El mérito está en la simpleza

¿Por qué la Selección de Sabella llegó hasta donde llegó? Intentamos responderlo desde el aspecto táctico en esta nota.

Por Belén Grillo (@belgrillo_)

Argentina iniciaba su participación mundialista en Brasil con dudas por varios aspectos futbolísticos que no convencían sobre todo a la prensa y los hinchas pero con la seguridad de un grupo con valores compartidos, compañerismo y la continuidad en la convocatoria que estuvo mayoritariamente compuesta por jugadores que venían jugando y triunfando juntos desde las juveniles de la Selección.

Acostumbrado a mantener el equilibrio dentro de su ciclo en Estudiantes, Sabella se encontraba con el gran desafío de conseguirlo dentro de una selección que contaba con gran poderío ofensivo. Messi, Higuaín, Di María y Agüero estaban en un nivel por encima de las delanteras de otros países, pero el equipo carecía de una defensa y un mediocampo que acompañen.

Con sus diferentes variantes esquemáticas, primero un inesperado y criticado 532 y luego el finalmente asentado 442, se mantuvo la misma idea a pesar de rotar nombres durante casi todos los partidos del Mundial.  Se vio a un DT y a un plantel encolumnados detrás de esa idea y eso desembocó en que el equipo siempre respondiera en manera ascendente. 

La mejora fue ante todo a nivel colectivo pero acentuando la importancia de las individualidades, y así terminó imponiéndose en las instancias decisivas: manejando a la perfección muchos registros, siendo mentalmente fuerte y con la jerarquía de jugadores que podían marcar la diferencia.

Ambos laterales tenían la responsabilidad de darle amplitud y profundidad a los ataques, fijando en zonas exteriores para liberar de responsabilidad a los jugadores en el interior en la fase ofensiva. Allí Argentina concentraba el mayor talento con Lionel Messi a la cabeza.

Defensivamente la Selección sufrió poco y eso se vio reflejado en la cantidad de goles que recibió (4). Lo lograron a partir de la coordinación y el compañerismo para cubrir los espacios en el repliegue, algo que implicó grandes esfuerzos de los delanteros. Aunque por supuesto la clave estuvo en la zaga, algo reflejado en dos datos representativos: Martín Demichelis fue el jugador con más intercepciones por partido en el Mundial (5.7) y Garay el tercero con más despejes (10.1 por partido).

Así se desarrollaron muchas fortalezas principalmente instalándose en bloque bajo u ocasionalmente intermedio dependiendo el rival. No se trataba de un equipo con gran despliegue de variantes tácticas en el juego, pero desde la simpleza se encontraba cómodo sin la pelota. Los objetivos principales eran no dejar espacios libres entre líneas, recuperar la pelota en campo propio y después ser eficaces en el contragolpe a través de los atacantes, que tenían mucho terreno para atacar si lograban atraer la presión del rival a su propio campo.

Argentina logró en casi todos sus partidos tener el dominio del juego e inclinarlo hacia donde se sentía más cómoda. Sin ser apabullante ni desde la cantidad ni la calidad de ataques, se sabía imponer en los momentos precisos aprovechando su jerarquía y después controlaba perfectamente a rivales que no llevaban su mayor fortaleza en la ofensiva (sacando quizás a Holanda y Alemania).

Para poder conseguirlo Javier Mascherano fue la carta emocional y motivacional que todo equipo necesita en un deporte donde lo mental es tan o más importante que lo físico. Su rol de comunicador constante dentro y fuera de la cancha como capitán del equipo era el que mantenía la mentalidad ganadora, manejaba los hilos del mediocampo y destacó mucho con pelota siendo el 4to jugador con mayor porcentaje de precisión en pases por partido en todo el Mundial, además del 2do con más pases en largo precisos solo superado por Gary Medel.

Ya en ataque las mejores ocasiones de gol de Argentina solían tener que ver con la inmejorable participación de Messi, que al contrario del resto del equipo tuvo una participación de más a menos. Los rivales ajustaban su sistema para poder marcarlo con más jugadores y aún así hizo notar su talento diferencial en cada uno de los partidos que se lo necesitó más desde su cuota goleadora que creativa.

De esa manera la Selección Argentina de Sabella terminó el Mundial con un subcampeonato de manera invicta en los 90’ y no casualmente jugó su mejor partido en la final ante Alemania (uno de los únicos rivales que tomó la posesión pero cedió terreno en los contragolpes argentinos).  Jugar simple es paradójicamente una de las cosas más difíciles en el fútbol y esa Selección lo logró promoviendo los cuatro pilares necesarios para competir a ese nivel: jerarquía individual, armado de grupo, mentalidad ganadora y comprensión de los momentos para lastimar al rival. Eso también es, de alguna manera, triunfar.

Esta nota fue escrita originalmente para nuestra tercera revista digital, dedicada a Alejandro Sabella. Podés conseguirla por solo $600 acá: https://t.co/ehmbKGyaOk

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