Por Editorial Matecito Amargo (@editorialmatecitoamargo)
[Desde Chile]
Una antigua frase reza que “El fútbol es cosa más importante entre las cosas menos importantes”. Ahora bien, a partir de la tragedia ocurrida el jueves 10 de abril en el Estadio Monumental, donde dos jóvenes de 12 y 18 años murieron a manos de Carabineros de Chile antes del partido entre Colo-Colo y Fortaleza, el fútbol pasó a convertirse en “La cosa más importante entre las cosas más importantes”.
Este acontecimiento, uno de los más lamentables y dolorosos en la historia del fútbol chileno, nos impactó a todos y a todas, nos puso a prueba y, lamentablemente, no hemos estado a la altura, ninguno de los actores y actrices que constituyen al fútbol chileno.
Tanto las autoridades como carabineros, dirigentes e hinchas, hemos dejado mucho que desear al momento de enfrentar lo ocurrido. Quizás, esta tragedia terminó por desnudar todas nuestras falencias, no solo referentes a la organización de espectáculos deportivos, sino también como personas que sienten y piensan.
Sin lugar a duda, todo esto refleja nuestra crisis como sociedad y el fútbol sigue siendo la mejor representación de lo que somos, para bien y para mal. En palabras simples: este acontecimiento sacó lo peor de todos/as nosotros/as.
En el minuto 73 del partido, un grupo de hinchas colocolinos rompió los acrílicos que separan la galería de la cancha e ingresaron al campo de juego, lo que provocó la suspensión del encuentro. El motivo de esta reacción de la parcialidad alba se debió a la muerte de dos jóvenes hinchas del club previo al partido: Mylan de 12 años y Martina de 18.

La causa de estas muertes fue una “avalancha” que hizo un grupo de personas que no contaba con entrada para ingresar al duelo, lo que provocó que Mylan y Martina fueran aplastados por un carro lanza-gases de Carabineros cuando intentó dispersar a la multitud.
Esta tragedia provocó un verdadero terremoto en nuestro país. Costaba creerlo, costaba digerirlo: dos jóvenes murieron por ir a ver un partido de su equipo de fútbol. Nadie sabía muy bien qué hacer ni qué decir y, lamentablemente, eso se notó.
Lo primero fue decidir qué pasaría con los 17 minutos restantes del encuentro. Se dijo que la Conmebol buscó esperar a que los asistentes se retiraran del estadio para disputar los minutos restantes del partido a puertas cerradas. Durante horas la continuación del duelo se mantuvo en vilo.
No obstante, no estaban las condiciones para continuar: afuera del estadio, se dio una verdadera batalla entre la Garra Blanca, la barra brava de Colo-Colo, en contra de Carabineros, que habían asesinado a Mylan y Martina horas antes.
Frente a esto, la Confederación Sudamericana decidió cancelar el partido. Al mismo tiempo, los enfrentamientos entre barristas con la policía se mantuvieron hasta avanzada la noche, tanto en el Estadio Monumental como en distintos sectores de Santiago, que se reactivaron al día siguiente en la mañana del viernes 11 de abril.

Desde que se informó la muerte de Mylan y Martina a través de la prensa, la repercusión mediática fue de proporciones. Como viene ocurriendo desde hace casi 40 años, con las primeras apariciones de las barras bravas chilenas a finales de la dictadura cívico-militar, tanto la prensa, como las autoridades y los dirigentes del fútbol mantuvieron su tradición de hablar mucho y decir poco.
Al mismo tiempo, los programas de debate político coparon su programación hablando sobre lo ocurrido y cómo enfrentar –y derrotar–, a las barras bravas. Todo giró en torno a la invasión a la cancha por parte de los hinchas, sobre cómo afinar los mecanismos securitarios, el rol de la fuerza privada y la fuerza pública que custodia los estadios.
Volvieron a aparecer las medidas que apuntan a “la mano dura contra la delincuencia” –que incluyeron en algunos casos el ingreso de militares a los recintos deportivos– o las acusaciones mutuas entre las facciones políticas por lo que “no hicieron” cuando fueron gobierno… En fin, mucho de lo mismo, pero poco o nada sobre el accionar de Carabineros, poco o nada sobre las dos personas que murieron por ir a ver un partido de fútbol.
Eso es lo que balbucea la prensa, las autoridades y los dirigentes del fútbol, pero ¿qué decimos nosotros y nosotras desde la razón y el sentir como hinchas? Lo primero que podemos indicar es que esta tragedia es la culminación de un largo proceso de descomposición del fútbol profesional chileno, que podríamos situar desde la llegada de las Sociedades Anónimas Deportivas Profesionales (SADP) en 2005.
En primer lugar, las autoridades siguen demostrando su escaso criterio al momento de gestionar los espectáculos deportivos. Durante el gobierno de Gabriel Boric, la figura de los delegados presidenciales –autoridades regionales designadas por el presidente de la República– han tomado protagonismo por su descriterio.
La suspensión de partidos en nuestro fútbol se ha vuelto pan de cada día, lo que se refleja en que durante este año no se ha disputado ningún “partido de alta convocatoria”, como los clásicos, siempre por motivos de “seguridad”. En este sentido, desde la disputa de la Supercopa del año 2024 entre Huachipato y Colo-Colo en el Estadio Nacional, donde la Garra Blanca provocó destrozos e invadió la cancha, las autoridades simplemente han demostrado que le temen a las barras bravas.

Al mismo tiempo, en segundo lugar, lo anterior va de la mano con el Plan Estadio Seguro, surgido en el año 2010 durante el primer gobierno de Sebastián Piñera, que buscaba erradicar la violencia de los estadios de manera definitiva. Este plan implementó medidas que llegaron a ser irrisorias, como la prohibición de lienzos en los estadios o elementos de animación, como instrumentos musicales, argumentando que estos elementos “fomentaban la violencia”.
Esta política pública se convirtió en una pesada mochila para los gobiernos que tuvieron que continuarla: cada vez se ha hecho más difícil ir al estadio en Chile por las medidas de seguridad que se aplican a las personas que simplemente van a ver el partido.
Revisiones absurdas, prohibición de elementos, medidas de seguridad fallidas, aforos reducidos o la prohibición de ir a ver encuentros de equipos de los que no se es hincha provocaron el rechazo de la comunidad futbolera y el cuestionamiento del plan. Fue tanta la inoperancia que, después de lo ocurrido en el Estadio Monumental, Pamela Venegas, jefa del Plan Estadio Seguro, renunció a su cargo y cuatro días después el propio gobierno terminó por cerrar esta política.
En tercer lugar, Carabineros de Chile sigue actuando bajo su propia ley, pasando a llevar vidas en ello. En este sentido, nuestra policía militarizada tiene un largo historial de muertes, lo que llevó a que estuviera en la palestra pública durante la revuelta de octubre de 2019.
En aquella coyuntura, el descriterio policial, la represión y el exceso de fuerza provocaron la muerte de Jorge Mora, el “Neco”, hincha de Colo-Colo asesinado por carabineros en las inmediaciones del Estadio Monumental. Lamentablemente, él no fue el primero: en 2010 la policía ya había asesinado al hincha albo Iván Umaña, el “Pantruka”. Esto se suma a otros excesos cometidos por la policía desde 2019, que se tradujeron en más de tres mil querellas presentadas por el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) el 2020.
Todos estos acontecimientos provocaron que se cuestionara la continuidad de la policía, lo que llevó a la propuesta de refundar la institución, intención que nunca se terminó por llevar a cabo. Por el contrario, durante el gobierno de Gabriel Boric se aprobó la ley “Naín Retamal”, que fortalece y protege el accionar de Carabineros y le entrega mayores atribuciones de las que ya tenía.
En cuarto lugar, los directorios de las SADP y de la Asociación Nacional de Fútbol Profesional (ANFP) han hecho poco o nada por mejorar la organización de espectáculos deportivos y favorecer a los hinchas que van al estadio. Lejos de promover la asistencia a los recintos deportivos, las empresas a cargo de administrar a los clubes chilenos han hecho todo lo posible por limitarla.

Esto se expresa, por un lado, en los precios de las entradas, las más caras de Sudamérica. Por otro lado, en la mala organización de los partidos, que se ve en las largas filas para ingresar o en la pésima “experiencia estadio”, desde recintos sucios, baños insalubres o comida a precios altos y de mala calidad.
Finalmente, también podemos verlo por medio de los aforos, convirtiendo a Chile en el único país en el mundo que sigue jugando sus partidos sin la capacidad completa de los estadios desde la pandemia. En este sentido, uno de los principales motivos para mantener esta medida apunta a gastar menos en la seguridad privada. Y para qué hablar de la programación de los partidos, tomando en cuenta que el último lunes 14 se jugó un duelo entre Palestino y Unión la Calera a las 15:00 hs.
En quinto lugar, también debemos mencionar el rol que han tenido las barras bravas en la decadencia del fútbol profesional. Durante los últimos años, tanto la Garra Blanca como Los de Abajo –la barra de Universidad de Chile– entre otras, han promovido la “cultura de la avalancha” dentro de sus integrantes, que consiste en entrar a los estadios en masa cuando no se cuenta con entrada.
Sin lugar a duda, esto ha provocado aglomeraciones y ha puesto en riesgo la seguridad de las personas que asisten al estadio, sobre todo cuando se va en familias integradas por niñeces. Sumado a lo anterior, en más de una ocasión las barras han sobrepuesto sus intereses por sobre los del equipo, a través de la suspensión de partidos por medio de la violencia.

Un caso que podemos resaltar fue el ocurrido en el “Clásico Universitario” en la primera rueda del Campeonato Nacional de 2023, cuando Los de Abajo lanzaron fuegos artificiales a la cancha mientras se disputaba el partido, provocando lesiones en trabajadores de la transmisión y poniendo en riesgo a los propios jugadores y cuerpo técnico de los equipos. En este sentido, las barras han suspendido varios duelos o han amenazado con hacerlo cuando lo consideran necesario.
Todos estos elementos, en su articulación durante años y años, han dado como resultado la muerte de dos personas en las inmediaciones del Estadio Monumental. Claramente, a partir de lo que podemos comentar, era cosa de tiempo para que ocurriera una tragedia de estas características.
En este sentido, se podría conjeturar que lo ocurrido en la noche del jueves 10 de abril podía ser la instancia para reflexionar lo que ha sido el desarrollo del fútbol chileno durante los últimos 20 años, poner la pelota al piso, vernos las caras y buscar soluciones.
Lamentablemente, no ha sido el caso. De hecho, las únicas medidas que se han hecho por parte de las autoridades y la ANFP han sido suspender el “Superclásico” que debía disputarse el domingo 13 de abril, por motivos de seguridad, y el cierre del Plan Estadio Seguro.
Más allá de eso, la fecha se disputó normalmente. A partir de lo anterior, podríamos haber dicho que tuvieron que morir dos personas para que nos sentáramos a discutir sobre el futuro del fútbol chileno, para reformularlo y sentar las bases para los años que vendrán… pero no ha sido así. Nada cercano a eso, ninguna autocrítica, ninguna solución de fondo.
Incluso, podríamos decir que ha sido todo lo contrario: esta tragedia ha sacado lo peor de nosotros y nosotras. Partiendo por el pedido de puntos hecho por la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF) en favor de Fortaleza, pasando por la reacción de las autoridades frente al hecho, por las declaraciones de los dirigentes del fútbol –o, mejor dicho, de los directorios de las sociedades anónimas–, hasta llegar a los ataques violentos entre hinchas por medio de Redes Sociales (RR. SS.), esta tragedia ha estado lejos de ser asimilada con la seriedad que se merece.

No solo eso, sino que los propios jugadores y exjugadores tampoco han estado a la altura: por un lado, Alan Saldivia, defensa de Colo-Colo, fue grabado en el velorio de uno de los jóvenes asesinados realizando cánticos, junto a un grupo de hinchas, en contra de la Universidad de Chile. Por otro lado, Johnny Herrera, exjugador e ídolo de la “U”, realizó publicaciones donde se burló de Colo-Colo por no disputar el Superclásico que debía jugarse. En ambos casos, la actitud de Saldivia y Herrera fue reprochada por los y las hinchas, advirtiéndoles que no era el momento para ese tipo de manifestaciones.
Ahora bien, claramente las reacciones de autoridades, dirigentes y jugadores son esperables, ya que han sido las mismas desde hace 40 años. No obstante, ¿cómo podríamos explicar las reacciones poco empáticas por parte de muchos y muchas hinchas fútbol chileno?
Podemos hacer algunas conjeturas a partir desde el punto de vista histórico y social. En este sentido, el fútbol seguiría siendo el reflejo de su sociedad, aunque mucha gente no quiera aceptarlo. Desde la dictadura cívico-militar se fomentó un tipo de hincha más confrontacional y exitista, centrado principalmente en los resultados deportivos y no tanto en el rol social de los clubes y corporaciones.
Este modelo de hincha neoliberal, que podríamos llamar “hincha de consumo”, comenzó a cuajar en nuestro fútbol durante la década de 1990, para cristalizar en la década siguiente de la mano de las SADP. A partir de esto, este “hincha de consumo” vela por sus propios intereses, justifica el accionar de Carabineros, fomenta la odiosidad hacia otros equipos y se mantiene al margen de los directorios de las instituciones deportivas.
A final de cuentas, este tipo de hincha, lamentablemente hegemónico en la actualidad, se ha convertido en un sujeto funcional a los intereses de las SADP, que lo modelan por medio de los abonos de entradas y el merchandising.
A partir de todo lo anterior, ¿qué es lo que proponemos desde nuestra vereda, desde la vereda del fútbol popular? El llamado que hacemos desde la Editorial Matecito Amargo es a la reflexión y solución colectiva. Sin lugar a duda, lo ocurrido el jueves 10 en el Estadio Monumental es algo que sobrepasa cualquier cosa: las vidas de Mylan y Martina ya se fueron, no volverán reflexionemos lo que reflexionemos o hagamos lo que hagamos.

El desafío es a buscar soluciones que impidan más pérdidas como las que ya tuvimos. Y el desafío es considerable, porque apunta a un modelo de fútbol que ha llevado a la actividad a una decadencia sin precedentes en nuestra historia y que ya está costando la vida de los y las hinchas.
No, no estamos exagerando: El fútbol chileno vive la peor crisis de su historia. Lo que ocurrió no es un llamado de atención, es un golpe en el rostro que nos obliga a ponerlos en acción y realizar medidas, pero ¿cómo hacerlo si quienes debiesen tomar las decisiones y realizar esas medidas no hacen nada?
Es ahí cuando nos corresponde actuar a nosotros y nosotras, a no caer en la demagogia punitiva, que busca posponer los problemas en vez de enfrentarlos, ni hacernos los desentendidos con lo que ocurre. Como editorial somos conscientes de nuestras limitaciones, lo que no quita la posibilidad de hacer un llamado a encontrarnos, dialogar, discutir, reflexionar y actuar.
Porque nuestro enemigo, el que nos ha llevado a esta crisis, no es solamente el Estado y el empresariado: también son aquellos “hinchas de consumo” funcionales al Estado y el empresariado. En este sentido, debemos comenzar por buscar un fútbol diferente, una gestión democrática que fomente el respeto entre hinchas, la cooperación, entender al fútbol como un mecanismo de intervención social que salva vidas en vez de arrebatarlas.
Es desde esos espacios que debemos comenzar a modificar las cosas, a fomentar el respeto y la protección entre nosotros y nosotras, a cuidarnos. Tal como demuestran los hechos, las autoridades no van a hacerlo, tampoco los directorios de las sociedades anónimas, pero no basta con relegarles si no tenemos una alternativa viable y operativa que nos permita rescatar a los clubes y las personas que les dan vida.
Tal como advirtió un medio de comunicación después de lo ocurrido en el Estadio Monumental, el fútbol chileno está agonizando. Ya nos quitaron a nuestros clubes y corporaciones: que no nos quiten la empatía, la cooperación y organización, para no tener que lamentar más pérdidas como las de Mylan y Martina.
