Por Piru Ferreyra (@Piru_Ferreyra)
“Cuando llegué a primera división el Viejo me tuvo un año sentado en el banco, en ese tiempo aprendí muchas cosas y cuando me tocó jugar no salí más”, contó Chirola Romero en conferencia de prensa a casi 30 años de su debut de la mano de Carlos Timoteo Griguol. Tanto tiempo en los calendarios, tan poco para la academia de fútbol tripera que con vaivenes temporales nunca dejó de latir en el corazón de Estancia Chica.
Si visitás el predio en Abasto, el Bosque en 60 y 118, el Bosquecito y hasta el Polideportivo, alguna referencia manifiesta o latente al último docente del fútbol argentino te vas a encontrar. Es que el Viejo dejó una marca imborrable en el Club de Gimnasia y Esgrima La Plata. O más que marca, una huella en el camino para quien le toque hacer respetar los valores inculcados allá por los años noventa.
Como en los cuentos fantásticos, la historia de Gimnasia y Timoteo tiene elementos inexplicables que crean una ruptura con la realidad dejando de lado a las leyes físicas y convencionales.
Casi siempre en los relatos del género literario en cuestión se produce un evento extraordinario y no se sabe con certeza si lo que está pasando es real o no. El Clausura 95 fue el clímax de una historia que no escribió Horacio Quiroga ni Edgar Allan Poe, sino el cordobés meticuloso de Las Palmas. O el Lechuza, como le decían en su pueblo, por mirar fijo, penetrante.
Cuando se acaricia la gloria cambian para siempre las expectativas y los deseos. Timo empezó a escribir su historia en Gimnasia entre los años 94 y 95 sin refuerzos (cualquier similitud con la actualidad es pura coincidencia). Fue cuando le tocó hacerse cargo de un Lobo de capa caída ubicado en la decimosexta posición de la tabla, golpeado anímica y futbolísticamente.
A la base integrada por Enzo Noce; Sanguinetti, Morant, Ortíz y Dopazo; Gustavo Barros Schelotto, el Chaucha Bianco, Lucio Alonso y el Yagui Fernández; Guillermo y Lagorio la cargó de suficiente sentido de pertenencia y amor por la labor, pero sobre todo por el escudo. Le sacó jugo a lo que le tocó. La metamorfosis resultó inimaginable.
Ni el más optimista hincha de Gimnasia soñó con pelear el campeonato tan rápido, con tanta chapa. Empero, a fuerza de resultados se atrevió a soñar y a entender y a creer que todo es posible.
¡Se veían almas triperas por todo el país! El equipo del 95 era toda una sensación, uno de los protagonistas y candidatos a ganar y campeonar. Gimnasia desplegó una excelente campaña con 12 triunfos, 5 empates y solo 2 derrotas, manteniéndose invicto desde la fecha 6 hasta la 18. Los triperos de Timoteo contagiaban y transmitían ilusión a la hinchada que llevó adelante las movilizaciones más grandes del fútbol argentino y las más importantes y memorables de la historia del club.
A la ciudad de Rosario acompañaron 20.000 hinchas, una cantidad mayor fue a Caballito. Cerca de 10.000 personas aullaron en la popular de Figueroa Alcorta del Monumental. Allí hubo otros elementos fantásticos: alteraciones del tiempo o del espacio, portales a dimensiones paralelas, intromisión del sueño en la realidad, entusiasmo devenido en alucinación. Algarabía para alejarse de la angustia que genera la finitud de la existencia humana y la que motiva al hombre a preguntarse por el sentido de la vida.
Angustia que el propio Griguol consideraba que manifestaba o sufría el jugador de fútbol antes de cada partido. “Golpeándolo un poco le sacás esa angustia y se suelta más rápido”, fue la confesión en una entrevista al diario La Nación, por el año 1998.
El ritual era darle una palmada en el pecho a cada futbolista antes de salir al campo de juego como última puntada de un trabajo meticuloso que apuntó al buen fútbol y a los buenos modales. Práctica que día tras día inculcó a sus dirigidos en las canchas del predio que hoy ostenta un campus de alto rendimiento con su nombre.
En un acontecimiento de ciencia ficción, fuera de libreto o simplemente inesperado, Gimnasia quedó segundo detrás de San Lorenzo de Almagro que aprovechó un traspié del equipo del Viejo en el último partido, le ganó a Rosario Central y se adjudicó el mítico Clausura 95.
Al recordar aquellos pasajes de la historia gimnasista se eriza la piel, transpiran las manos y el corazón se acelera. Por el magnetismo entre la gente y el equipo, por la explosión popular, porque se volvió a creer, y porque la ilusión se hizo trizas. Porque lo fantástico se volvió dramático ese frío 25 de junio de 1995.
Aquel torneo constituye hoy mucho más que un recuerdo deportivo, cala en lo más profundo de la identidad tripera porque representa la artesanía del Maestro cordobés y la antesala de lo que sería una época dorada tripera en el 96 con el Beto Márcico como figura consagrada y los mellizos Barros Schelotto. La historia es conocida.
El Viejo está presente en sus aprendices directos, en los y las gimnasistas, y en los espacios que hoy habitan sus valores. Un cartel con su imagen vive en Estancia Chica junto al mensaje: “Donde los sueños se cumplen”.
Porque no solo intervenía en pulir la visión de juego del zaguero o en ajustar la técnica del enganche, sino que se interesaba por conocer si sus jugadores vivían en familia, si estaban en pareja, si estudiaban y si cuidaban el dinero. Ahí, en la profundidad de Abasto. Ahí, en el golpe que cada tripero y cada tripera se da en el pecho cada tanto para soltar más rápido la angustia.
El legado de Carlos Griguol es incalculable para un club que camina tras sus pasos y para muchos laburantes que siguen su ejemplo. Actualmente el 90% de los integrantes del plantel surgieron de las divisiones inferiores de Gimnasia. Todos tienen el ADN griguolista. Gimnasia también es portador del gen.
De hecho, hay quienes aseguran escuchar por las noches abastenses el motor del tractor que Timo consiguió para cortar el pasto. Otros dicen que, si tomás la calle 208 para llegar al predio se escucha, a la par del sonido de los teros, un cantar de tonada cordobesa. Una marca registrada. También aseguran que al amanecer se lo ve al Viejo correr como un desquiciado dando decenas de vueltas a la cancha N°2.
Estancia Chica fue (es) su lugar en el mundo. Allí donde los sueños se siembran, se crían, se cosechan y se cumplen. Como los de tantos pibes. De La Plata y del interior del país. Como él. Como muchos otros que encontraron en el fútbol una manera de encarar la vida, y que esa filosofía supieron aplicarla al deporte. “Lo más lindo de dirigir es enseñarles a los chicos. No sólo cómo pararse en una cancha, sino enseñarles cosas de la vida”, declaró en alguna oportunidad. Esas enseñanzas son el estandarte que te atraviesa el alma una vez que ingresás al mundo tripero.
Hoy, cientos de pibes chicos y no tanto se llaman Timoteo, a otros no les falta llevar su nombre para evidenciar llevar su marca. Un verdadero hacedor de personas. Un sabio. Un adelantado. El Maestro.
Así que ya sabés, al Lechuza de Las Palmas lo encontrás en Estancia Chica. Por nuestra gloria y la de todo el fútbol.
Este texto fue originalmente publicado en nuestra cuarta revista, dedicada enteramente a la figura de Griguol. Podés conseguirla acá: https://lapelotasiemprealdiez.mitiendanube.com/productos/revista-n4-carlos-timoteo-griguol/