Por Felipe Lemos (@comentaristabur)
Hoy en día para muchos el buen rendimiento de un centrocampista está condicionado por el porcentaje de acierto en los pases largos. Ese es uno de los tantos factores que, sí, influyen, pero que fallan en el intento de resumir al jugador.
Puedo decir que De Paul no mira antes de recibir, corre infinitos riesgos y necesita al menos dos toques de balón para poder hacer un pase decente. En otras palabras, va en contra de todo el manual. Y, sin embargo, agarró el partido de fútbol más importante del planeta y lo guardó en su bolsillo. Espectacular jugando el juego, no tanto practicando el deporte.
Y no quiere decir que De Paul sea malo con la pelota, al contrario. Tiene más técnica de la necesaria para estar en la élite del fútbol mundial. Sin embargo, lo que lo convierte en un gran jugador no es esa cualidad.
Jugar un partido de fútbol es sumergirse en una narrativa compleja con varias pequeñas historias entre los 22 personajes (más el árbitro, más los entrenadores, más las decenas de miles de aficionados), y que requiere por tanto una comprensión y un tacto únicos con lo subjetivo. Y eso sobra en él.
Lo más destacable es su sensibilidad al ritmo. No fluye suavemente, como suele caracterizarse en los llamados conductores. Se desmenuza, rompiéndose en pedazos. Entiende el momento de, a través de los roces, frenar la continuidad rival. Atrae el tiempo hacia él.
Un partido, mucho sentimiento
Argentina juega contra Brasil por Eliminatorias. Recuperan la pelota y va a los pies de De Paul. La controla con calma, levanta la cabeza, infla el pecho y mira a su alrededor. Respira hondo, la pelota todavía está entre la suela del botín y el pasto. Se esfuerza por recordar a todos la importancia de respirar.
Da un pequeño giro hacia adelante y comienza a llamar a su oponente que, como nosotros, ya no soporta mirar la cara de ese pícaro. Rodrygo va como un toro hacia la bandera roja temblorosa. De Paul acomoda su cuerpo, recibe el golpe y cae, poniéndose la pelota bajo los brazos. Los argentinos vuelven a respirar, mientras los brasileños resoplan de odio.
Con cada falta, el número 7 corre hacia el juez, se coloca en medio de todos y comienza a hablar, con una sonrisa de satisfacción y el ceño fruncido, tratando de no reír para no hacer explícito el engaño. Es necesario mostrar indignación, sea como sea.
Como jugador movido por la emoción que es, también se deja afectar. El fútbol para De Paul nace mientras sucede en el campo, pero vive en sus sensaciones. Tras recibir un lindo caño de Martinelli por la banda izquierda, se quedó en el aire.
Sin causar ningún impacto directo, esa jugada dejó a Argentina fuera del juego por varios minutos. El sentimiento de exposición y humillación que sintió De Paul, que hasta entonces se había comportado como el jefe del equipo, modificó las relaciones jerárquicas.
Mientras asimilaban lo sucedido y trataban de encontrarse, el equipo perdió el alma. Era la herida que Brasil necesitaba agrandar, pero no la aprovechó. Un córner de Messi que Otamendi cabeceó hacia la red hizo que De Paul volviera a vibrar y Argentina resucitó.

Simeone y De Paul
Cuando fue contratado imaginé a De Paul como el candidato perfecto para la nueva etapa del Atleti. En el 352 de Diego Simeone quedaba una vacante junto a Koke y Lemar y, por características, pensé que encajaría como un guante. Pero sus primeras temporadas colchoneras no fueron buenas.
Después de un año y medio de dudas y malestares, Argentina gana la Copa de Qatar y las cosas en el Atleti empiezan a avanzar. Quizás por un baño en el alma de Simeone, que parecía confundido en el proceso de “modernización” que lo presionaron a llevar a cabo, o por el vuelco en el desempeño de los argentinos del club (además de él, Nahuel Molina pasó del agua al vino y Angelito Correa se convirtió en un jugador cada vez más confiable).
El caso es que Antoine Griezmann finalmente tuvo compañeros a la altura de su desempeño, en un sistema que le da el debido protagonismo y es cohesionado con el resto de individualidades.
En la segunda mitad de la temporada 22/23, Rodrigo De Paul todavía no era titular absoluto, alternando con Llorente y mostrando poco de ese notable protagonismo en sus apariciones con la Albiceleste. Ahora es una figura destacada en los partidos importantes, y parece mucho más cómodo expresándose con la camiseta rojiblanca.
Jugar el juego
Como ya hemos dicho, De Paul corre riesgos, y cada vez más en el Atleti. Su visión y lectura para “encontrar” es fuera de serie. Siempre entiende cuál es el pase con mayor ganancia (y en consecuencia, con mayor riesgo) y comete muchos errores. Eso no significa que deje de intentarlo.
Está claro cómo su instinto es buscar a Griezmann por dentro, en el pase vertical raso. Esta relación crece con cada partido, junto con las responsabilidades que asume el argentino. El equipo trabaja por parejas, tocando el balón por dentro, cosiendo al rival y luego activando a Molina cuando llega por afuera.
Entre estos pequeños detalles difíciles de notar, el argentino siempre parece hacer lo correcto de manera imprecisa. Inventivo y valiente, la mayoría de las veces el pase sale, pero sale duro, masticado, lejano, demasiado alto, imperfecto sin comprometer la continuidad de la jugada. Incluso en sus gestos técnicos bellos y refinados, siempre hay un pequeño defecto.
En el partido contra el Sevilla, por los cuartos de final de la Copa del Rey, el protagonismo esperado se manifestó como nunca. Fue una eliminatoria complicada, ganada 1-0 con un gol marcado en el minuto 80. Una batalla como esa requiere soldados preparados para derramar sangre en el suelo y resistir, por encima de todo. El tipo de partido donde aparece Rodrigo De Paul.

Quién es, por qué es así
Después de que Memphis Depay vulnerara el arco del Sevilla, la presión contraria llegó en avalancha. Sergio Ramos se lucía en el juego aéreo, Rakitic hablaba en voz alta. Pero llega De Paul, en el auge de su locura, y cae sobre la pelota tras una disputa normal. Habían despertado al monstruo. Así acabó la secuencia de ataques del Sevilla, y la expresión de los de blanco era de impotencia y odio. Domina el ritmo del juego y la mente de los rivales.
Apodado “Motorcito”, finalmente le cayó en gracia a la hinchada colchonera. Si pensamos en aquel primer Atleti, finalista de la Champions y campeón de La Liga, fiero, asqueroso, impuro, es un matrimonio perfecto que curiosamente tardó mucho en concretarse. Pero sucedió y es el lugar ideal para que De Paul sea él mismo, como en la selección nacional.
Hay una estrella que defender, compatriotas con los que ganó el Campeonato del Mundo, espíritu de lucha y un líder que estaba tan loco como él en el campo. Como dijo en el programa Universo Valdano, “los clubes tienen futbolistas, no personas. Y somos gente jugando al fútbol”.
Rodrigo De Paul es una persona, expresa lo que siente y juega al fútbol en base a eso. Entiende como nadie las emociones de un partido, y provoca las más variadas sensaciones en quienes comparten el campo y en quienes miran desde lejos. Rodrigo De Paul juega con el corazón. Estoy feliz de haberlo visto en esa noche caótica en Maracaná.
Pois sou uma pessoa
Esta é minha canoa:
Eu nela embarco
Eu sou pessoa!
A palavra pessoa hoje não soa bem
Pouco me importa!
“Conheço o Meu Lugar”, Belchior
Esta nota fue originalmente publicada en portugués: https://opontofuturo.com/de-paul-e-a-palavra-pessoa/