Por Rocío Gorozo (@RGorozo)
La madrugada del lunes nos despertó con la noticia del fallecimiento de Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco. El primero latinoamericano, el primero de nuestro país. Con los pies sobre la tierra, traspasó barreras y rompió los moldes de la Iglesia Católica.
La acercó a los propios y ajenos, a la comunidad LGBTIQ+, a las mujeres y los niños, a los inmigrantes, los marginados y los pobres, a la vez que condenó a los curas pedófilos, el genocidio en Gaza, el fascismo, la contaminación ambiental, como así el accionar de los poderosos bajo la lógica del mercado. Fue una figura austera, disruptiva, comprometida, con la indisciplina propia (por supuesto) del ser argentino.
Y futbolera como ninguna, pues consideraba que se trataba del deporte más bello del mundo, esencial para desafiarse a uno mismo, dar lo mejor, aprender de las derrotas, divertirse, trabajar en equipo e incorporar valores como la lealtad, el respeto, el altruismo y la solidaridad. Hasta armó su propio museo en el Vaticano con los regalos de distintos jugadores, entre los que se destacan objetos vinculados al Ciclón.
Aunque la situación institucional actual de San Lorenzo de Almagro genere la sensación de que está “olvidado por Dios”, la Historia demuestra lo contrario. Si uno de sus fundadores fue el sacerdote Lorenzo Massa, su hincha más famoso fue el propio Bergoglio, con carnet de socio y cumplidor de la cuota, que había pasado su infancia admirando al Trío de Oro (Rinaldo Martino, René Pontoni y Armando Farro) y el resto del plantel campeón de la Primera División en 1946, formación que se sabía de memoria.
Ese fanatismo no mermó, a tal punto que, hasta sus últimos días, tenía quien le informara los resultados de las competencias y seguía en contacto con el club; el capitán y referente Iker Muniain lo despidió en redes sociales y afirmó que la noticia de su partida es muy triste para los cuervos.
Su discurso durante la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro se volvió arenga para la Albiceleste en “Jogo Bendito”, una de las mejores publicidades de TyC Sports, en el marco de Brasil 2014. Queda también en el recuerdo la postal de ese 1° de julio, cuando vio el infartante partido de los octavos de final en compañía de sus rivales, nada más y nada menos que la Guardia Suiza, encargada de su protección.

En la previa bromeó que iba a ser una guerra, y estuvo en lo correcto. Ganamos en el alargue, curiosamente, gracias a la intervención de un Ángel (Di María). ¡Pensar que estuvimos tan cerca de la tercera estrella! Por lo menos pudo, tiempo después, alegrarse ante la conquista de Qatar.
“Brasilero brasilero, qué amargado se te ve, Maradona y Pancho Uno son más grandes que Pelé”, cantaba el humorista Yayo Guridi en el programa Sin Codificar (si habremos bailado la “Cumbia Papal” con mis amigas en el boliche…). Tanto Diego como Francisco tuvieron en común que el privilegio no les nubló la empatía.
Diego lo definió como “un hombre humano, que no me hizo besar el anillo, que me dio un abrazo como si me lo hubiese dado mi viejo y eso me compró el corazón”; sus reuniones lo reconciliaron con el catolicismo y lo convirtieron en el hincha número 1 del Sumo Pontífice. Pero además, confirmado por el periodista Ernesto “Cherquis” Bialo, fueron el puntapié para saldar en vida una asignatura pendiente: reconocer a sus hijos Diego Junior y Jana.
El politólogo Javier Cachés twitteó: “¿Cómo puede ser que un país de desarrollo medio del fin del mundo produzca tantas figuras universales y genios extraordinarios, generación tras generación?”. Debemos reconocerlo: Nuestra Patria es pionera y faro en derechos humanos, en el deporte, el cine, la ciencia, la medicina, la literatura, la música y hasta en materia religiosa. Ha quedado evidenciado.
Estamos de duelo. Personalidades a lo largo y ancho del planeta, de todos los ámbitos, despidieron a Francisco. Dentro de mi familia inclusive, donde convivimos agnósticos, ateos y creyentes. El homenaje más conmovedor, a mi criterio, se encuentra en el video armado por la AFA: “El argentino que jugó para el mundo”. La religión y el fútbol están inevitablemente conectados, comparten más similitudes que diferencias.
Hay quienes las catalogan como el opio del pueblo. Reversionando las letras del enorme Charly García, quizás debieran considerar que, para la gente común que vive una realidad plagada de desigualdades, injusticias, discursos de odio junto a falsas noticias, mientras abrimos la heladera y sólo queda un limón sin exprimir, intentamos hallar un sueño en un placard y queremos sentirnos bien.
Creyendo en Maradona o en el Señor, sea en Messi o Jesús, llevando la pelota o la Biblia, vistiendo una camiseta o teniendo un rosario, dentro de la cancha o yendo a misa, simplemente estamos buscando un símbolo de paz.
