Por Sebastián Tafuro (@tafurel)
La noche se apaga en Stamford Bridge. Un mezquino Chelsea que sueña, a fuerza de una inyección de varios millones, con meter su nombre en la historia grande del fútbol europeo le está ganando 1 a 0 al Barcelona y se mete en la final de la Champions League.
Es el 6 de mayo de 2009 y los catalanes, que vienen brillando desde la asunción de Pep Guardiola como entrenador, ven cómo la ilusión más grande se desvanece en el aire. Van 92 minutos. No queda nada. Pero como siempre hay tiempo para dar el último suspiro, el Barça va.
Dani Alves tira un centro a la carrera, Terry la despeja hacia la izquierda y le queda al camerunés Eto’o que no la puede controlar bien. El que sí puede hacerlo es Lionel Messi que la captura justo y hace lo único posible en ese instante: dársela a Andrés Iniesta que está en la puerta del área dispuesto a sacudir en busca del milagro.
Y le pega. Con alma y vida, con una especie de revés de derecha que le rompe el arco a Cech y desata la locura, la camiseta revoleada, Guardiola corriendo enloquecido hasta el córner. Los abrazos que se suceden en ese tipo de instantes que son únicos. Barcelona es finalista de la Champions League y quiere toda la gloria: en España y en el continente.
Corre el minuto 116 de la final de la Copa del Mundo de 2010 en Sudáfrica. Para cualquiera que la gane será la primera vez. La doble frustración en 1974 y 1978 ha colocado a Holanda bajo esa injusta idea de perdedor o «pecho frío» en las finales.
Para España, su historia en la Copa del Mundo es más limitada y ya es un debut estar en la máxima instancia. Pero la expectativa es altísima porque el equipo que armó Aragonés, que ganó la Eurocopa 2008 y que ahora dirige Del Bosque es otra cosa, otro fútbol.
La famosa «furia roja» se ha transformado en un juego creativo, bello, de tiki tiki productivo y con unos talentos combinados como pocas veces. Y encima en el medio apareció un tal Guardiola como DT del Barcelona. El poder de la influencia.
Un centro al área es rechazado por la defensa de Holanda, la agarra Fabregas y lo ve a él dentro del área. Pequeño en ese mar de remeras naranjas, espera que la pelota llegue a sus pies porque ya tiene decidido qué hacer. Cesc lo asiste e Iniesta recibe para acomodarse y sacar el derechazo inatajable.
El festejo es recordado: Iniesta sale corriendo, se saca la camiseta y debajo se ve otra remera con la leyenda «Dani Jarque, siempre con nosotros», en homenaje al ex jugador del Espanyol y la Fiorentina, fallecido de un infarto un año antes. En unos minutos el árbitro va a pitar el término del encuentro: con ese gol de Andrés, España va a ser campeona del mundo por primera vez.
Con sólo estos dos goles alcanzaría para colocar a Andrés Iniesta en un pedestal del fútbol contemporáneo, del fútbol del siglo XXI, aunque su talento no reconoce épocas. Sin esos dos goles ni Barcelona sería Barcelona ni España sería España. Porque si ambos conjuntos ya tenían un importante reconocimiento por sus propuestas y sus logros, esas apariciones llevaron a alcanzar prácticamente los escalones más altos.
¿Y si los dos derechazos se iban afuera? En tiempos donde el éxito se mide en relación a lo que uno gana, Barcelona y España ganaron y en ambas situaciones mucho tuvo que ver el nacido en el pequeño pueblo de Fuentealbilla. Cuando la propuesta es innovadora y rompe con los cánones tradicionales se le exige el doble. La victoria total y absoluta quiebra detractores y consolida admiradores.
Pero volvamos a Iniesta. Andrés, según Juan Román Riquelme, ese especialista tanto jugando como analizando, es el tipo que mejor entiende el juego, el que cuando desde la tribuna o en casa gritamos “cruzala”, él ya pensó en cruzarla y la cruzó nomás. “Hace todo bien, cuando juega tengo la obligación de mirarlo”, ha dicho Román. Siempre leyendo un segundo antes lo que indica el momento. Con un físico aparentemente endeble, Iniesta ha explotado las virtudes de su cuerpo para engañar a todos.
«Su talento es el de inventar espacios para los otros. Un altruismo forzoso que ciertamente lo ha privado de un reconocimiento aún más majestuoso. Como es el Balón de Oro, que se le escapó en 2010 (fue segundo) y en 2012 (tercero). Sin él, Messi probablemente se habría cansado del Barça antes». Así graficaba el diario France Football a Iniesta, en una nota donde le pedía perdón por no haberle otorgado nunca el Balón de Oro.
A esta altura la ausencia de un premio es un dato de color para toda la magia que nos ha regalado este crack. Este altruista forzoso que ama a la pelota más que a nada en el mundo. Y al que sólo debemos agradecerle por tantos momentos de felicidad futbolera.