Por Mauricio Saldaña (@maurisaldana)
Mientras transcurren los días, meses, años y cantidad de eventos futbolísticos, se siguen evidenciando patrones, guías de juego y moldes que los entrenadores muchas veces ‘imponen’ a sus jugadores con tal de generarse escenarios donde se sientan verdaderamente importantes, como si no encontrasen su lugar en el mundo por el mero hecho de comandar a un grupo de personas en un determinado momento por gracia de la vida.
Por supuesto, la calidad, condición y calaña de los partidos, puede verse afectado por el desdichado ego que manejan los entrenadores que se sienten o creen aún superiores a los protagonistas de este juego desde tiempos inmemorables: los jugadores. Dicho sea de paso, cada vez más personas involucradas advierten este tipo de sucesos que muchos hemos podido detectar y criticar, con formas y respeto, desde hace algunos años por evidentes razones.
Recordando las palabras tan bien formadas y articuladas de Melo y Lemos sobre temas más estratégicos y tácticos que demanda la actualidad en el torneo continental (Eurocopa), también retumbaban en mi mente lo que tenía para decir Juanma Lillo en plena Copa del Mundo en Qatar a través de un texto que era un disparo a los pies para muchas tribunas que endiosan la teoría, pero que en la práctica traspapelan las ideas escritas:

Dicho esto, cada tanto intento viajar en el tiempo recordando equipos y jugadores que tenían, por sobre todas las cosas, una pizca de alma. Lo digo porque si bien hay discusiones en el fútbol, sobre temas específicos, que son cíclicas, hay algo que no tendría que variar si vamos a hablar ya no de jugadores, sino de seres humanos: la movilidad.
Esto no es circunstancial ni mucho menos, sino que viene a ser un hecho instintivo y orgánico. ¿Los jugadores de hoy se mueven menos? ¿Los equipos de hoy tienen vida más allá de los ensayos? ¿Los jugadores de hoy desarrollan o estimulan el instinto? ¿Los equipos de hoy presentan arritmias acaso? ¿Por qué cada vez son menos los jugadores que encontramos verdaderamente singulares y con un sello totalmente reconocible?
Son algunas de las preguntas que me hago constantemente mientras veo los partidos esperando que suceda algo que me haga despertar del letargo, que me genere una sensación de satisfacción o que directamente me enamore haciéndome querer volver a ver esa jugada o acción que dejó el recuerdo.


Luego de ver el Turquía x Georgia de la primera fase de la Euro, me puse a pensar: ¿por qué algunas jugadas no se repiten más veces en los partidos? Primero (1) porque las jugadas que nos quedan en la memoria, no necesariamente esperamos que sean efectivas o que terminen en una acción de gol muchas veces, sino que ésas jugadas son las que evocan luego en una oportunidad, pero que nadie las olfateó antes, sino que únicamente los jugadores creyeron, intuyeron y protagonizaron a través de la espontaneidad, aparte de ser irrepetibles.
Segundo (2) porque muchos jugadores parecen no ser seres sensoriales, sino más bien autómatas que actúan a través de un botón, chip o el mandato de un click, como si fuesen parte del sistema de un equipo o aparato electrónico. ¿Y eso por qué? Porque permanecen obedientes al sistema, obedientes a aquello que han ensayado, entrenado y entregado su mente, mas no su corazón. Siempre tienen la respuesta inmediata, pero no la adecuada.
Tercero (3) porque son réplicas de aquello que parece tomar forma en distintos momentos del partido, pero que carece de sustancia. Allí reside cada sensibilidad que puede o no estar siendo próspera en un contexto debido de juego porque a final de cuentas, el jugador se entrega a fibras que le saben tocar, al momento exacto, a la palabra justa, al apoyo debido y al movimiento presuntamente correcto.
Cuarto (4) porque, como bien dije, cada situación es distinta a otra, cada secuencia está cargada de emociones. Un ejemplo fiel es el cansancio porque está condicionado íntimamente a lo que ocurre en diferentes tramos de la historia. Un jugador parece estar sin oxígeno, condenado al cansancio, agotado. Acto seguido el equipo anota un gol y ese jugador parece estar recargado al instante por una batería ilimitada: la mente.
Quinto (5) porque el entrenador de un equipo no promueve esas jugadas, no provoca que confluyan las sinergias necesarias de los mejores, no fomenta que esas secuencias tan anecdóticas y estéticas encuentren el camino ideal para fluir en tiempo y espacio, para contagiar a los suyos y para acumular los esfuerzos debidos, no logran unir los cauces creativos de los jugadores para descifrar espacios, no creen en la originalidad de la inventiva.
Ha pasado una vida desde aquel partido entre Brasil y Argentina que juntaba muchas estrellas, muchos jugadores memorables, pero también juntaba mucha movilidad. Es fácilmente perceptible cómo se mueven todos, cómo sienten cada posesión.
Robinho recibe la pelota y ya está pensando en moverse para volver a recibirla luego de pasarla, cómo va hacia la banda pero acto seguido la abandona yendo al frente, cómo Kaká está en un espacio alejado de la zona de la pelota, pero se mueve para ir a tener contacto con ella, cómo Ronaldinho inventa, cómo se vacía un espacio para que Cicinho tenga el suficiente margen para llegar, escalar, adelantarse, sorprender, etc.
Por momentos, pareciese que han pasado demasiados años para intentar visualizar movimientos fluidos, constantes, oportunos, seguidos, continuados unos por otros, todos funcionando por esa necesidad de recibir la bola para soltarla y luego volver a recibirla. Una y otra vez.
Por supuesto, existen entrenadores que se rinden ante la inexactitud, ingenio y rebeldía de algunos jugadores desde un prisma imperfecto, pero humanizado. Mientras repasaba un Escocia x Suiza, en muchos momentos quedaba perplejo por la exactitud, obediencia y cuidado de los movimientos en algunos jugadores. Había miedo de ser castigado por equivocarse al pasar la pelota, por no hacer el trazo/movimiento correcto o por simplemente darle rienda suelta a las necesidades humanas aplicadas al juego.
Claro, eso abre una ventana desde la cual muchos entrenadores pueden verse reflejados en un espejo. ¿Posicional? Diría que sí, por el mismo hecho de quedar encantados por cómo funcionan los ensayos, pero también porque la experiencia brinda aspectos de vivencia que descubren equivocándose, aprendiendo, moldeando el carácter, teniendo personalidad para decir “me equivoqué”.

Algunas personas piensan que Carlo Ancelotti tiene las canas que tiene porque se ha pintado el cabello, pero no, cada una de ellas representan vida, equivocaciones, aciertos, intentos de mejora, reproches a uno mismo, aprendizaje, evolución, transformación, imperfección, valentía y kilos de anécdotas.
Así forjó la persona que es, lo cual le da un valor incalculable en estos tiempos donde muchos entrenadores pretenden supuestamente lo contrario, calcular todo. Esa ‘contaminación’ los jugadores la huelen, pero se adhieren a ella aunque el instinto natural diga que no.

Texto publicado originalmente en https://maurisaldanac.medium.com/la-quietud-disfrazada-c63206f28984