Por Davi Rigamonte (@davirigamonte2)
En el fútbol, como en la vida, descubrimos principios y producimos conocimiento a partir de nuestras experiencias. Estos conocimientos pueden sistematizarse y organizarse, adquiriendo expresión literaria y prestigio académico; o también permanecer en el ambiente y en el escenario donde todo sucede, sin por ello dejar de ser más o menos legítimo.
Una vez que tomamos posesión de las ideas, de los modelos mentales de las estructuras de juego, comenzamos a razonar a partir de ellas. Pero la abstracción y el razonamiento no agotan la inteligencia, que es la comodidad del pensamiento con la realidad. Y muchas veces discutimos basándonos en modelos mentales y nos olvidamos de la situación concreta.
Se dice, por ejemplo: “el equipo juega mal, pero el entrenador tiene buenas ideas”. A estas alturas algo ya está fuera de lugar y el debate se ha quedado vacío. Vea: al fútbol no se juega en el mundo de las ideas. No hay fútbol platónico, ni juego abstracto; ahí está el juego real y concreto. Hay buena o mala actuación en un partido de noventa minutos, en el tiempo y en el espacio.
Ningún entrenador es bueno o malo a priori. No me digas qué piensa el entrenador ni qué dice en las entrevistas; mostrame a su equipo jugando al fútbol. Esto no significa que no haya dificultades y diferencias entre lo que se imagina y lo que realmente sucede en el juego, sino que sólo el juego concreto puede ser objeto de análisis.
Colectivo e Individual
Pero pronto surge una dificultad. Lo que pasa es que el fútbol conlleva algunas verdades que aparentemente se contradicen. Entre ellos, uno llama especialmente la atención: que el fútbol es un deporte de expresión colectiva y, no menos cierto, que el fútbol es un deporte de expresión individual.
Estas dos verdades están establecidas, de modo que elegir una y excluir la otra es suprimir la realidad y cometer un error. Tanto el individuo influye en el colectivo como el colectivo influye en el individuo. Organizar lo colectivo significa permitir que el individuo se exprese plena y libremente; sólo cuando el individuo se expresa libremente el colectivo gana significado y forma. Pensar que un equipo debe elegir entre jugar bien colectivamente o potenciar la individualidad es un falso dilema.
Libertad
Cuando se produce un encuentro de características y empoderamiento de lo colectivo y lo individual, decimos que hay libertad. Por tanto, la libertad en el fútbol no puede entenderse simplemente como los espacios que un jugador puede recorrer en el campo medidos en metros. Vinícius Júnior no es menos libre porque no baja entre los centrocampistas para construir el juego, ni sería más libre si cruzara el campo varias veces para llevar el balón a la derecha.
De hecho, si le dijéramos a Vinícius Júnior que ocupara el espacio que quisiera en el campo, probablemente ocuparía el mismo espacio que ocupa ahora, empezando como extremo, por la izquierda, en dirección al arco como segundo delantero. En táctica y fútbol, la libertad debe entenderse como la condición necesaria para realizar el talento del jugador.
Cuando decimos, por tanto, que un entrenador le quita libertad a un jugador, significa que éste ya no puede ser la mejor versión de sí mismo para expresar y ejercer lo que le caracteriza como jugador y ser humano. La libertad es poder ser. No se trata de tener disponible todo el espacio del mundo, sino de tener el tuyo propio.
Y no me refiero a tal o cual tramo de campo: la libertad es encontrarse a uno mismo. Y lo que un jugador tiene como característica de ser es talento; el talento, a su vez, no es genérico, sino una inclinación específica; porque nadie tiene talento para hacer otra cosa que una tarea singular. El talento es un don de la vocación al ser. Cuando hay libertad, aparece el talento.
Libertad es darle al jugador las condiciones para ser la mejor versión de sí mismo, ser único, ser talentoso y cumplir su vocación mientras lleva sobre sus hombros la cultura, la historia, la identidad de todo un pueblo.
El sentido
Esta vocación es lo que llamamos sentido. Es la razón de ser; el significado del ser. Cada jugador tiene un sentido, una dirección, un camino a seguir; un encargo. Cierto jugador es mejor aquí y no allí.
Esto parece obvio, pero hay una enorme insistencia por parte de los hinchas (¡e incluso de los entrenadores!) de hacer la vista gorda ante las características del jugador para poder poner en práctica un sistema imaginado, independientemente de si estas características armonizan o no con la idea.
Este fútbol robótico, mecánico, industrial, enlatado y sin personalidad es malo para nuestro tiempo. Ya no importa quiénes sean los jugadores, se han convertido en piezas homogéneas. Lo importante es que el sistema se implemente.
Bajo este enfoque, está bien utilizar a Everton Ribeiro como extremo. La palabra ala (o interior o extremo) tiene más peso que Everton Ribeiro, independientemente de si hay compatibilidad o no.
Ya nadie se pregunta cómo sacarle el máximo partido a Everton Ribeiro. Se olvidan del fútbol concreto y de la vida real. Todo gira en torno a la manipulación de modelos de juegos abstractos. Lo que puede ser el jugador, su potencial, queda de lado. El sentido se pierde.
Recuperar el sentido es darle al jugador el protagonismo del juego. Porque no juegan las posiciones, juegan personas y jugadores concretos, únicos. Es Neymar quien juega, no su posición. Son Zico, Maradona, Ronaldo, Messi, lo que sea. Ellos son quienes ganan los partidos, protagonizan el espectáculo y capturan nuestra memoria.
Así, cada jugador tiene una forma adecuada de expresarse, de ser quien es. Cada uno lleva un potencial, y para lograr llegar a ese potencial, son útiles la táctica, el entrenador, los métodos; para que, siendo tu mejor versión, estés más cerca de la gloria.
Acto y potencia
Se dice que “ser” es acto y potencia. Acto es lo que es ahora el ser, “actualmente”, el movimiento, lo que se manifiesta plenamente; la energía, el trabajo. La potencia es lo que puede ser, el ser potencial. Sergio Ramos era, de hecho, lateral derecho, pero también era potencialmente un gran defensor central, hasta que se convirtió en ese defensor central. Se dice que se ha actualizado. Lo que era sólo potencial se convirtió en acto.
El amor
Con ese aburrido paréntesis filosófico anterior, entendemos claramente que hay un potencial en cada jugador. Lo difícil, sin embargo, es ver. Es verdaderamente un regalo poder ver lo que alguien es potencialmente. De hecho, no es un regalo cualquiera: es el amor mismo.
El amor es lo que nos permite ver lo mejor del ser humano, a pesar de todos los contratiempos actuales. Es por amor que no tomamos en cuenta todo lo que se nos presenta, sino que nos aferramos a lo que puede ser, y siempre puede ser mucho mejor.
A través del amor no sólo vemos lo mejor de cada persona, sino que la tratamos como si ya lo fuera, aunque todavía no lo sea. Y todavía trabajamos, a través del amor, para que lo que existe sólo en potencial se haga realidad, empujando, ayudando, esperando con humilde paciencia. Porque si somos mejores que ayer y dejamos en el pasado esa masa podrida e inútil de nuestro ser, fue porque alguien nos amó y creyó que no éramos solo eso.
El maestro
En el fútbol, el entrenador y maestro es la personificación y encarnación del amor. O al menos debería serlo. Él es quien ve el talento, cree en él y crea las condiciones para que ese talento florezca, recortándole las espinas, regándolo con instrucciones, dejándolo crecer al sol del trabajo diario.
El maestro y entrenador ideal es aquel que toma al jugador de la mano y lo conduce por el camino seguro del sentido y de la vocación. Es lo que cree y mejora el jugador. Un buen entrenador es aquel que ama.
Este artículo es la primera parte del texto «Fútbol, libertad y vocación». La segunda parte está disponible acá: https://lapelotasiempreal10.com/destacado/futbol-libertad-y-vocacion-parte-2/
La versión extendida de este artículo fue publicada originalmente el 11 de julio de 2023 en Ponto Futuro: https://opontofuturo.com/futebol-liberdade-e-vocacao/