Siempre Maestro

Nota presente en nuestra cuarta revista digital. Luis Rivera nos cuenta sobre el rol docente que cumplía Griguol dentro y fuera de las canchas.

Por Luis Rivera (@luiggiriveralp)

Un jugador calificado. Un entrenador extraordinario. Un líder por naturaleza. Un hombre de un gran humor pese a su natural parquedad. Un gran anfitrión. Amigo, de los buenos, de sus amigos. Todo eso, y probablemente mucho más, fue Carlos Timoteo Griguol: pero si hubiera que elegir una cualidad que lo haya distinguido por sobre todas esas cualidades, esa fue la de su perfil docente. 

La explicación es de Adrián Paenza, uno de sus grandes amigos: “Timoteo fue un maestro que eligió el fútbol para enseñar, para hacer mejores a los que tenía alrededor. Podría haber sido cualquier cosa, pero no pudo escapar a su destino de ser docente, de enseñar, de dejar algo en cada uno que pasó a su lado”.

Lo notable de este cordobés que supo mantenerse en la élite del fútbol argentino desde 1957, cuando llegó a Atlanta como un aguerrido e inteligente volante central, hasta 2004, cuando dirigió su último partido en el Bosque platense con una victoria de su querido Gimnasia, es que esa faceta de maestro le aplicó tanto en lo que concernía al fútbol como a todos los órdenes de la vida que conlleva la formación de una persona.

Algunos lo recordarán por la versatilidad de sus equipos y otros elegirán la obsesión porque sus dirigidos invirtieran bien el dinero que iban ganando. Algunos se quedarán con aquel primer título propio de Rosario Central en 1973 o su pragmatismo para hacer un gol y cerrar los partidos. Muchos recordarán los años virtuosos de un Ferro que se interpuso en el camino de los grandes. Otros rescatarán su paso de escasa cosecha pero huella profunda por River y no serán pocos los que hablarán de la refundación de un Gimnasia en el que hubo un antes y un después de Timoteo.

Pero todos, sin distinción de camisetas ni identidades futboleras, no podrán obviar ni menospreciar al Timoteo que fuera de las canchas parecía tener iniciativa o respuesta para todo lo que involucrara la formación de una persona. Porque para él, siempre estaba la persona por delante del futbolista. 

“Yo trabajo con muchachos que tienen la ilusión enorme de trascender en el fútbol y también ganar mucho dinero para tener su vida resuelta. Pero no es fácil ni todos tendrán las condiciones para hacerlo. Entonces les tengo que dar herramientas para que estén preparados para la vida y también para el fútbol. Que estudien, que aprendan un oficio, que sean más inteligentes, que guarden el dinero, que se rodeen de gente buena. Todo eso les servirá para ser mejores futbolistas o mejores personas”, desparramó una calurosa tarde de 1995 bajo uno de los añosos árboles de Estancia Chica.

En aquel predio de entrenamiento y concentración en las afueras de La Plata Griguol cortaba el pasto, marcaba las canchas, plantaba árboles y armaba equipos poderosos. Porque una de las cosas que también imponía era el ejemplo.

Mario Griguol, su primo y compinche de los sueños de futbolista en Córdoba y de los primeros pasos grandes en Buenos Aires, recuerda que ya como compañero se tomaba el trabajo de enseñar. Así, por ejemplo, eligió la cama pegada a la puerta en la pensión de Atlanta para controlar de cerca a sus compañeros más jóvenes y evitarles excesos que complicaran sus incipientes carreras. O cuando consiguió un trabajo para él y dos compañeros en una galería de arte, así podían conseguir unos pesos más a la espera de los mejores contratos que ansiaban firmar.

Ya como entrenador, era capaz de sentarse largas horas con sus jugadores, sobre todo con los más jóvenes, para interiorizarse de sus familias, de sus orígenes, y de allí sacar elementos para entender cómo los podía hacer rendir mejor. Fue por entonces cuando les pedía a sus dirigidos que se compraran un saco y una corbata para el momento en que debieran juntarse con los dirigentes para la firma o renovación de un contrato porque eso les generaría mayor respeto de parte de aquellos.

Uno de sus cuidados especiales era el manejo del dinero. Así, por ejemplo, inculcaba la imperiosa necesidad de comprarse una vivienda como primera medida. Sabía que muchos de esos jugadores provenían de hogares humildes y que quizás ese dinero que ganaban ya como profesionales, era la única chance de ellos y de sus familias de tener el techo propio. Entonces atacaba con la misma convicción y orden que sus equipos en la cancha: si un jugador llegaba con un auto nuevo y no tenía vivienda, corría el riesgo de no jugar. 

El mensaje era claro y predicaba con el ejemplo. En los ’80 le habían conseguido la chance de comprarse un auto Toyota, un lujo de aquellos tiempos. Tenía el dinero y el negocio era tentador. Timoteo se quedó con su viejo auto nacional y se hizo traer de Estados Unidos una isla de edición para poder grabar partidos y hacer videos que después hicieron mejor a su Ferro.

El estudio y la formación como persona era su obsesión a tal punto que llegó a poner normas estrictas: jugador que no terminaba el secundario, corría el riesgo de no jugar en sus equipos. Y hasta mandaba gente de sus cuerpos técnicos a seguir a sus futbolistas en el derrotero en las escuelas. Con los más grandes, los convencía de estudiar un oficio o algo que los mantuviera inquietos y por lo tanto, con la capacidad de incorporar nuevas cosas. 

Hubo un año en el que Mariano Messera, aquel exquisito volante de Gimnasia de la mano de Timoteo, tuvo que salir corriendo en diciembre a dar las últimas materias de la escuela secundaria porque el ultimátum había llegado: no lo llevaría a la pretemporada. ¡Y ya era figura en Primera División!

El orden, el respeto, el cuidado, los buenos modales, la valoración de lo que se tiene, era una marca registrada de los planteles de Griguol. Sus equipos viajaban religiosamente vestidos de saco y corbata o con la ropa oficial del club, el Ferro de los 80 no concentraba a condición de un impecable comportamiento personal y de que nadie aprovechara de eso, en Gimnasia impuso multas para quienes llegaban tarde o no saludaban como correspondía. “En los detalles también está el crecimiento”, decía.

Pero todo esto, de innegable valor, estaba siempre atado a lo futbolístico. Porque dentro del campo en la semana, y desde la raya los fines de semana, Timoteo también fue un maestro de los que ya no abundan. Armaba equipos siempre peligrosos, de mucha versatilidad, de innovación permanente, capaces de jugar con el mérito propio o con el error ajeno, casi siempre provocado. No en vano es el único entrenador que peleó campeonatos en los 70, los 80 y en la última década del siglo pasado. Rosario Central, Ferro, River y Gimnasia pueden dar fe de ello.

Maestro dentro y fuera de la cancha, Griguol fue uno de esos personajes destinados a escribir historia grande. Fue capaz de ser un magnífico estratega, un excelente entrenador y también un cariñoso docente. Por eso, será “Siempre Maestro”.

Esta nota forma parte de nuestra cuarta revista digital, dedicada a Carlos Timoteo Griguol. Podés conseguirla por $600 en este link: https://mpago.la/2sf3m6s

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *