Por Bruno Correa (@br1correa)
«Esa noche me acosté pensando que si lo único que yo sabía hacer era jugar al fútbol, ¿por qué no lo podíamos definir con un partido? Soñé que jugábamos con mis compañeros, ellos eran todos altos y no paraban de tirar centros al área, me dolían las manos de tanto sacar pelotas. Sobre la hora les ganábamos 1 a 0. Fue la única vez que dormí calentito y me desperté transpirado en Malvinas».
Héctor Rebasti era arquero y había llegado a la reserva de San Lorenzo de Almagro cuando le tocó hacer el servicio militar obligatorio en La Tablada. Aquella experiencia le complicó los planes de llegar a la primera del club de sus amores y quedó libre. Cuando salió de la colimba, cruzó de vereda y se probó en Huracán. Quedó y empezó a entrenar con la primera, pero a la semana llegó un telegrama: la Guerra. Aunque al regresar varios clubes lo buscaron, nunca pudo volver a jugar.
El mismo 2 de abril de 1982 a Julio Vázquez le llegó el telegrama con el que el Ejército lo convocaba para alistarse. Estaba solo: su papá había ido a la Plaza de Mayo a celebrar la recuperación de las islas. Armó el bolso y se fue a jugar para Central Español por el torneo de Primera D. Esa tarde salió llorando del vestuario. No entendía por qué.
Llegó a Malvinas un martes 13, todo un presagio. Cuando por fin regresó de la Guerra fue trasladado al Regimiento de Infantería 6 de Mercedes al que pertenecía. La noche que volvió a Buenos Aires, debió colarse en el tren porque no tenía plata para el boleto. Siguió jugando al fútbol en ligas del interior. “¿Quién me devuelve que perdí mi carrera por la guerra? Siempre me quedó la duda de si en condiciones normales hubiese podido seguir jugando al fútbol, ir a San Lorenzo que es mi club, tener una carrera en el exterior, no lo sé”.
El 3 de abril de 1982 el Tottenham enfrentaba al Leicester City por la semifinal de la FA Cup en Birmingham. Uno de los ídolos de los Spurs era Osvaldo Ardiles. El estadio estaba caldeado y los foxes se la agarraron con el argentino al que hostigaron con el grito de «England/England» cada vez que la tocaba. Aunque los hinchas del Tottenham lo defendieron (hasta mostraron una bandera que decía “Argentinos quédense con las Falklands -Malvinas- que nosotros nos quedamos con Ossie), Ardiles supo que su estadía en Inglaterra era insostenible.
Al día siguiente partió a Argentina para sumarse a la Selección de César Menotti que se preparaba para jugar el Mundial de España. “Ossie va a la guerra”, tituló el tabloide The Sun. «No creo que vuelva a jugar en Inglaterra», dijo al llegar a Buenos Aires.
Unos días después, el 14 de abril, fue titular en el amistoso contra la URSS en cancha de River Plate. En el realismo mágico que era el país por esos días, mientras el fútbol seguía como si nada, el secretario de Estado de los Estados Unidos encabezaba febriles negociaciones entre Argentina y el Reino Unido para frenar una guerra que parecía tan improbable como inevitable.
En las islas, a esa altura, ya estaba Juan Colombo. Apenas algunas semanas antes, el pibe de 19 años tenía una sola cosa en la cabeza: le habían asegurado que el director técnico de Estudiantes, Carlos Salvador Bilardo, tenía pensado convocarlo a la Primera del Pincha. El delantero de la reserva del club platense ya se imaginaba concentrando con las figuras de aquel enorme plantel como el Tata Brown, Hugo Gottardi, José Daniel Ponce, Miguel Angel Russo, Alejandro Sabella, Marcelo Trobbiani y Walter Perazzo.
El 12 de abril debía presentarse a entrenar con la primera, pero el 13 ya estaba en las Malvinas con el Regimiento 7. «Yo con una pierna menos no vuelvo, no quiero volver. Sólo quiero volver sano para jugar al fútbol», les decía a sus compañeros en pleno combate.
Volvió, pero con una hepatitis que lo mantuvo alejado de la pelota. Así y todo, por decisión de Bilardo, el club lo esperó y en noviembre de ese año firmó su primer contrato como profesional. Al año siguiente formó parte del plantel campeón del Nacional. “El fútbol me salvó la vida”, dice hoy.
El infierno de la guerra se hizo realidad el 1° de mayo cuando las tropas inglesas comenzaron el asedio. Aquel día, el primer teniente de la Fuerza Aérea del Sur, José Leonidas Ardiles, partió de la base de Comodoro Rivadavia en su Mirage Dagger rumbo a Malvinas y nunca regresó. Tenía 27 años. Lo derribó un Sea Harrier de la Marina Real británica y su cuerpo nunca fue encontrado.
Dos semanas después, el 14 de mayo, su primo Osvaldo Ardiles, que estaba concentrando con la Selección a menos de un mes del debut en el Mundial de España, apareció en el especial de televisión Las 24 Horas por Malvinas que, se suponía, estaba destinado a recaudar fondos para los soldados argentinos en las islas.
Incómodo, el futbolista declaró: “Quiero agradecer en nombre de todos mis compañeros que nos hayan invitado a este programa y que podamos estar así, juntos, de alguna manera, poniendo nuestro granito de arena para esta gran causa nacional que son las Islas Malvinas”. En ese momento su familia no tenía en claro si José Leonidas había muerto o estaba prisionero de los ingleses.
Cuando arribaron a España, los futbolistas argentinos sintieron abrirse un telón que reveló un cruel escenario de realidad muy lejano al «¡ESTAMOS GANANDO!» que gritaban los medios adictos a la Dictadura en Argentina. La diferencia abismal entre el poderío británico y la improvisación argentina hacía que el desenlace fuese una cuestión de tiempo.
El 13 de junio, la Selección campeona del mundo debutó en España y perdió ante Bélgica por 1 a 0. A más de 11 mil kilómetros al sur, cerca de Puerto Argentino las tropas británicas asediaban en la ofensiva definitiva. En medio del fuego cruzado, algunos soldados pudieron escuchar el partido en una radio que habían robado de una casa kelper abandonada. Un día después, el dictador Leopoldo Galtieri confirmaba la rendición.
El Mundial y la Guerra siguieron cruzándose trágicamente. El 18 de junio, cuando Argentina se recuperó goleando a Hungría, Galtieri fue desplazado de la presidencia. El 1° de julio, Reynaldo Bignone asumió en su lugar y anunció el fin de la veda política; un día después, Argentina perdió 3 a 1 con Brasil y quedó eliminada del Mundial.
Mientras el país seguía lamentándose por la mala suerte de compartir grupo con Italia y la misma canarinha, el Ejército daba a conocer las primeras cifras oficiales del conflicto: 156 muertos, 105 desaparecidos, 883 heridos, 222 enfermos y 335 soldados retenidos en las islas.
Muchos años después, el capitán de aquella Selección, Daniel Passarella, afirmó que Argentina no debió ir a España en 1982. No, aquella Selección no tendría que haber ido a España a jugar el Mundial en medio de una guerra. Y no, aquellos pibes de menos de veinte años y nula experiencia no tendrían que haber ido a las Malvinas a pelear una guerra perdida de antemano.
No, no tendríamos que haber ido.
Este artículo fue originalmente publicado en el newsletter Cabeza de Pelota, al cual les recomendamos suscribisrse: https://open.substack.com/pub/cabezadepelota/p/no-tendriamos-que-haber-ido?utm_campaign=post&utm_medium=web