Modelo 82: la zurda mágica de Alejandro en un equipo de colección

Un recorrido por aquel brillante Estudiantes del 82. El rol de Sabella en ese mediocampo de colección conducido por Carlos Bilardo. Un texto incluido en nuestra tercera revista digital.

Por Walter Vargas (@waltervargas58)

Nobleza obliga: sabrán disculpar el empleo de la primera persona del singular, pero confío en lo que sabe consentir un énfasis discursivo capaz de albergar algo más o menos aproximado a lo que el autor de estas líneas pretende evocar, reponer, testimoniar.

Deduzco que el vínculo de Sabella con Estudiantes nace el domingo 4 de mayo de 1975. Esa tarde, en el estadio hoy remodelado bajo el inconfundible nombre de Uno, el Pincha que dirige Bilardo le gana por 2-1 al River de Ángel Labruna, que, meses después, cortará la célebre sequía de 18 años sin vueltas olímpicas.

En la fecha de entresemana River había sacado adelante su partido con Racing y sin embargo sobrevolaba el vestuario cierta aureola de inquietud: se había lesionado el insigne Beto Alonso e iba de suyo que no jugaría en La Plata.

Y así fue nomás. La responsabilidad de portar la número 10 recayó en un joya de las Inferiores, un gambeteador empedernido que a sus 20 años se movía con pericia de veterano dentro y fuera de la cancha. Criado en el refinado barrio porteño de Plaza Guadalupe, hincha de Boca (sí, de Boca), aspirante a alumno de Derecho y adherente a la Juventud Peronista: Sabella.

Bilardo se salió con la suya, Estudiantes ganó con dos centros de laboratorio, pero cuando River estampó el 1-1 transitorio después de un sprint coreográfico rubricado con un derechazo rasante, el Doc les dijo a sus ayudantes: “¡Qué bien juega ese pibe!”.

Contra lo que piensan o desean pensar sus detractores, entre sus varias obsesiones el Doctor ha cultivado sin desmayos el valor de un buen número 10. Debutó en Primera en una delantera en la que brillaba Sanfilippo y ganó todo con Estudiantes en compañía de dos 10 de probada calidad y características diferentes. Bocha Flores: su cerebro entendedor y la zurda de terciopelo que en Nancy fascinaría al Platini adolescente. Juan Echecopar: todocampista dinámico, solidario, veloz y filoso.

Cuando a comienzos del año 82 asume por tercera vez la dirección técnica de Estudiantes, Bilardo ya había honrado su ponderación a los jugadores con capacidades especiales que portan el dorsal del número perfecto. En el Pincha, el español García Ameijenda, el misionero Carlos López, el marplatense Jorge Santecchia, el nicoleño Patricio Hernández. Y en Colombia, en Deportivo Cali, un tal Diego Edison Umaña, un prestidigitador de pelo ensortijado que lo había hecho renegar tupido por su escasa resistencia a las tentaciones de la noche.

“Sabella, Sabella, Sabella, hay que traer a Sabella”, repetía como un poseso, mientras los dirigentes se encogían de hombros y respondían al pan pan: “No tenemos un dólar ni en fotos”.

Del paso siguiente se ha escrito mucho. La anécdota ha corrido como reguero de pólvora, así que los eximiré de hablarles de la mojadez del agua. Bilardo acopia recortes de diarios que dan cuenta de la profunda crisis económica que vive la Argentina, junta mil dólares, sube a un avión y llega a Sheffield. Sorprendido y al tiempo halagado, el propio Sabella oficia de traductor con el dirigente inglés que tiene la potestad del sí y del no. La verba caótica y seductora del Doctor gana por goleada y pocas semanas después Alejandro ya es el lujoso 10 de Estudiantes que se pone el equipo al hombro hasta que en una semifinal del Torneo Nacional, versus Quilmes, una patada artera lo deja fuera de carrera.

“Vos hacé lo que sabés, tenela, tenela y hacé jugar. Lo único que te pido es que, cuando la perdemos, nos des una manito”.

Por aquellos días la revista Estadio me encomienda entrevistar a Bilardo en su departamento cercano a la Plaza Morelos: Flores. Entre pocillos de café, el Doctor me habla de su sistema ideal. “Tengo dos buenos puntas, Gottardi y Trama, se mueven, alternan, tienen gol. ¿Para qué quiero un wing-wing? Si lo necesito en algún partido, lo pongo al Gringo Galletti y chau. Lo más importante es tener gente que juegue bien en el medio campo. Si domino el medio campo, domino el partido. Y si domino el partido, hay más chances de ganar. ¿Sabés lo que me está faltando? Un socio para Sabella. Eso no me deja dormir”.

Un par de semanas después suena un teléfono en la redacción de Estadio. “Para vos, Walter. Es Bilardo”.

-Cómo te va, Walter. Te llamo para contarte que se me ocurrió un nombre para que sea el socio de Sabella. Es Trobbiani. ¿Qué pensás?

-¿Trobbiani? Un lujo, Carlos. ¿Querrá ir a Estudiantes?

-Querer, quiere, solo tengo una duda: ¿No se me descompensará el retroceso?

Asombrado por el honor que me dispensa el interlocutor, pero gozoso de mi impertinencia, le doy mi parecer.

-Ojo que Trobbiani ya no es el pibe calesitero que debutó en Boca en 1973, Carlos. Hasta donde sé en Elche jugaba como una especie de enlace con Gómez Voglino y también colaboraba en la recuperación. Además, tenés a Miguel Russo, que es un pulpo y si es necesaria más marca, eso te lo garantiza Lemme. Yo que vos, al pibe Ponce lo llevaría de a poco.

Sí, pueden pensarlo y decirlo: aquel periodista (y Pincha) que fui a los 24 años se despacha con una absurda, acaso ridícula, andanada de narcisismo.

Pero hete aquí que una de las virtudes más admirables de Bilardo es escuchar con atención a Beckenbauer sin desdeñar una certera observación del quiosquero de la esquina.

-Me gusta eso de Trobbiani como un media punta, un poco delantero, un poco volante que se junte con Sabella.

-Sabella, primera guitarra, Carlos. Trobbiani, segunda guitarra. Como en el rock.

-De rock no entiendo nada, a mí me gusta la cumbia, me dice el Doctor. Y suelta una risotada.

De rock, nada, pero de fútbol, mucho. Bilardo forja un Sabella insospechado cuando había emigrado a Inglaterra. Sin declinar ni un ápice de la gambeta –corta, impredecible, tormento de sus marcadores- aquel pibe de River deviene este hombre de Estudiantes que engalana la tradición de la número 10 en clave de sabia hormiguita que va y viene juntando compañeros, pases, vías de salida, de confección y de llegada. (Por las orillas con Camino y Herrera, por el medio con Russo, a veces con Ponce y sobre todo  con Trobbiani, el socio ideal  de paredes, preciosuras y  profundidades, tres cuartos de cancha calle arriba).

Ese Sabella prefigura el que 30 años después, al frente de la Selección, inculcará un apotegma con rango de ley de oro: “el nosotros antes que el yo”.

El Estudiantes del Metropolitano 82 corona el 14 de febrero de 1983, cuando en un partido cerrado Sabella pide la pelota tanto, tanto, pero tanto y recibe tantas faltas, que un defensor de Talleres se despista y comete el penal que el Tata Brown transforma en gol.

No bien termina la vuelta olímpica, corro raudo a los vestuarios y cuando entro veo a Sabella sentado en un largo banco enfrascado en el trámite de sacarse las medias.

-¿Dónde encontrás el gran mérito de este título, Alejandro?

-Mirá. Peleamos mano a mano con otro equipazo, como Independiente, pero creo que lo merecemos porque trabajamos mucho, muchísimo, mucho más de lo que se pudo ver en la cancha.

Le estrecho la mano y cuando me acerco a hablar con Trobbiani aparece Bilardo. Sabella se pone de pie y abraza al Doctor.


Este texto lo podés encontrar en nuestra tercera revista digital. La misma la podés conseguir por aquí y luego te la enviamos por mail.

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