Por Julián Quintero (@soyjuliquintero)
Recuerdo que veníamos de dos mundiales normales. Alemania 2006 llegábamos con un buen equipo, pero por alguna razón sentía que no estábamos para campeón y en Sudáfrica 2010 más que nada nos sostenían las coincidencias con México 1986, porque desde lo futbolístico la Selección Argentina no era la mejor e incluso le costó llegar a esa cita máxima.
Para Brasil 2014 la situación era parecida, pero me daba la sensación de que Alejandro Sabella tenía un plan siempre y el equipo iba a terminar ganando el partido. No de canchero, no por ser inmensamente superior, sino por tener la confianza en el ideólogo y los ejecutantes del plan, lo cual ya me parecía un avance extraordinario.
El último partido que vi antes de que viajen fue frente a Trinidad y Tobago en el Monumental. Estaba en mi casa con la tranquilidad de que era un amistoso y un rival accesible de cara a la Copa del Mundo. La preocupación mínima surgió cuando durante el partido Argentina creó muchísimas situaciones de gol y logró concretar solo tres.
15 de junio del 2014, día del padre, lo pasamos en lo de mi abuelo. Toda la familia se fue antes de las 19 hs que arrancaba el partido excepto nosotros. Mi viejo, mi hermano, mi abuelo acostado en una camilla y yo. Sabella sorprendía de entrada, línea de 5. Yo pensaba: “Tiene un plan, lo hace por algo, confiá”. Después de todo es el técnico que me hizo volver a creer en una Selección Argentina competitiva. Y en mi mente los recuerdos se reproducen todos juntos: a los 5 días me despiertan con la noticia de que mi abuelo había fallecido.
Próximo partido: Irán, sábado al mediodía, decidí quedarme en casa, hacernos compañía con mi viejo y mi familia. Ese sí lo sufrimos de más, ¡nos pudo ganar Irán! Ahí la frase que sonó en mi cabeza cambió porque Alejandro no tenía un plan, el que lo tenía era Lionel Messi. Todavía recuerdo estar sentado en el mismo lugar en el que miré todo el Mundial cuando lo hacía en mi casa y ver cómo ingresaba la pelota en los minutos finales.
Estaba en el último año del secundario: sí, en 2014 terminé el colegio, empecé la facultad, me fui de viaje de egresados y mi equipo de fútbol salió campeón, probablemente haya sido el mejor año de mi vida. Clasificados, respirando con alivio, vimos Argentina vs. Nigeria en la casa de una compañera después del colegio, cocinamos, compramos gaseosa y disfrutamos el partido.
Con Suiza decidimos repetir la fórmula pero ahí nos costó un poco más, por lo menos hasta que vi a Rodrigo Palacio recuperar la pelota, a Messi encarar y a Ángel Di María definir. Lo gritamos por toda la cuadra y también casi nos infarta ese palo salvador en la última jugada. Pitazo final, festejos, abrazos y a pensar en el próximo partido de cuartos.
Al menos me alegraba no tener que volver a ver a México en octavos y Alemania en cuartos, ya me tenía un poco cansado esa situación. Miré el partido igual que contra Irán. Bélgica me daba respeto, en mi cabeza sabía que Sabella tenía algo planeado y sentí, desde el segundo que entró el remate de Gonzalo Higuaín en el palo derecho de Thibaut Courtois, que Argentina se había metido en semifinales aunque faltaran 80 minutos más.
Llegaban las semifinales y era algo nuevo para mí, a esta altura en otros mundiales ya estaría enojado pegando pelotazos en el fondo o mirando otros partidos ajenos a mi sentimiento. Me senté en el mismo lugar de siempre, ahí lo miré todo completo, enfrente a mí lo tenía a mi papá en el sillón. Debo admitir que mi madre me spoileó los penales que atajaba Sergio Romero porque estaba en otra tele, pero me abracé como nunca con mi padre cuando metió Maxi Rodríguez el último.
Me levanté temprano el domingo 13 de julio de 2014. Triste, me enteré de la muerte del “Topo” López. No lo conocía ni sabía quien era, nunca lo había escuchado, pero esa noticia me dolió mucho. Estaba por empezar el partido, me senté en mi lugar de siempre, con mi familia al lado y también algunos amigos que se habían sumado para ver la final de la Copa del Mundo 2014.
Cuando me preguntan cuál es el gol que más grité en mi vida, digo siempre el mismo: el de Higuaín a Alemania en la final de Brasil 2014. Aunque al final no fue gol, lo grité y me abracé como nunca hasta que el director de cámaras se le ocurrió enfocar al línea levantando la bandera. Al final del partido la desazón era total, cuando hace el gol Gotze lo único que pude pensar era en qué cábala había fallado como para perder semejante partido.
Me fui al Obelisco, había muchísima gente que se había convocado ya para ver el partido y otros llegaron para “bancar” lo que había pasado. Loco, llegamos a una final del mundo, nuestra generación, que lo máximo que había visto era una final de Copa América en Venezuela y después nada más, tenía que manifestarse a favor de un proceso más allá de que la pelotita haya entrado o no.
Ustedes que llegaron hasta acá se preguntan, ¿por qué este pibe nos cuenta todo esto? Es que hay pocos sucesos históricos que te hacen recordar exactamente lo que estabas haciendo y para mí Brasil 2014 fue eso. Piensen ustedes que están leyendo esto si se acuerdan dónde miraron todos los partidos, con quién se abrazaron o qué gol gritaron más.
También lo digo porque el gran responsable fue Alejandro Sabella, que agarró una Selección Argentina en la que no confiaba nadie y la llevó al máximo lugar, que es en el corazón de la gente, porque todos los argentinos se sentían representados por cada jugador que salía a la cancha. Después de todo, Brasil 2014 fue el Mundial que necesitábamos para creer y Sabella fue uno de los principales responsables de que fuera posible. Gracias.
Este artículo es parte de nuestra tercera revista, dedicada enteramente a la figura de Alejandro Sabella. Podés conseguirla acá: https://t.co/jE12X47Q57