Por Enzo Dattoli (@enzo_dattoli)
¿Puede una vida estar marcada por la tragedia y el éxito a la vez? ¿Puede una misma persona (una mujer) ser fundacional en el deporte, pionera, y a la vez ser casi olvidada o dejada de lado con el paso de los años? ¿Puede alguien ser indispensable para contar la historia y que su recuerdo permanezca en la sombra?
El 8 de marzo de 1908, en Nueva York, en la fábrica Cotton, murieron 129 mujeres en un incendio luego de que se declararan en huelga con permanencia en su lugar de trabajo, reclamando mejores condiciones de trabajo, un salario igual al que recibían los hombres que hacían su misma actividad y la reducción de la jornada laboral a 10 horas.
A raíz de ello, años más tarde, la ONU determinó el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer en conmemoración a esas mujeres fallecidas luchando por sus derechos. Y exactamente ocho años después de la tragedia, el 8 de marzo de 1916, llegó al mundo Jeanette Campbell.
De madre argentina y de padre escocés, nació en Saint-Jean-de-Luz (Francia) por motivos de fuerza mayor. La pareja, que vivía en Argentina, decidió hacer una visita a Escocia en el momento en que se desató la Primera Guerra Mundial, lo que les imposibilitó volver a Sudamérica. En cambio se marcharon a Labourd, una provincia francesa en los Pirineos, y su retorno a suelo argentino se dio recién en 1918 vía marítima.
La familia arribó al país al mismo tiempo que en los barcos ingresaba la Gripe Española, y aunque ninguno de ellos se vio afectado, muchísimas personas de las embarcaciones sí murieron tras contraer la enfermedad. Dato no menor: su abuela era Mary Elizabeth Gorman, una de las primeras maestras estadounidenses que habían llegado al país tras ser convocadas por Domingo Sarmiento. Sin embargo, el camino de Jeanette no tendría nada que ver con el de Mary…

Desde pequeña se interesó en los deportes, y rápidamente comenzó a practicar hockey sobre césped y natación en el Belgrano Athletic Club, aunque luego terminaría inclinándose definitivamente por el agua. Desde pequeña sobresalió por encima de sus rivales y compañeras, y es en aquel club donde termina de forjar sus dos amores. Por un lado, la natación; por otro, allí conoce a Ricardo Peper, quien se convertiría en su marido y el padre de sus hijos.
Su escalada, o mejor dicho su nado, fue veloz, y mucho. En 1932, a los 16 años, ganó el campeonato argentino de los 100 metros libres, y gracias a su desempeño, tuvo el lugar para competir en los Sudamericanos de Río de Janeiro en 1935. El resultado fue avasallador: oro en los 100m y 400m (en ambos estableciendo un nuevo récord) y también se subió a lo más alto del podio en las postas 4×100. Al año siguiente se desarrollarían los Juegos Olímpicos más polémicos de toda la historia en Berlín, con la Alemania Nazi en pleno auge.
Jeanette era la única argentina con las marcas suficientes como para competir, por lo que, ya nacionalizada argentina, se atrevió a viajar para poder cumplir su sueño. De los 51 integrantes de la delegación, 50 eran varones. Ella, la única, fue la primera mujer en la historia de Argentina y Sudamérica en competir en unos Juegos Olímpicos.

Luego declararía que esas tres semanas de viaje y competencia en el país alemán fueron las más aburridos de su vida, rodeada de todos hombres. Pero ella viajó con un solo objetivo: competir. En su preparación, en el barco, hizo lo que pudo e intentó exigirse al máximo a partir del momento en que arribó a Berlín.
Durante el trayecto se ataba a los bordes de una pileta muy pequeña con una cubierta de bicicleta y nadaba allí, contra la tensión de la goma, para simular el desgaste y el tiempo de la competencia, contrarrestando el nulo espacio e intentando no perder el estado.
Si en la actualidad a muchos deportistas olímpicos se les hace imposible vivir únicamente del deporte, 90 años atrás era casi una utopía y más teniendo en cuenta que se trataba de una mujer que iba contra el sistema y las costumbres de aquella época. Jeanette nunca se entrenó en Argentina como alguien que se prepara para competir en unos Juegos Olímpicos. De hecho, lo único que tuvo fueron colegas o compañeros que la asesoraban o le daban ideas para mejorar y entrenar.
El diario El Gráfico publicaba en aquel entonces sobre ella: “No lleva en Buenos Aires una cómoda vida de hogar. Empleada en una oficina comercial, está en ella desde las 9 hasta las 12 y desde las 14 hasta las 18. Recién después de esa hora, fatigada, desanimada para la tarea del día, quedaba libre para ir a entrenarse. Y lo hacía con una magnífica presencia de espíritu”.
Ya en competencia en los JJOO, ganó su serie eliminatoria estableciendo un nuevo récord sudamericano. Al día siguiente ganó su semifinal nuevamente con récord sudamericano y olímpico. Las expectativas se iban superando constantemente y ya se permitían soñar con un posible podio.
En la final tuvo una largada complicada, saltando a destiempo, y quedó parcialmente última. Sin embargo logró reponerse y liderar la carrera por momentos. Solo sobre el final perdió el liderazgo y la victoria por solo cinco centésimas ante la neerlandesa Rie Mastenbroek. Sin embargo, la medalla de plata conseguida por Jeanette marcó un antes y después en la historia del deporte y el continente. Fue la primera medalla del olimpismo femenino nacional, ¡en su primer intento!

Luego del extraordinario desempeño en su debut en los Juegos Olímpicos, tanto la propia nadadora como todo el país esperaba que pudiera revalidar e incluso superar su propia vara en los siguientes Juegos de Tokio 1940. Pero llegado el momento se encontró con una barrera inesperada: la Segunda Guerra Mundial.
Su época dorada y sus mejores años se truncaron por los conflictos bélicos y de ella solo se pudo disfrutar el amanecer de una trayectoria que a pesar de verse interrumpida, le alcanzó para ser histórica. Tanto así que en todo el siglo XX solo dos mujeres argentinas pudieron igualar su logro y conseguir una medalla olímpica: la atleta Noemí Simonetto en Londres 1948 y la tenista Gabriela Sabatini en Seúl 1988.
Sin embargo, su momento de reconocimiento le llegó unos años después y en vida. Para compensar los Juegos Olímpicos que se cancelaron en Tokio, la organización decidió otorgarle a la capital japonesa la sede en 1964. Jeanette, ya retirada hacía años, fue la abanderada de la delegación argentina, algo tan inédito como inusual.
Acompañando a la histórica nadadora que había logrado colgarse una medalla hacía casi tres décadas atrás, estuvo la joven Susana Peper, su hija, como única elegida para participar de la natación en competiciones femeninas. Es el detalle que le da sentido a la historia de redención en Tokio. Madre e hija fueron las encargadas de llevar la bandera en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos y con eso Jeanette tuvo su merecido reconocimiento por la hazaña conseguida en Berlín.
La carrera de quien fuera medallista olímpica fue, en realidad, una dura batalla contra todo. Contra los prejuicios por su género, contra las Federaciones, contra la sociedad, contra los estándares, los machismos y más. Fue una carrera contra corriente. Mucho más difícil que aquella final en Alemania.
Su historia es contada a través de las tragedias que impactaron el mundo. Nació en un día cargado de historia, creció en plena Guerra Mundial, esquivó la Gripe Española, su mayor logro deportivo fue opacado por el auge del Imperio Nazi, su época dorada se vio interrumpida por la Segunda Guerra Mundial y su mejor reconocimiento fue en un lugar castigado por bombas atómicas.
Convivió con la tragedia y el dolor, y sin embargo logró dejar su nombre y apellido grabados en las páginas doradas de la historia del deporte nacional y mundial. Jeanette Campbell no solo debe ser recordada como la mejor nadadora de Argentina, sino como una mujer que demostró, antes que nadie, que sí se podía.
Que era posible imaginar una vida distinta, haciendo lo que quería y llevando sus aspiraciones hasta el final. Su recuerdo durará por siempre y cada 8 de marzo será el día ideal y la excusa perfecta para que su legado siga más presente y vivo que nunca.
