Por Emiliano Rossenblum (@emirossen)
Giovanni Galeone nació en Nápoles el 25 de enero de 1941, aunque se crió principalmente en Trieste. No es un dato menor, ya que tras la Segunda Guerra Mundial fue un territorio que gozó de cierta extraña autonomía y era un punto de encuentro entre yugoslavos e italianos. No es muy arriesgado pensar en que la cultura del país comunista influyera en su pensamiento posterior… dentro y fuera de las canchas.
Porque a pesar de tener en primera instancia una aceptable carrera como jugador, transcurrida principalmente en tercera división e incluso llegando a formar parte de las selecciones juveniles italianas, el lugar de Giovanni siempre estuvo más ligado al pensamiento y no tanto a la acción sobre el césped.
Su crianza había estado marcada por la insistencia de sus padres en que se formase en temas como la literatura, política, cultura y filosofía, desafío que aceptó gustoso y derivó en una personalidad muy particular. Admirador de Kafka, Camus y Sartre, amigo de Pier Paolo Pasolini, marxista confeso, todo eso se volcaría también en su posterior carrera como entrenador.
Luego de varios pasos sin pena ni demasiada gloria por equipos como la SPAL, la Cremonese o el Pordenone, Galeone llega en 1986 al que terminaría siendo uno de sus lugares en el mundo: Pescara.
En una ciudad que vivía su belle époque en todos los sentidos, el equipo más representativo tenía que estar a la altura… pero cada vez parecía alejarse más de ese objetivo. Se habían salvado del descenso a la Serie C únicamente gracias a sanciones a otros equipos por escándalos de apuestas, algo muy común en la historia del fútbol italiano.

Justamente por eso no había grandes expectativas cuando este casi desconocido DT llegó. Hasta los directivos le advirtieron: “No venga a quejarse de que le falta un lateral o un delantero o un líbero porque falta casi todo aquí. Solo tenemos que salir adelante”. La respuesta de Galeone lo define: “Si pretenden que yo venga para ver cuánto aguantamos sin descender, prefiero irme” y pidió que se negocien los premios por subir a primera división. Nadie daba crédito.
Durante esa primera temporada el Pescara se transformó en exactamente lo que su técnico había intentado sin suerte en sus anteriores equipos. O casi: “En verdad, había decidido marcar al hombre, pero de inmediato me di cuenta de que con estos jugadores podía ser un desastre nacional” dijo con su tan característico sentido del humor.
Su 4-3-3, justamente con esa defensa en zona y mucha libertad para los jugadores en todo sentido (no era ningún secreto que algunos de sus dirigidos pasaban más tiempo en clubes nocturnos que jugando), brillaban desde la improvisación y sacaban su mejor versión sin ataduras. “Es fácil darle la pelota al otro y decir: piensa tú. ¿Y quién asume la responsabilidad de driblar, de disparar, de arriesgarse a recibir silbidos? Siempre les decía a los muchachos que tomaran la iniciativa”. Esa declaración lo define tanto a él como al equipo.
“La Pescara del calcio champagne”, como quedó en el recuerdo, sale campeona de Serie B con un plantel que solo un año antes era mediocre para esa categoría. Galeone empieza a hacerse un nombre por cómo juegan pero también por cómo dirige: el hacer hincapié en los conceptos más que en la táctica, el “Prohibido prohibir” que llevaba como bandera y su falta de rigidez en lo extrafutbolístico eran todas novedades para la élite italiana. Por la hazaña y por sus métodos lo apodan “El Profeta”.

Para la primera temporada en Serie A llega una nueva dirigencia y el equipo se refuerza excelentemente. El brasilero Junior (sí, aquel lateral derecho de la Brasil del ‘82) y el yugoslavo Blaž Slišković son figuras junto a Gian Piero Gasperini, que ya venía desde la campaña del ascenso.
Así logran un histórico 14° puesto que los salva del descenso. Esa sigue siendo hasta hoy la única vez que el Pescara llegó a Serie A y logró mantenerse; las otras 5 veces descendieron en su primera campaña.
Pero además la manera en que lo hicieron no pasó desapercibida, con varios resultados favorables ante potencias como Juventus e Inter. Sin embargo, para Galeone la receta era simple: “El secreto es que no hay un solo jugador idiota… tal vez uno a lo sumo, pero inofensivo”. Respuesta muy de su estilo.
La segunda temporada es menos feliz y termina en un descenso que no opacó lo antes conseguido. El Profeta se iría, pero solo fue un hasta luego: «Pescara es como una mujer hermosa que te hace perder la cabeza. No puedes permitirte perderla», diría tiempo después.
En efecto, dos años después ya estaba de vuelta tras un breve ciclo en el Como. La opinión popular, fuera de Pescara, era que su propuesta iba demasiado a contracorriente y era preferible un entrenador de corte más clásico. Él retruca: “En Italia el problema es que se tiende a limitar al jugador, que ya de por sí se limita a él mismo.”
La temporada 1990-91 fue el renacer. Con propuestas muy parecidas a las de la etapa anterior, El Profeta salva al Pescara del descenso a Serie C y una temporada después los vuelve a ascender a Serie A. Destacaban ahora Massimiliano Allegri, que posteriormente sería su mejor discípulo como DT, y Frederic Massara en el ataque.
A ellos se les sumarían la vuelta de Blaž Slišković y el fichaje de Dunga. Otra vez dejaron actuaciones recordables ante rivales como Roma o Napoli, pero la salvación quedó lejos. Poco después nuestro protagonista fue sancionado porque aunque sospechaba que algunos partidos de su equipo habían sido amañados, no se quiso presentar a declarar.
No tardó mucho en volver luego de la sanción. El Udinese, equipo donde había desarrollado gran parte de su carrera como jugador y también había dirigido en categorías inferiores, lo llamó. Vuelve el calcio champagne, ascienden, pero inmediatamente después una disputa con el dueño del club saca a Galeone del cargo. Deberá esperar más de una década para dirigir al club en primera.
Sin embargo, estaba en el mejor momento de su carrera y lo que tocaba lo convertía en oro. Por eso el Perugia lo contrata en la 1995-96 y Gennaro Gattuso y Massimiliano Allegri (otra vez) serán sus estandartes para ascender de la misma manera que en Udinese: en la misma temporada que llega. Una vez en Serie A fue despedido en extrañas circunstancias tras resultados más que respetables para un equipo como el Perugia.
Fue su cuarto y último ascenso. Tras ello, la decadencia: un paso olvidable por Nápoli, dos vueltas más a Pescara, un respetable cierre de carrera en Udinese. El fútbol en el que se sentía cómodo ya estaba dejando de existir y se daba cuenta: “Ya no puedo tener una relación con los jugadores. No los soporto más. A estas alturas tienen un poder de negociación aterrador, lo que lleva a muchos de ellos a no tener más respeto por sus roles”.

Le quedará para siempre la espina de no haber dirigido a un grande, más allá del ya mencionado ciclo breve en Nápoli. El entonces dueño del Milan Silvio Berlusconi le dijo que alguna vez lo llame para negociar una posible llamada al club. Galeone, hincha del Inter, nunca lo hizo. En cambio sí se mostró interesado cada vez que lo llamaron desde el club de su infancia; sorprendido por la falta de propuestas firmes concluyó “Supongo que les habrán dicho las cosas de siempre, que soy un mujeriego y un borracho”.
Alguna vez el mismísimo Diego Maradona le dijo “Me encantaría que fueras mi entrenador”, pero para cuando El Profeta llegó a Nápoli Diego ya se había ido. Suerte o destino, pero Galeone solo triunfó saliendo del barro.
Su versión veterana siguió dejando frases contundentes. “Los candidatos de izquierda son demasiado cautelosos, no toman partido abiertamente” dice cada vez que le preguntan de política. Su mayor orgullo es que exdirigidos suyos tomaron cosas de él para entrenar: “Me considero un maestro antes que un entrenador”, declara y saca pecho. Y no se olvida del fútbol actual: “Más que táctica, hay que aprender a jugar al fútbol, pensando siempre en equipo”.
Giovanni Galeone es el mismo siempre. En Pescara, Udinese o el Trieste de su infancia. Dice “Hoy sigo soñando con salir al campo y jugar, como cuando era niño”. Y uno no puede hacer más que asentir y reconocer en el otrora DT la pasión inexplicable que despierta el fútbol.
