Foto: Twitter (@norbertocimino)

Hugo Villaverde, el hombre que hablaba con fútbol

Falleció el inolvidable zaguero rojo a sus 70 años. Cimentó en silencio una carrera tan brillante que desató una ola de homenajes

Por Augusto Dorado (@augustodorado)

Aunque la muerte es el último episodio de la vida y el mismo desenlace espera inevitablemente a todo ser viviente, no deja de ser un golpe para uno cuando la parca se lleva a alguien cercano a sus afectos: cuanto más querida la persona, más fuerte el impacto.

Aunque la muerte tuvo la cortesía de elegir un día 17 –“la desgracia” en el credo quinielero- para ir a buscar a Hugo Eduardo Villaverde, la noticia fue dolorosa como un planchazo al tobillo para el pueblo futbolero; poco que ver con el estilo de alguien al que todo el mundo recuerda como un tiempista fabuloso en la cancha, con sus cruces de antología y habilidad para anticipar delanteros, un “último hombre” capaz de despejar con astucia y elegancia el peligro en el área propia.

Hizo posible lo imposible (aunque tampoco escatimó la “pierna fuerte y templada” que mandata el himno del Rojo de Avellaneda) en una carrera de poco más de 15 años en la Primera División del fútbol argentino. Solo transitó un tiempito en Colón de su Santa Fe natal para luego meterse eternamente en la historia grande del Club Atlético Independiente desde 1976 hasta la temporada 1988/89.

Hablamos del futbolista, pero tenemos que hablar de la persona, del ser humano: el pesar es muy grande por esta infausta noticia de la desaparición física de Hugo Villaverde”, abrió con voz entrecortada el periodista Eduardo González su programa partidario Independiente de América (los domingos desde las 22 por la AM 570), luego de calificarlo –con justicia- como el mejor tiempista que haya visto jugar al fútbol.

Innumerables protagonistas que lo conocieron personalmente rescataron este otro aspecto de Villaverde: fue una gran persona Magoo, apodo que le enchufaron por su miopía. Era “corto de vista” y tenía que usar sus lentes de contacto para jugar: este domingo 17 de noviembre reflotó el recuerdo de la anécdota de un Villaverde buscando sus lentes en el verde césped.

Apenas llegó a Independiente, algún integrante del plantel se percató de la situación y al consultarle cómo no tenía otros –incrédulo por la humildad del jugador- ordenó comprarle otros 3 pares de lentes para que tuviera repuestos a mano.

Cuenta la leyenda que si la anécdota de Magoo buscando sus lentes volvió a repetirse en otras canchas fue más por astucia del zaguero para zafar de alguna amarilla que por real necesidad. Siempre estaba dispuesto a hacer lo que sea para proteger a su equipo y evitar la desventaja, aunque Villaverde no solo se encargaba de la defensa: era el que desde atrás empujaba para adelante.

En aquel histórico partido ante Talleres de Córdoba por la final del Nacional ’77, cuando Independiente sufrió 3 expulsiones y quedó en desventaja numérica obligado a buscar un gol de empate para consagrarse campeón, Magoo les ordenó a sus compañeros que fueran a buscar ese gol: “Vayan todos, me quedo yo solo atrás”. La hazaña se concretó, de más está recordarlo.

“Villita” era para sus compañeros dentro de la cancha prácticamente un general más que un capitán. Néstor Clausen, que estaba a su derecha en la defensa del –para muchos- mejor equipo de la historia de Independiente, recordaba en un posteo en redes sociales cómo aprendía de su número 2: “Negrito, vos encimalo a Caniggia, no lo dejes recibir y si se la dan, no lo dejes dar vuelta. Si se la llegan a tirar larga, no te preocupes que salgo yo al cruce y lo reviento”, le indicaba Magoo.

“Así era él, muy responsable con lo que pedía el entrenador y cuando podía agregaba estrategias como en este caso para aportar más al equipo”, cerraba el recuerdo Clausen que al día siguiente abrió su programa radial en Bolivia (donde reside actualmente) con unas sentidas palabras para “Villita” a quien definió como un maestro.

Otro periodista memorioso, Jorge Rizzo, en la mencionada audición de AM 570 destacaba que “Enzo Trossero no daba pie con bola cuando llegó a Independiente. Se les ocurrió traer a Villaverde con el que hacía dupla en Colón, para potenciarlo. Hicieron la mejor dupla de centrales de la historia”.

Para los requerimientos del fútbol del siglo XXI, esta industria del espectáculo deportivo -que prácticamente obliga a los protagonistas a las conferencias de prensa y las declaraciones rimbombantes- muy probablemente lo hubiera condenado por “mudo”.

Es que Villaverde tomó la determinación de no hablar nunca con la prensa desde que se vio envuelto en cuestionamientos por una lesión que sufrió en un amistoso con la Selección Argentina ante Escocia, el mismo día en que Diego anotó su primer gol en celeste y blanco.

Hugo Villaverde hablaba con su fútbol, el lenguaje que mejor manejó y en el que tuvo una destreza comparable a la de un Borges en la literatura. Tanto es así que, aunque no dejó ninguna declaración memorable, cuando el jueves 21 de noviembre su Independiente enfrentó en partido oficial a Gimnasia el estadio se transformó por un rato de nuevo en la Doble Visera y un estruendoso “Hugooo, Hugooo” llovió desde las tribunas.

Fue durante un sentido homenaje que en el entretiempo le tributaron el club, su familia y sus colegas-amigos, con Enzo Trossero a la cabeza. Por si fuera poco, para completar un homenaje memorable, el partido terminó en triunfo con gol del número 2, el siempre cuestionado Joaquín Laso.

Algunas carencias de infancia le pasaron factura a Villaverde durante su carrera y le impactaban en el estado físico en forma de lesiones diversas. Con mayor o menor regularidad, siempre volvía al equipo como pieza fundamental. Hasta que, en 1988 en el Monumental, para la fecha 19 del campeonato 88-89, una embestida de Passarella lo mandó nuevamente a la enfermería.

Logró un último campeonato y decidió colgar los botines. Esa fue su “last dance” en una cancha. Atrás dejó una carrera que decantó en 7 de los títulos más importantes de la historia del Rojo: la Copa Interamericana 1976 (donde marcó su único gol), el Nacional 77 y el 78, el Metropolitano 83, la Libertadores 1984 y la Intercontinental (equiparable a un campeonato del mundo para los clubes en esa época) de ese mismo año frente al Liverpool en Japón, además del mencionado campeonato 88-89.

Pero por fuera de todo ese cúmulo de gloria, dejó una imagen con la que lo recuerda quien lo haya visto jugar y que bien sintetiza Alejandro Fabbri: “Fue un tiempista, muy veloz y con un gran quite”. Por eso se destacaba en un equipo desbordante de figuras en el que tiraba magia un tal Bochini.

Con buen tino, la comunicación institucional del club eligió un fragmento de un hermoso texto del periodista Claudio Gómez que se transformó en el corto “Una camiseta con el número 2” producido por el colectivo «Teatro x la Identidad».

“Se quedaba siempre en el fondo, siempre como último hombre, y empujaba al equipo para que fuera al frente. Jugaba para que sus compañeros jugaran. Fue el tipo más solidario que alguna vez pisó una cancha. Equipo. Concepto de equipo. Eso era Villaverde”. No existen mejores palabras para homenajear a un jugador que no utilizaba la voz: hablaba con fútbol.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *