Por Fabio Martín Olivé (@fmartinolive)
El verano en Argentina se caracteriza por sus arraigadas tradiciones. Diciembre trae consigo las festividades, las reuniones familiares, el conteo regresivo en Crónica, y la elección entre vitel toné o asado, acompañado por el clásico programa de Lavecchia.
En enero, el calor estalla tanto en la playa como en la ciudad, junto con la molestia de los mosquitos. Sin embargo, lamentablemente, una tradición que ha ido perdiendo fuerza en los últimos años es la de los torneos de verano en Mar del Plata.
Se ha incrementado la cantidad de partidos por año, aunque no necesariamente la calidad. La AFA creó torneos, copas, supercopas y exhibiciones en países árabes, pero en el camino perdimos la magia de la antigua y querida Copa Luis B. Nofal.
Esas noches de verano en las que se podían ver jóvenes con la cabeza rapada y refuerzos llegados del viejo continente generaban ilusiones entre los hinchas de que ese año sería el bueno. Desde la chilena de Francescoli en Polonia hasta Carreño abrazando a un juez de línea, esos encuentros eran el cóctel veraniego ideal, con la medida justa de seriedad y picante para que pudiera pasar de todo: batallas campales, goleadas, renuncias de entrenadores, Niembro haciendo lobby al político de turno o Palermo haciendo goles agarrado al travesaño.
El primer campeón no fue ni Boca ni River, ni siquiera un equipo argentino o, al menos, sudamericano. Vasas Budaspest SC, que había sido campeón de liga en 1966 y acababa de realizar una gira por Chile, fue el club invitado, junto a la selección de Checoslovaquia, para integrar el primer cuadrangular de verano en Mar del Plata junto a River y a Racing, reciente campeón de la Copa Intercontinental.
Los magiares eran considerados invitados de relleno, con los cuales José «Pepe» Piantoni y Samuel Ratinoff, los organizadores del evento, buscaban otorgar validez internacional y convertir a Mar del Plata en la «capital nacional del fútbol». Sin embargo, no fue fácil gestionar su ingreso al país debido a que no contaban con el beneplácito del gobierno de facto de Juan Carlos Onganía.
Aunque ambos equipos tuvieron que solicitar un visado especial, después de un exhaustivo control de datos personales, los checos fueron recibidos de mejor manera, ya que el estallido de la «Primavera de Praga» traía el aroma de libertad y anticomunismo que complacía a los militares. Esto fue contrario al Vasas, un club fundado por obreros metalúrgicos y que contaba con el apoyo del gobierno comunista de Hungría.
No era la primera vez que el Vasas realizaba una gira fuera de su país. En 1961, y en calidad de recientes campeones de liga, viajaron a la Costa Azul de Francia. En un día de descanso entre partidos fueron invitados a la casa de Pablo Picasso, quien los recibió para comer, beber y charlar un poco de sus dos aficiones: fútbol y socialismo.
Al acabar la velada, el artista le regaló a cada uno un jarrón pintado a mano por él. Los futbolistas, sin mucho conocimiento de la obra de Picasso ni de arte en general, comenzaron a jugar a arrojar los jarrones por la ventana del tren en su regreso a Budapest.
En Mar del Plata se esperaba que se comportaran mejor, se saquen algunas fotos con el lobo marino, no rompan nada y cumplieran su rol de «partners». Pero los húngaros esta vez demostraron más rebeldía dentro del campo de juego: dieron el batacazo al derrotar al Racing de Pizzutti por 3 a 1 con János Farkas, campeón olímpico en 1964, como figura destacada.
Antes de la final ante River, el central Kálmán Mészöly dejó su impresión sobre el fútbol de su futuro rival: «Pegan mucho y juegan poco. Solo el ‘viejito’ que estaba en el arco (en referencia a Amadeo Carrizo) y Ermindo Onega me gustaron».
Una declaración así sería impensada en esta época, pero la «roca rubia» estaba confiada en el trabajo de su equipo, que había logrado llegar a los octavos de final de la última Copa Europa (caerían ante el Inter de Milán). Los Millonarios, dirigidos por Ángel Labruna, eran los favoritos, pero sucumbieron ante el orden y la técnica de sus rivales. El marcador final fue 3 a 0, y el equipo que llegó como relleno y fue mirado de reojo por los militares, se llevaría la primera copa de verano al otro lado de la «Cortina de Hierro».
