Por Javier Roldán (@JaviHipo)
En el verano de 2002 el FC Barcelona presidido por Joan Gaspart llevaba dos cursos sin ganar títulos. Dada la situación, muchos creían que la principal necesidad del equipo era contratar un crack ofensivo que reemplazase al influyente Rivaldo, entonces con 30 años y afectado por varias lesiones. Así es que acabaron por fichar a Riquelme, quien contaba 24 años y varios títulos de importancia en su haber.
Poco antes de conseguir contratarlo Gaspart quiso firmar a Carlos Bianchi para repetir la fórmula que tantas alegrías le había dado a Boca Juniors, pero finalmente las negociaciones no cuajaron. Por eso para la temporada 2002/03 el presidente terminó recuperando al prestigioso Louis Van Gaal, en una operación que demostró no estar bien estudiada.
La pesadilla
Riquelme aterrizó en un fútbol donde no se usaba la figura del enganche. Sobre esta corriente en la liga española a inicios de siglo, el entonces futbolista del Mallorca Ibagaza contó que «en la Liga no se juega con enganche. Se juega con un punta y un mediapunta -segundo delantero-. El primer año para los que jugamos en este puesto es difícil. Tanto a mí como a Aimar y Riquelme nos costó mucho».
Además de este hándicap, bajando el foco hacia lo particular cabe destacar que el ex Boca llegó a España para ser dirigido por Van Gaal, técnico con una concepción del juego muy concreta que representaba por igual a los exitosos equipos de Ajax y Barça en la década de los noventa. La suya era una propuesta eminentemente táctica donde, en lo esencial, primaba la posición del futbolista sobre su movilidad por el campo.
Se trata de una interpretación conocida como posicional -el balón va al puesto del jugador, quien respeta la parcela asignada-, diferente al juego funcional que mayoritariamente se da en Sudamérica -el jugador va hacia el balón, juntándose varios en cualquier zona-. Esta manera de entender el juego era extraña para Riquelme y no respetaba su naturaleza de futbolista.
Asimismo, otro eje del mecanismo de Van Gaal era que en sus equipos no había un futbolista que acaparase el juego, exigiéndose la distribución absoluta de responsabilidades en el campo, tanto ofensivas como defensivas. En cuanto a las innegociables demandas defensivas, un futbolista de banda que jugase para su equipo además de presionar hacia delante tenía que preocuparse de seguir al rival de su costado cuando este atacase, lo que suponía una implicación y una capacidad física elevadas. Pasado el tiempo Van Gaal aseguró que «Riquelme ni marcaba, ni corría». Años después el propio Riquelme contó la charla que mantuvo con su nuevo entrenador el día que fue presentado por el Barça: «Me pidió que fuésemos juntos al vestuario. Una vez allí, había una mesa llena de videos míos y me dijo: “Usted es el mejor jugador del mundo cuando tiene la pelota, pero cuando no la tiene jugamos con uno menos. Yo tengo un sistema de juego y confío mucho en él. Conmigo, usted va a jugar de extremo izquierdo».
Tropezar con la misma piedra
En 1997, al comenzar su primera etapa en el Barcelona, Van Gaal explicó a Núñez (el entonces presidente del club) que para su sistema necesitaba fichar a un extremo izquierdo y no a un futbolista interior como Rivaldo. Núñez no hizo caso al entrenador y lo fichó de todas formas: todo acabó con el brasileño pegado a la banda y enemistado con el técnico. A la postre, esta disparidad de pareceres fue decisiva para que la relación entre el técnico y el equipo se desgastasen, según él mismo reconoció.
Para 2002 Van Gaal pidió a Gaspart desde un principio que no considerara el fichaje de Riquelme. Aquel mercado el técnico de Ámsterdam manifestó: «Siempre he dicho que es un gran jugador, pero yo busco el equilibrio y mi prioridad no es él». Siguiendo los desafortunados pasos de su predecesor, Gaspart desatendió las consignas de su DT y, a fin de contentar a un entorno insatisfecho con los fichajes, lo firmó por 15 millones de euros. El argentino reconoció que Van Gaal fue honesto con él, pero que el pensamiento futbolístico de ambos no coincidía. Sencillamente no había manera de solucionarlo.
Así las cosas, jugó poco y cuando lo hizo casi siempre fue desubicado e incumpliendo las máximas físico-tácticas dictadas desde el cuerpo técnico. «Al segundo partido de jugar en la izquierda, me metí en mi posición, por el medio. Ganamos 2-1 y di las dos asistencias a Kluivert. Al día siguiente fuimos a entrenar y pensé que íbamos a estar todos contentos. Estando los jugadores a un lado y Van Gaal al otro, este me dijo: «Usted es un desordenado. Todos dicen que jugó un partidazo pero yo le dije que tenía que jugar por la izquierda», contaría luego.
Aquel Barça no cuajó, Van Gaal acabó cesado y Riquelme en cuestión de meses perdió toda la confianza con la que había llegado. Con la apuesta por Antic para el banquillo en febrero de 2003 jugó algo más, pero nunca a su verdadero nivel. Una vez fuera del Barça, el técnico serbio daría la siguiente visión sobre las necesidades de un futbolista como el argentino: «Tiene derecho a jugar al ritmo que le gusta (…) sin la presión para recuperar la posición con rapidez, siendo el dueño de la distribución en el último tercio del campo donde su fútbol es vistoso e influyente. Puede defender, claro, pero no ha de ser su obligación. Obligarle a recuperar una posición es quitarle la capacidad de resolver el partido con un pase».
Debido al fracaso Gaspart dejó su puesto poco después. Para la temporada siguiente la llegada de Ronaldinho como apuesta estrella acabó por zanjar el asunto de Riquelme, quien no tuvo ofertas de equipos punteros y finalmente se decidió por el Villarreal. Su pase fue un préstamo por dos temporadas al conjuntó castellonense, que a la postre acabó contratándolo. Juan Román se mantendría un lustro en un club que acabaría por elevarlo a la consideración de ídolo.
El despertar
Durante el periodo estival de 2003 fue el entrenador Benito Floro quien habló con Riquelme para que firmase por el Villarreal, hasta que consiguió convencerlo. Pero lo que el argentino quizá desconocía es que Floro era otro reconocido tacticista, para quien el esquema y la distribución zonal del campo eran más importantes que la libertad creativa o las características de los futbolistas. «Floro privilegiaba la táctica antes que el jugador, sin duda. En una conversación, el propio Floro me dijo que para él daba lo mismo Redondo que cualquier otro cinco que distribuyera. Él pensaba que la táctica era lo fundamental», contó Cappa, entrenador contemporáneo al asturiano.
A priori, con el ahora autonombrado Román en su nueva camiseta que lucía el número 8, Floro haría una excepción. En principio para aprovechar al crack el gijonés pasó de su clásico sistema 4-4-2 al 4-4-1-1, donde aquel sería el nexo con la delantera. «Yo lo ponía por el centro a la izquierda, y a partir de ahí podía moverse. Es un jugador que tiene que tocar mucho la pelota. Sin embargo, no es el único, ya que ningún entrenador quiere que todo el juego pase por un solo futbolista», recordó Floro.
En su primer Villarreal, Román volvió a jugar de enganche y a disfrutar del fútbol, según él mismo confirmó. Pero cuando los resultados fueron adversos, surgieron problemas de entendimiento entre el técnico y el centrocampista similares a los que este había tenido en Barcelona.
Floro abandonó el equipo por voluntad propia en febrero de 2004, llegando Paquito en su lugar. Con ambos, el rendimiento del Román fue alto, reencontrándose con su juego por momentos a base de asistencias y goles para un Villarreal que acabó en la octava posición de la Liga. Fue entonces cuando el presidente Roig decidió contratar al chileno Manuel Pellegrini, el primer entrenador sudamericano que Román tuvo en Europa. De ahí en adelante nada fue igual.
Lo soñado
«En cualquier parte del mundo se puede intentar jugar por abajo, no solo en Sudamérica», dijo Pellegrini. Sin embargo, a diferencia de Van Gaal y Floro el chileno priorizaba la naturaleza del jugador a las demandas tácticas y espaciales: en el campo, los futbolistas decidían sobre la pizarra. Y esto sí era verdaderamente clave para Román, de quien Pellegrini dijo que «técnicamente está muy por encima de cualquier jugador en cualquier parte del mundo», al tiempo que le entregaba la bandera de su equipo.
En aquel Villarreal, el nuevo técnico planteó un estilo de juego funcional y de balón, identificativo de muchos países de su continente. Como epicentro de un esquema 4-4-2 con alta movilidad en la zona media, Riquelme pudo actuar en función de la pelota para ser motor de juego en la mitad rival y principal asistente hacia los desmarques de ruptura de delanteros como Forlán, José Mari, Figueroa o Franco. Todo ello sin menoscabo de sus cifras goleadoras, superiores a los diez tantos por curso.
A fin de conseguir que el juego fluyese, Pellegrini decidió contar con otros futbolistas sudamericanos que sintieran el fútbol de igual modo. Así, Sorín, Senna y Battaglia fueron parte de un centro del campo que aunaba intelecto, técnica y brega. En él, específicamente Josico hacía las veces de necesario guardaespaldas de Román. Y es que Pellegrini sí entendió las limitaciones del diez para la defensa, explicando que «cada jugador tiene unas capacidades ofensivas y defensivas. A Román no le puedo pedir que tapone al mediocentro contrario porque entonces ni defendería ni atacaría bien. Eso mermaría sus cualidades para el ataque. Román tiene libertad de decisión».
El conjunto de estas características resultó fundamental para que Riquelme asumiese gustoso su responsabilidad de referente ofensivo, beneficiándose con ello el grupo. Así lo evidencian las siguientes palabras de Pellegrini: «Fue un jugador que nunca se escondió en el campo. Siempre quiso más. Jugando mejor o peor, siempre quiso que la pelota pasara por él y tener la responsabilidad de llevar el equipo». «Todo el juego pasa por él. Si está libre, lo primero que hacemos es buscarle para que dé el último pase. En ataque está suelto, le damos esa libertad. Los demás estamos para recuperar el balón y dárselo» completó su dirigido Santi Cazorla.
En esa primera temporada de Pellegrini el Villarreal estaba clasificado para la UEFA, donde alcanzaría los cuartos de final. Simultáneamente en Liga conseguirían la mejor clasificación de su historia, un tercer puesto que le daba acceso a la siguiente Champions League. «Es un orgullo que se diga que el Villarreal es uno de los equipos que practica mejor fútbol de España», diría el técnico chileno.
La campaña 2005/06 es recordada por todos. Riquelme fue el máximo goleador del Villarreal y el principal artífice de que el equipo fuese la sensación de la máxima competición europea. Tras derrotar a Everton, Benfica y Lille y empatar contra Manchester United en fase de grupos, los de Pellegrini eliminaron a Rangers e Inter para terminar cayendo contra el Arsenal de manera dramática y con un penal fallado por el crack argentino. Entonces se habló mucho de la eliminación, pero el entrenador tuvo claro que la responsabilidad real de Román era en positivo: «Muchos critican el penal errado, pero yo nunca lo hice. Gran parte de lo que logramos se dio gracias a Riquelme».
Lesiones y malas decisiones frenarían a Román la temporada siguiente. Enfrentado con Pellegrini, quien años después dijo que a causa de «querer ser el número uno empezó a hacer cosas estúpidas, por falta de madurez». No volvería a ser el mismo en Villarreal hasta regresar a Boca en 2007. Ya daba un poco igual; había demostrado todo lo que con las condiciones adecuadas podía hacer también en el fútbol europeo.
Este artículo pertenece originalmente a nuestra primera revista digital, dedicada a Juan Román Riquelme. Podés conseguirla por solo $400 acá: https://t.co/xhBLHvGKzt