Volverla a ver

La vuelta de Gaby Sabatini a las canchas en el Torneo de Leyendas nos dio la excusa perfecta para reflexionar sobre lo que significa en el deporte argentino.

Por Coni Vanzini (@covanzini)

Para muchos, es un regreso. Para tantos otros, es la primera vez. Un mito que vuelve en modo leyenda. Gabriela Sabatini juega el torneo de «veteranas», con Gisela Dulko, en Roland Garros y enciende un fuego que ella misma decidió apagar aún en su juventud.

Maestra en dos oportunidades, ganadora de 27 títulos de WTA y de la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Seúl ’88, Gaby se retiró con sólo 26 años, en 1996, explicando que «dejó el tenis para no odiarlo». No quería jugar más. Ya había dado todo. Y vaya si así fue.

Sabatini es más grande que su carrera y sus títulos. A la altura de los mejores deportistas de la historia argentina, nombrar a Gabriela ya es suficiente y representa lo mismo que decir Diego, Lionel, Manu, Guillermo o Lucha. 

Gabriela es la razón por la que miles de niñas empezaron a ver tenis, a jugarlo, a soñar, a agarrar una raqueta por primera vez. De bajo perfil y algo tímida, con su talento continuó el camino que el inmenso Guillermo Vilas había iniciado unas décadas antes. Hasta entonces, el tenis era exclusivo de élite. Con ellos, el deporte se popularizó como nunca antes (ni después). Los fanáticos argentinos se sentaban frente a la tv a ver los partidos de Guillermo y Gabriela como un ritual. Los puntos de sus finales épicas se gritaban como goles en un país más habituado a festejar con otra pelota.

Gabriela fue la primera gran ídola. Una referente. Abrió las puertas de otro universo: el de tener a una tenista mujer argentina entre las 3 mejores del mundo. Una que le jugaba de igual a igual a todas, en cualquier superficie, circunstancia y, usualmente, con el público a su favor.

Carismática como pocas, su rivalidad con Steffi Graf es parte de los libros de historia del deporte. Para siempre quedará su inolvidable victoria en el US Open ’90, o la corona que no pudo ser para ella en Wimbledon’ 91.

Amada en diferentes partes del mundo, Gaby tuvo un vínculo especial con las dos ciudades en las que más feliz fue: Nueva York y Roma. Un lazo que perdura. Adónde vaya, la reconocen, la aplauden, la quieren. 

Estos días de la primavera parisina la recibieron con honores a la cinco veces semifinalista en Roland Garros. Su primera vez, con apenas 15 años. La ex niña prodigio sabe lo que significa su regreso a una competencia oficial. Es revivir el fuego sagrado. 30 años después, trae recuerdos imborrables para los afortunados que la gozaron en su plenitud, cuando Sabatini tocaba el cielo con su raqueta. 30 años después, da la chance de verla en acción a las nuevas generaciones, que crecieron con la leyenda de una Gabriela que maravillaba al mundo con su estilo de juego y con un carisma único. 

Su regreso es su reconciliación con el tenis. Qué suerte la nuestra de volverla a ver. Tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio y coincidir. Gracias a la vida, Gaby es leyenda y es argentina.

Gisela y Gabriela, historia pura del tenis argentino.

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