Banini, todocampista dentro y fuera de la cancha

Una reflexión sobre la figura de Estefanía Banini y su rol como referente. Texto incluido en nuestra novena revista.

Por Macarena Jorge Caamaño (@macajorgec)

En el parque hay una nena que juega a la pelota con su papá. No tiene más de 5 años y la redonda es más grande que ella. La acomoda, toma carrera, levanta la vista, exhala y patea entre los dos palos del arco, que son un termo y una botella de agua. El arquero rival, su papá, no llega a atajarla y es gol. Lo festeja con el puño apretado, su corazón da saltitos al igual que ella mientras va a buscar la pelota para sacar del medio. 

Miro la escena sin extrañeza, porque me veo a mí y a mi viejo a esa edad, porque en casa el fútbol siempre fue un integrante más de la familia. Con la diferencia de que yo no sabía que existían mujeres que lo hacían en una cancha, con arcos de verdad, con palos que no eran botellas de agua. Y, paradójicamente, en esa época, la selección femenina de Estados Unidos conquistaba su segunda Copa del Mundo tras ganarle la final a China ante más de 90.000 personas.

Mi primer póster de una futbolista en mi pared fue Estefanía Banini a mis casi 30 años de edad. Su existencia en el fútbol femenino de Argentina fue la reparación histórica para todas las que formamos parte de una generación que creció sin ídolas, y es el nuevo mundo posible para las más chicas. 

Quienes vivimos el fútbol desde que tenemos dientes de leche no tuvimos la concepción de que podía existir una mujer jugando al fútbol profesionalmente. Banini, para mí, para muchas, irrumpió, entre gambetas y otros lujos, en una sociedad atrasada para contarnos una nueva historia del deporte más lindo del mundo.

Es la primera ídola y la última 10 del fútbol femenino argentino. Diferencial dentro y fuera de la cancha. Ambidiestra en la adversidad, juega de todocampista y abarca todos los frentes. Una referente maltratada por su selección nacional y requerida por extranjeros. Césped que pisó, césped en el que brilló. Copas, goles, reconocimientos, premios y respeto de compañeros y rivales. 

Su talento y presencia con la pelota en pie o fuera de la línea de cal hizo temblar las estructuras de un sistema que invisibilizó durante casi 100 años a las mujeres que jugaban al fútbol. Cuando Banini era galardonada por distintos motivos, la Selección Argentina miraba forzadamente para otro lado, y las listas de convocadas llegaban sin el nombre de la mejor de las nuestras.

Las decisiones que desencadenaron en el retiro temprano y obligado de Estefanía Banini, después del Mundial de Oceanía en el 2023, fueron siempre extrafutbolísticas. Con el escaso periodismo hegemónico carente de crítica, y con comunicadores independientes ignorados, la ausencia de Banini en Argentina fue y será una completa vergüenza. 

Y dirán “Pero si Banini volvió a ser convocada para el último Mundial”. Sí, después de tres años, sin la cinta de capitana, sin la 10 en la espalda, sin el apoyo de sus propias compañeras de selección, con un clima hostil con los dueños del circo y la cancha desnivelada en su contra. Pero su deseo de vestir la camiseta más linda de todas fue el motor que nunca la abandonó.

Cuando todas las personas involucradas que estuvieron a favor de la ausencia de Estefanía Banini en Argentina, desde autoridades y entrenadores, a compañeras de Selección y periodistas, todos los pasos que la disciplina dio en estos años, retrocedieron en un segundo. No sólo por Banini, sino también por las antecesoras, que tuvieron que colgar los botines por el mismo destrato de años anteriores.

Las últimas referentes del fútbol femenino nacional también juegan de mártires. Deportistas profesionales y atletas de alto rendimiento marginadas por levantar la voz ante lo bochornoso que son las estructuras del fútbol jugado por mujeres, maquilladas con la palabra “proceso”. Porque siempre será más fácil deshacerse de lo molesto que solucionar lo denunciado. Y Banini, con una vitrina repleta de títulos y distinciones, no fue la excepción.

Somos la generación que crecimos sin referentes del fútbol femenino, pero también la generación que observa cómo arruinan -por cuestiones extrafutbolísticas- camadas de históricas y talentosas. Ella demostró que, por más arreglado que esté un partido, es imposible ocultar las gambetas.

El futuro de las próximas referentes se vislumbra en un camino sinuoso e incierto porque parecería que nadie tomó nota de lo que no había que hacer. Pero para quienes abrazamos la redonda bien cerquita del corazón, y creemos fervientemente en esta disciplina, aunque se la hayan borrado de la espalda, la 10 será siempre de Estefanía Banini.  

Por la magia, el talento, la lucha, el ejemplo, el orgullo por nuestros colores y la resistencia. Resistir en épocas de indiferencias que tratan de opacar el brillo de los otros es como ganar un partido en el último minuto del tiempo añadido.

 “Cumple sus sueños quien resiste” reza la bandera que acompaña a Argentina desde el Mundial de Francia 2019. Ella no sólo cumplió sus sueños, sino que le cumplió otros tantos a miles de nenas -y no tan nenas- que crecieron pensando que el fútbol era sólo para varones. La mendocina construyó otro mundo posible para quienes no concebimos la vida sin una pelota.

Estefanía Banini, nuestra 10, es el estandarte de las luchas silenciosas de tantas compañeras que quedaron en el camino por situaciones similares. Por aquellas que patean una pelota desde que millones de inmigrantes bajaban de los barcos al puerto soñando una mejor vida.

“Seamos las referentes que necesitamos mientras crecíamos”, leí en una pared.

Resistió, soñó y cumplió. Estefi es el legado vivo que cumple los sueños postergados de tantas que soñaron salir del parque y meter goles en una cancha de verdad.


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