Por Bruno Correa (@br1correa)
Joe Gaetjens se confió de más aquella mañana de julio de 1964 cuando desistió de huir de Haití junto a su familia luego de que el dictador François Duvalier, al que cariñosamente le decían Papa Doc, se armó una constitución a medida y se proclamó presidente vitalicio con derecho a sucesión.
Aunque su hazaña máxima había sido con la camiseta de la selección de Estados Unidos, aquel gol que alcanzó y sobró para ganarle a la soberbia Inglaterra en el Mundial de Brasil 1950, tenía bien ganado el prestigio en su país natal.
Creía que eso le alcanzaba para protegerlo de la burocrática criminalidad de los tontons macoutes, la guardia pretoriana de Duvalier, pero se equivocaba. A las pocas horas, pasó a formar parte de la fría estadística de desaparecidos del régimen. A Joe la política no le importaba nada, pero pagó la activa militancia de sus hermanos, exiliados en República Dominicana, que formaban parte de una conspiración que planeaba derrocar al dictador.
Pese a ese desliz, quizás una torpeza -los tontons macoutes no eran precisamente una tropa de élite-, Papa Doc no era un ignorante del fútbol ni desconocía el bronce de héroe nacional que bañaba a Gaetjens. Por el contrario, Duvalier exprimió al máximo la raigambre popular del fútbol en su pueblo para llevar agua a su propio molino.
Se interesó especialmente en la Selección Nacional, que por obra y gracia del destino, casualmente estaba alumbrando una potente generación de futbolistas. A la suerte hay que ayudarla, pensó Papa Doc, y empezó a inyectar dinero en el proyecto con la única premisa de meter a Haití en una Copa del Mundo.
“Dondequiera que jugábamos con un rival del Caribe, nos alojábamos en buenos hoteles y nos alimentábamos bien. Muchos de nosotros veníamos de familias pobres, y François Duvalier trajo brillo a nuestras vidas. Para nosotros, él era el dador de vida, un rayo de esperanza y hubiéramos hecho cualquier cosa por él”
Roger Saint-Vil, exfutbolista de la Selección de Haití.
Dos años después, en 1971, Duvalier murió. Lo sucedió su hijo Jean Claude, conocido cariñosamente como Baby Doc. Cuando Papa Doc dejó este mundo, nueve de cada diez haitianos eran analfabetos, la mortalidad infantil se empinaba hasta el 170 por mil, el promedio de vida apenas superaba los 40 años y la renta per cápita era de ochenta dólares.
Así y todo, para Jean Claude era importante cumplirle póstumamente el sueño a su padre de ver a Haití en un Mundial. Por eso consiguió que Puerto Príncipe fuera la sede del Campeonato de Naciones de la Concacaf de 1973, torneo que otorgaría la única plaza para el Mundial de Alemania de 1974. Lo consiguió invirtiendo bastante dinero en reformar el estadio Sylvio Cator y construyendo instalaciones deportivas.
Pero, tal parece, no fueron las únicas inversiones de Baby Doc. En la segunda fecha del hexagonal, Haití le ganó 2 a 1 a Trinidad y Tobago en un partido con algunas apostillas: el árbitro salvadoreño José Roberto Henríquez le anuló cuatro goles y no le cobró dos penales a los visitantes.
Las tribunas eran un hervidero que incluía brujos vudú -los Duvalier eran sacerdotes de este rito- practicando maldiciones en vivo y en directo, arrojando objetos indescriptibles dentro del campo de juego.
Con la fuerza de la localía, y algunos condimentos más, Haití ganó el torneo y consiguió -al fin- el boleto a una Copa del Mundo. El sueño de Papa Doc estaba cumplido.
Baby Doc no se sentía lleno por solo ir a Alemania. Tampoco le morigeraba el hambre el sorteo que puso a Haití en un grupo imposible con Italia, Polonia y Argentina. Jean Claude quería gloria. O, tal vez, un módico circo para contrarrestar la escasez de pan.
En esa empresa, unos días antes de la partida de la delegación rumbo al Mundial, les organizó un agasajo de despedida donde buscó inyectarles ánimo. O miedo, porque en su discurso los instó a “seguir el ejemplo de Joe Gaetjens”. Un cable pelado viboreó las espaldas de los futbolistas.
El debut dejó conforme a Baby Doc. La caída 3-1 ante Italia fue meritoria para Haití, que puso en aprietos a los europeos al empezar ganando con un gol del delantero Emmanuel Sanon -a la postre leyenda de la Selección-. Ese gol le quitó un invicto de más de 1.100 minutos al legendario Dino Zoff. Una de las figuras del equipo caribeño fue el defensor Ernst Jean-Joseph, responsable de que el marcador no terminara más abultado a favor de la Azzurra.
En 1966, la FIFA había comenzado una política antidopaje con controles a los futbolistas luego de los partidos. Pero recién en 1974 apareció el primer caso positivo, en pleno Mundial de Alemania.
La noticia cayó como una bomba apenas dos días después del triunfo de Italia sobre Haití. El futbolista de la selección caribeña Ernst Jean-Joseph había dado positivo de fenmetrazina, un derivado de la anfetamina, en su control antidoping. La FIFA determinó su expulsión del torneo. Fue el primero.
El futbolista ensayó una defensa endeble. Dijo que había tomado un remedio para curar su asma sin saber que contenía una sustancia prohibida. Pero el médico de la Selección de Haití, el francés Patrick Hugeaux, inesperadamente lo hundió al negar que Jean-Joseph sufriera de una enfermedad respiratoria y que, aun así, la sustancia consumida sirviera para eso. “No es lo suficientemente inteligente para saber lo que estaba haciendo”, agregó en su descargo.
Aun aturdido por todo lo que había estallado a su alrededor, Ernst no llegó a comprender en qué lío se había metido cuando una avanzada de militares haitianos apareció en la concentración de la selección y lo secuestró a la vista de todo el mundo. Tenían la orden estricta de Baby Doc de poner a Jean-Joseph de inmediato en un avión de regreso a Puerto Príncipe. De camino al aeropuerto, para ir ganando tiempo, lo molieron a palos.
En ese marco, sus compañeros debieron enfrentar a Polonia por la segunda fecha del Mundial sin saber absolutamente nada de la suerte de Ernst. Perdieron 7 a 0. La vergüenza de semejante derrota debió ablandar el corazón del dictador, porque en la previa del último partido frente a Argentina, Ernst llamó por teléfono a sus compañeros para decirles que se encontraba bien, por no decir vivo, y que los iba a estar apoyando a la distancia. Perdieron 4 a 1.
Jean-Joseph recibió una condena exprés por “deshonrar a su país” en un juicio sumarísimo y fue encarcelado. Los tontons macoutes no se privaron de practicarle torturas y vejámenes mientras su nombre era borrado de la historia.
A los dos años, Baby Doc decidió sacarlo del ostracismo y devolverle la libertad, lo necesitaba para las Eliminatorias del Mundial de Argentina 1978. Ernst volvió a jugar para su Selección, aunque ya no hubo espacio para milagros. Haití nunca más volvió a una Copa del Mundo.
Retirado del fútbol, Ernst enfrentó su segunda desaparición, aunque esta vez por voluntad propia. Si bien se dedicó brevemente a la dirección técnica, pasó casi los últimos 40 años de su vida en el más estricto anonimato.
Murió el 14 de agosto de 2020, seis años después que Baby Doc. La Federación Haitiana de Fútbol (FHF) lo despidió con un brevísimo comunicado en el que brindó su “más sentido pésame a la familia de Ernst Jean-Joseph, exdefensor de la legendaria selección nacional». Del doping, del secuestro, la desaparición y las torturas, ni una línea.
Este artículo fue originalmente publicado en https://open.substack.com/pub/cabezadepelota/p/las-dos-desapariciones-de-ernst-jean?utm_campaign=post&utm_medium=web