Por Sebastián Giménez (@cuervogimenez79)
Se retiró Juan Ignacio Mercier y a cada cuervo se le pianta un lagrimón. El tiempo que corre inclemente, su transcurrir inevitable deja en el camino como jirones de la vida a esos jugadores que nos hicieron felices en un campo de juego.
Los hinchas de clubes de Primera a veces solemos ufanarnos de que en el Ascenso no hay nada, de una pretendida superioridad de la categoría de elite. Pero este hombre, el Pichi Mercier, hasta los 27 años jugó en equipos de Ascenso. Flandria, Deportivo Morón, Tristán Suárez y por último Platense, con quien logró el ascenso al Nacional B, fueron sus clubes hasta que Ricardo Caruso Lombardi lo llevó a Argentinos Juniors. Allí se encontraría por primera vez con su compañero inseparable en el círculo central, con el que hicieron una división del trabajo destinada a perdurar: Néstor Ortigoza. Pichi para recuperar y relevar, Ortigoza para retener la bola, entretenerla, también asistir cuando ameritaba. Mercier, Ortigoza, y que vengan los que se vengan que iban a presentar batalla: Boca, River, el Real Madrid. Campeón con el Argentinos Juniors del Bichi Borghi, donde al Pichi se le ocurrió meter su primer gol en el partido final vs Huracán, el fundamental, el que coronaba todo. Verdugo de los quemeros, nos hacía un guiño a los cuervos sin saberlo en aquel 2009. Yo escuchaba algunas veces los partidos por la radio cuando jugaba el ciclón contra el Bicho o cuando quería que los bichitos colorados de la Paternal le arruinaran el partido a algún grande. Y el relator repitiendo: Mercier, Mercier, toca para Ortigoza, avanza Argentinos. Parecía que la tenían siempre ellos la pelota, en esas épocas que todavía no se medía tanto la posesión. Si siempre la tienen ellos ¿cómo les vas a meter un gol?, me preguntaba yo mientras escuchaba los partidos. Mercier, Ortigoza, Mercier, el volumen de juego del equipo de la Paternal rumbo al campeonato.
Después el Pichi se fue a Medio Oriente donde lo dirigió el Diego nueve partidos en el Al Wasl. Yo me imagino lo que habrá sentido ese hombre, que hombreaba bolsas de cemento hasta hacía tan poco, para luego jugar en el ascenso y que en el banco de suplentes te grite algo el Diego. Qué ascenso meteórico, y ya en edad madura, no era un pibe. Y a la vuelta lo ficha San Lorenzo en 2012. Ya el campeonato con Argentinos había quedado un poco atrás y no lo miramos los cuervos con mucha confianza cuando lo vimos un poco fuera de estado. Llegaba un segundo tarde a todas las bochas al principio, y eso para un volante central es letal. Vos veías al tipo bien ubicado, que estaba ahí pero no llegaba a interceptar por uno, dos segundos, y esos instantes lo hacían quedar pagando deambulando perdido por la mitad de la cancha. Pero fue meter entrenamientos, continuidad, paciencia. Y arrancó el Pichi, hacia el 2013 sobre todo. Encontrándose de nuevo con el socio en la mitad de la cancha, Néstor Ortigoza. Pero reza un viejo adagio sobre las películas: las segundas partes nunca fueron buenas. Y vaya uno a saber lo que iba a pasar, si iban a poder reeditar ese monopolio de la redonda como en la Paternal. En este caso por suerte la segunda parte fue mejor, tal vez inigualable. Un cinco que llegaba a todos los relevos, que recuperaba, que ordenaba, que corría a los rivales hasta hacerles preferir largar la pelota para sacárselo momentáneamente de encima. Presión, relevos, pase al pie. Un cinco de la estirpe de los Fabián Carrizo, Blas Armando Giunta, Pablo Michelini pero con un poco más de juego y con el Gordo al lado, que frotaba la lámpara para que la tengamos siempre nosotros, para que hasta los brasileños no hicieran pie en el Nuevo Gasómetro en la Libertadores.
En las semifinales con Bolívar, tiró un pase largo hacia la derecha y no había ningún receptor ahí. Fue una entrega errónea, nadie sospechó que era un autopase, pero en eso se convirtió cuando con su presión maniató al rival y definió cruzado ante el arquero. El festejo con el puño cerrado del hombre del overol, del obrero de la mitad de cancha que a veces aparece lejano de las tapas de los diarios y de las redes porque su función es otra, silenciosa pero imprescindible. Tres a cero de un partido en que metimos cinco para llegar a la final.
Y la primera final allá en el Defensores del Chaco contra Nacional de Paraguay. ¿Quieren saber los pibes de inferiores cómo se juega de cinco? Miren esos noventa minutos, muchachos. El Pichi se multiplicó como si tuviera tentáculos para recuperar todas las pelotas que le pasaran cerca, relevó a los volantes, ayudó a los centrales, interceptó, jugó. Desgrábenlo, muchachos, miren y después me cuentan. ¿Vieron que ahora aparecen esos flyers que contabilizan los duelos ganados por los jugadores en un partido, las pelotas recuperadas, lo que quieran? Mercier batió todos los récords en ese juego. Los paraguayos nos lo empataron en una pelota parada, sólo porque el Pichi no podía estar en todos lados. Creo que fue tal vez su mejor partido en San Lorenzo. En la vuelta de la final, en el Nuevo Gasómetro me acuerdo que entregó una bocha mal en una de las primeras jugadas y el delantero paraguayo reventó el palo izquierdo de Torrico. Porque los jugadores no son perfectos, y el Pichi tampoco lo fue. Y, a veces, te tiene que salvar otro compañero o la fortuna que esto es un deporte de equipo y también un juego de azar. Jugamos como el diablo el primer tiempo de la segunda final pero la ganamos con un gol de penal del Gordo y no importó nada más. Y el Pichi aguantó firme en el segundo tiempo. Campeón de América, conquistador de la Copa que se le negaba desde que el mundo es mundo a San Lorenzo.
Y la yapa de ir a Marruecos y jugar esa final con el Real Madrid, que tenía mucho más, por supuesto. Y al Pichi se le resbala una bocha y Benzema casi nos vacuna a los veinte segundos del partido. Pero ¿qué le podíamos decir al Pichi, además de gracias? Sentate arriba de la pelota si querés, hermano. Gracias por enfrentar al Real Madrid. Por la fiesta de San Lorenzo en Marrakech.
Gracias también por rechazar la oferta del Betis de España cuando el equipo clasificó a cuartos de final, para quedarte a levantar esa Copa con San Lorenzo. ¿Quién hace eso, en el fútbol actual en que los jugadores muchas veces no echan raíces en ningún lado y se van a la primera oferta? Tal vez, la humildad de haberse embarrado en los potreros del ascenso forjaron ese carácter para afianzar la pertenencia al club y su humildad a toda prueba. Nos hubiera dejado el Pichi un vacío en la mitad de la cancha imposible de llenar, de disimular.
Luego de la gloria del 2014 y de que se fuera el Patón, Guede lo relegó en la mitad de la cancha, probó hacerlo jugar de central y nos comimos tricota contra los quemeros en el verano. Después, Aguirre también lo postergó inicialmente, y el Pichi calladito metiéndole para adelante. Se volvió a ganar la titularidad cuando jugó un partidazo y clavó un golazo contra Gimnasia y Esgrima la Plata. Lo curioso fue que el uruguayo le pidió disculpas delante del plantel y reconoció sus méritos dándole la titularidad en los cuartos de final de Copa del 2016, donde nos dejó afuera Lanús por penales. Después, el Pichi acompañó el desgaste de un equipo que había alcanzado la cumbre en 2014 pero conservaba siempre el cariño de la gente. En partidos que perdió San Lorenzo, incluso se llevó ovaciones cuando cerraba los contraataques rivales para que las cifras de la derrota no se extendieran.
Se fue el Pichi para Tucumán, 2020 de pandemia. Terminó su carrera en Fénix. Volviendo en parte a los orígenes del ascenso ese hombre, que no desdeñó nunca el barro de esas canchas irregulares donde aprendió a jugar al fútbol. Recibimos su saludo al poner fin a su carrera en las redes sociales con emoción los cuervos, porque su nombre nos evoca los momentos de gloria vividos y también la humildad del hombre que eligió quedarse a levantar la Copa en San Lorenzo. Sin dudas, hubiera merecido la ovación unánime de la cuervada en el Nuevo Gasómetro. Pero a veces los broches personales no coinciden con los mejores momentos institucionales. Aunque el final a veces no se pueda elegir, lo que aparece indudable es el recuerdo que se deja en la memoria. Y la valoración unánime de todos. Algunos de los cuervos entrados en años me compartieron que lo ponen al Pichi cerca de lo que fue la Oveja Telch, aquel cinco legendario de los Carasucias, los Matadores y el bicampeón del 72. No es fácil, en un fútbol contemporáneo tan distinto, aparecer casi a la altura de aquéllos hombres a los que se recuerda acompañados del romanticismo de las añoranzas. El pasado de buscar comparaciones, paralelos, el presente del retiro. Y el futuro de Juan Ignacio Mercier pensando en nuevos proyectos y desafíos cuando se baja el telón y todos lo que lo vimos en el verde césped añoraremos que ya no pueda salvar con sus relevos y quites a San Lorenzo. Privilegiados de haber visto en la cancha a ese diamante en bruto que se forjó en el Ascenso. Una historia de superación. El barro, la gloria, el oro y el polvo. Hasta el final.