Por Mariano Tosca (@marianotosca6)
“Lo quería Barcelona, lo quería River Plate; Maradona es de Boca, porque gallina no es”. Así cantaba «La 12” por aquellos oscuros días de 1981. Se dicen muchas cosas acerca de su pase; el pibe de oro que la rompía en Argentinos Juniors tenía ofrecimientos de todos lados. Y entre esas historias que se tejen alrededor de una mesa de café, algunos sostienen que Diego ya tenía el pase de palabra con River, pero no se llegó a firmar por un problema con el presidente Aragón Cabrera. Tampoco pudieron los catalanes y finalmente se puso la camiseta de Boca.
Yo tenía 9 años y ya entendía la pasión. Porque mi infancia transcurrió en un parque rodeado de pasto no tan parejo, lleno de pozos y una pelota siempre en el medio. Aquella noche de abril el otoño ya se hacía notar, era un viernes lluvioso y La Bombonera era epicentro de una ciudad que se preparaba para un fin de semana no tan futbolero: el domingo había Gran Premio de Fórmula 1 y corría Lole Reutemann. Se decidió que el superclásico no se superponga con la carrera que tenía al país en vilo.
-Quedate tranquilo –me decía mi viejo- ellos tienen a Maradona pero nosotros tenemos a Mario Alberto Kempes, en el arco está Ubaldo Matildo Fillol, y como si eso fuera poco está Leopoldo Jacinto Luque; cuatro campeones del mundo. Por más que tengan al pibe les ganamos fácil. Nombrándolos así, con su primer y segundo nombre a mí me daba mas seguridad; esos hombres gigantes y con esos nombres, nada podía salir mal.
Esa noche mi vieja no estaba en casa, y el clima era de libertad, de una noche especial, como si nos dejaran solos. Mi viejo era mi cómplice, la autoridad caía sobre “la Tacher” como la llamábamos con mis hermanos, aludiendo a la “Dama de hierro”. Mi hermano mas grande tampoco estaba; con mi viejo y mi hermano mellizo, que a esa altura todavía no había cometido la terrible traición de hacerse de Huracán, nos quedamos en la cocina, y mientras se escuchaba la lluvia pegar sobre el toldo de chapa en el patio cerrado, escuchábamos la radio sobre la heladera.
Una velada íntima, una noche especial. La voz de Victor Hugo, el relator recién llegado de Uruguay, que ya se estaba quedando con la audiencia que lideraba el relator de América, José María Muñoz, nos empezaba a contar las primeras incidencias del partido.
El primer tiempo fue muy peleado, se luchaba en el barro; hubo expulsados, uno de cada lado; en Boca Escudero y en River, nada extraño, Mostaza Merlo. Me venció el sueño, me quede dormido en la mesa y apenas arrancó el segundo tiempo me fui a dormir. El sueño fue maravilloso; Tarantini y Passarella no dejaron que se acerquen mucho al arco; las veces que llegaron el Pato se lució como en el Mundial 7’8; arriba el Beto Alonso se cansó de asistir a Mario Kempes, y el Matador hizo dos goles.
Al despertar el sábado a la mañana, y mientras me preparaba los botines para el primer picado en el parque, lo primero que pregunte fue cual había sido el desenlace del partido.
– No se puede hacer nada con este pibe – me dijo mi viejo con aire de resignación-. Por algo se lo quieren llevar a Europa, y encima con Brindisi al lado… sí, el que jugaba en Huracán y vimos en el Ducó hace poco todavía jugando en el Globo. 3 a 0 abajo. Ni el Pato nos pudo salvar. Vayan a jugar al parque; está un poco embarrado todavía. Como el partido de ayer…
Mi sueño no había tenido nada que ver con la realidad; salvo por una sola cosa. En mi sueño también Maradona había jugado de maravillas; es que ni siquiera en el sueño mas surrealista el pibe de rulos podía llegar a jugar mal.
Muy bueno!!! Me encanto 👏👏👏
Hicistes que me lo deborase todo hasta el final. Felicitaciones.
Recuerdo esa cocina, recuerdo a esos padres, y disfruto de un nuevo viaje literario de mi amigo Mariano.