Por Fabio Martín Olivé (@fmartinolive)
“El guardiolismo ha arruinado una generación de defensores en Italia. Todos quieren salir jugando desde atrás pero ninguno sabe marcar al hombre. Es una pena que se pierda la esencia de una escuela” declaró Giorgio Chiellini luego de que Italia no pudiera lograr la clasificación para el Mundial 2018.
Chiellini cargó sobre los hombros de Pep la responsabilidad de que Antonio Conte se hubiera aburrido de la selección y la federación eligiera a Giampiero Ventura para continuar su trabajo. En una línea similar, Patrice Evra también lo criticó al afirmar que “es uno de los mejores DT’s, pero mató el fútbol. Ahora tenemos robots, desde la academia todos quieren jugar como Guardiola”. La culpa de todos los males parece ser del español.
Desde que asumió como entrenador del Barcelona en 2008, Guardiola ha tenido fervientes acólitos y implacables detractores. Su Juego de Posición ha recibido críticas variopintas: que es aburrido, arriesgado, inviable y ahora, incluso, por desperzonalizar futbolistas.
Pep se mueve en un amplio espectro entre héroe y villano, y lo hace sin ceder en sus ideas y formas, pero, sobre todo, lo hace ganando. Desde su debut que gana y vuelve a ganar, el problema es que ahora lo hace en un club que queremos ver perder.
La antipatía histórica que pueden producir clubes poderosos como Barcelona o Bayern Münich es distinta a la del Manchester City. Los más de 100 cargos en su contra, la estafa piramidal que representa el modelo del City Group y que un multimillonario, de la noche a la mañana, rompa con todo a base de dinero de turbia procedencia genera una antipatía especial hace los Sky Blues. Pep es el responsable de hacer imbatible al monstruo y que ganen los malos siempre es más aburrido. No permiten historias heroicas.
Guardiola ha envejecido y se ha vuelto más conservador. Las derrotas han generado traumas y cortes en su rostro. Las eliminaciones ante Real Madrid y Atlético de Madrid cuando dirigía al Bayern o su primera temporada en la Premier League han aumentado sus temores a los contragolpes y su obsesión por controlar cada detalle y momento. No quiere sorpresas.
El encarcelamiento de los jugadores en posiciones y movimientos predeterminados, como si fueran piezas de ajedrez, lleva al equipo a bascular alrededor del área rival, similar a un equipo de handball, pero sin la posibilidad de cobrar un juego pasivo para obligarlos a cambiar.
Tienen la posesión, sí, pero el equipo es mucho más defensivo que antes. Cuando era técnico del Barcelona, declaró que odiaba el “Tiki Taka”, esa sucesión de pases sin ningún tipo de riesgos y de la que hoy el Manchester City tanto abusa.
La figura de Jack Grealish encarna una de las principales críticas. Su fútbol desfachatado se descolora en el fordismo guardioliano. Si Paul Gascoigne o Chris Waddle hubiesen jugado en esta época bajo las órdenes de Guardiola, quizás habrían sido mejores jugadores y habrían ganado más, pero no tendrían esa encantadora personalidad que los elevó a la categoría de mito.
Lo que no se le puede achacar a Guardiola son problemas ajenos, como hicieron Chiellini o Evra. ¿Qué culpa tiene de la crisis de identidad futbolística de Brasil? ¿Es responsable de que quieran copiar su juego de posición en clubes con ideología y estilos totalmente opuestos? Para nada.
Pep, al igual que Bielsa, tienen muchos imitadores que copian su dialéctica, pero no tienen su liderazgo, docencia ni sabiduría. Pep es el mejor porque es uno de los entrenadores que más sabe sobre jugadores. Menotti decía que no sabía si la oleada de entrenadores jóvenes que copiaban a Guardiola lo hacían por convencimiento o solo porque gana. Quizás el bache de los últimos meses haga cambiar a muchos, incluido al propio Pep.

Este artículo fue publicado originalmente en https://fmartinolive.medium.com/la-culpa-es-de-guardiola-0775d0f8fd93