo antes que nada. El relacionismo tomó su primera forma a orillas del río Danubio.


Este artículo es la quinta parte de la serie titulada «Del espacio-tiempo a las ideas». Podés consultar el resto de ella en los links de abajo.

  1. Introducción
  2. La visión posicional
  3. Fútbol Total
  4. Juego de Posición
  5. La visión funcional
  6. La tradición sudamericana
  7. El ataque funcional
  8. Homogeneidad y fordismo

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