Por Mónica Santino (@MonicaSantino)
Sin pedir permiso, mezclándose en partidos de pibes, los ojos que se pierden atrás de una pelota que pica, rebota y sale para cualquier lugar. Así aprendió Estefanía Banini, una de las futbolistas argentinas más importantes de estos últimos tiempos, a jugar a la pelota.
Pegada a la cordillera que no se puede dejar de ver y oficia de muro inquebrantable, Mendoza es el escenario donde la niña y luego adolescente, Estefi, arranca las primeras ilusiones y sueños de pelota.
La directora técnica, Silvana Villalobos (entrevistada en este número), es la referencia de Estefanía Banini, una de sus guías futbolísticas con quien compartió los primeros tiempos en la escuela Las Pumas. En su carrera como entrenadora, Silvana ostenta haber dirigido varones en la Liga Mendocina. Formó a jugadoras como Gimena Blanco, Chiara Singarella y a la propia Banini.
“Estoy en conversación constante con Estefi. Cuando jugamos el primer nacional con 15 años, ella salió como revelación. He tenido suerte de sacar tantas jugadoras importantes. Me siento orgullosa y feliz porque las veo y sé que crecieron conmigo porque me escucharon y se la jugaron en un momento que era difícil. Ver a Estefi en este nivel me acaricia el alma. En mi placard tengo todas las camisetas de mis jugadoras y ese sentido de pertenencia no me lo quita nadie”.
En los pies de Estefi, amagando, enganchando y gambeteando, nacía el canto en las tribunas, protagonizado por miles de mujeres que coparon la cancha de Arsenal de Sarandí, una tarde de noviembre de 2018: “A Banini vas a ver gambetear la Torre Eiffel”. Era la ebullición de la lucha por la despenalización del aborto. La marea verde poblaba el estadio y caminaba por el Viaducto envuelta en banderas celestes y blancas. Los pañuelos convencidos no faltaron.
Banini falló un penal. Con la serena convicción de las que nunca bajan los brazos, luego de una memorable apilada, la mendocina iba a hacer un golazo de esos que dejan las gargantas enrojecidas en los festejos. Ocurría esa tarde que nos dijeron que nunca iba a pasar. Canchas llenas, sí. Paredes, gambetas, puños apretados, cantos propios. Niñas que conocían a sus ídolas y se referenciaban en ellas. Cultura de fútbol que empezaba a ser nuestra.
El pelo rubio atado inconfundible. El gesto serio y que de a ratos fugaces sonríe brevemente. Así vimos debutar en el Parque de los Príncipes en París, a Estefi en un Mundial. Contra Japón. Primer punto para una selección argentina en mundiales de fútbol femenino. La imagen de Banini con la pelota, rodeada de japonesas, es el fiel reflejo de cómo se jugó ese partido. Se apostaba por cuanto iba a ganar el conjunto asiático. No entró ninguna. Ese empate tenía gusto a victoria. Algo empezaba a cambiar para el fútbol de mujeres argentino.
Cuenta Silvana Villalobos que en las visitas de Estefi a Mendoza cuando ya jugaba en España, jamás dejaba de pasar por su antiguo club. Se metía en algún equipo de futsal, porque lo que más quería era jugar. Estiraba el tiempo lo máximo posible. Vestida de futbolista llegaba al aeropuerto para regresar a Europa. No se perdía los partidos, tampoco el avión. Con tal de jugar un minuto más, lo imposible se hacía posible.
Se plantó Estefi con sus compañeras. Terminado el Mundial de Francia 2019, con algunas compañeras más pidió cambios en el cuerpo técnico. Para crecer, para ser mejores. Esos reclamos tan justos como necesarios no fueron escuchados ni comprendidos en su medida. Dejar sin jugar fue, una vez más, la dolorosa respuesta. Pasó el tiempo de la rabia y las lágrimas. Un nuevo cuerpo técnico convoca. Y algunas de las que se atrevieron a levantar la voz son nuevamente citadas.
Banini había sido incluida en un once ideal de todo el mundo. Venía de ganar la Copa de la Reina con el Atlético Madrid. Con una carrera inmensa y a los 33 años, se vuelve a poner la camiseta que más queremos para representar a la Argentina en el Mundial de Nueva Zelanda y Australia. Ya es 2023 y anuncia que será el último y el seguro retiro de la Selección Argentina.
El debut contra Italia la encuentra nuevamente defendiendo el potrero, la gambeta, los caños de futsal y la cabeza levantada. No podrá ganar un partido con la Selección. Pero la frase “jugamos de igual a igual” será su sello distintivo para siempre. Como el pelo atado, como el ceño fruncido, como la sonrisa imperceptible.
Tenemos historia, lo sabemos. Voces que se levantan y enfrentan el orden establecido. Queremos ser mejores, queremos las mismas posibilidades. Amamos el juego. Como las pioneras de todas las épocas, aquellas que nos enseñaron que no hay nada más importante que la compañera que camina a tu lado. La que produce el milagro de estar juntas. Las que jamás se dejaron vencer porque llevan revolución en sus botines.
Será siempre nuestra Banini, nunca la Messi. Será Estefi para miles de pibitas que hoy agarran la pelota y saltan a la cancha. Quieren enganchar, dejar rivales en el camino como lo hace ella. La que lleva la 10 en la espalda y si no la dejan luce el 22.
Dice la 10 del 10: “Para mí Diego fue, es y será sinónimo de fútbol. Aunque no sólo eso, la pasión que reflejaba y transmitía por la selección argentina es incomparable. Marcó la infancia de nuestros padres, quienes se encargaron de transmitirnos todo, y me siento en la hermosa obligación de seguir con esa tradición”, dijo Estefi luego de la partida física de Maradona. Dos que hablan un mismo idioma en la cancha y que se conectan en este proyecto que se llama La Pelota Siempre al 10.
En ese sentido, celebramos esta decisión de realizar un número sobre una futbolista mujer. Sin nosotras, los relatos de fútbol son incompletos, les falta una pata, dejan afuera tantas historias para contar. Pero la pelota no se mancha y más temprano que tarde la cancha se empareja.
Mientras haya futbolistas habrá posibilidad de transformarlo todo. El fútbol y la vida. Trepar y mirar del otro lado del muro de la cordillera. Observar el mundo con nuestros sentidos, saberes, historia y grupalidades. Con la pelota debajo de la suela. Con nuestras idolas y con nuestras canciones. Estefanía Banini es bien nuestra y hay que disfrutarla.
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