Con el Bocha todo era posible

Emotivo prólogo de nuestra sexta revista digital, que será dedicada al Rey Mago de Independiente.

Por Eduardo «Polaco» Caimi (@polacocaimi)

La escena se reiteraba irremediable, fuera cual fuera el templo futbolero. Cada vez que el tipo recibía la pelota, una emoción excitante nos atravesaba el alma y en ese preciso instante se nos abría un mundo de fantasías ilimitadas.

Desde el hechizo que solo él gestaba podía asomar tanto un pase inesperado y colosal que dejaba al delantero frente a la inmensidad del gol, como el inicio de una sucesión de gambetas virtuosas dejando a la intemperie una multitud de defensores absortos.

En cada gesto, en cada pose y desde una generosidad inacabable, el tipo alumbró el camino, conjugando belleza y eficacia. La síntesis perfecta. Ya sea en el domingo fraternal o en la ardorosa noche copera.
Con él todo era posible. El asombro, el disfrute, el goce, la perplejidad y la admiración danzaban entrecruzadas, regando el pasto de caños y gambetas. Siempre para adelante, siempre. Alguna vez Marangoni lo definió como el jugador más valiente que conoció por esa razón.

De punta en rojo, ir en procesión a verlo en cualquiera de sus funciones era una fiesta descomunal. Una fiesta cargada de sentido, de identidad, de pertenencia. El Bocha era, es y seguirá siendo nuestro salvataje cotidiano, el que hizo posible todos nuestros sueños.

Todas las jugadas que imaginamos y cobijamos desde el amor por la pelota, él las transformó en realidad. Una aventura en cada pase. Torrentes de emociones en cada apilada.

Escasos goles pero trascendentales, para ganar infinidad de títulos, copas, clásicos y partidos memorables, como frente a Talleres en aquella gloriosa noche de Córdoba cuando el Rojo salió campeón con 8 jugadores.

Como millones, un Diego Pelusa lo adoptó como su fuente inspiradora. Porque en esta tierra prodigiosa, si existió un Pelusa es porque existió Bochini. Frutos de las mismas semillas futboleras y de los potreros entrañables.

Símbolo eterno del Rojo, y a su vez, patrimonio de la humanidad. Abriendo cualquier tipo de cerrojo, limpiando la maleza, tirando las paredes más hermosas como aquella emblemática con Bertoni, para ganarle la Intercontinental a la Juventus en Roma allá por el 73.

Bendito sea Bochini! Embelleció y le dio lustre a nuestra existencia, rescatando la esencia más pura y cautivante de este juego. Como cantan las multitudes agradecidas, parafraseando a León, «Solo le pido a Dios, que Bochini juegue para siempre, siempre para Independiente, para toda la alegría de la gente». Y así será.

El Bocha jugará eternamente en nuestros corazones, en los que pervive el orgullo, la gratitud, en el agradecimiento y en la devoción. Porque como le dijo Diego en el 86: “Pase, Maestro. Lo estábamos esperando”.

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