Por Pablo Maltz (@pablomaltz)
En el estadio de Gimnasia el humo azul y blanco de un enorme recibimiento se dispersó para dar lugar a los gases lacrimógenos irrespirables. El caos, desborde e incertidumbre fue producto de la represión, palabra que resume una noche plagada de sospechas.
Lo cierto es que hasta una hora antes del trágico Gimnasia – Boca, la cosa en las inmediaciones se desarrollaba de manera festiva. Miles de familias y amigos arribando a 60 y 118 desde toda la región para disfrutar un partido importante por la definición del torneo.
El marco general era similar a los anteriores encuentros. Los mismos controles policiales, filas habituales, concentración de hinchas en el monumento y venta de pocas entradas generales. La diferencia: por algún motivo decidieron cerrar las puertas de acceso al estadio minutos antes del comienzo del partido. ¿Quién dio la orden? ¿Por qué dejaron a socios e hinchas con entrada afuera? ¿Por qué no quedaron los portones abiertos durante todo el partido?
La fiesta en las tribunas duró poco. En los primeros minutos de juego el humo que se acercaba a las tribunas ya no era el de los hinchas, y los disparos anunciaban que algo estaba pasando afuera.
Socios y socias que sacaron abono todo el año o compraron la entrada, no llegaron ni a quejarse cuando comenzó la cacería. Algunos se resignaron, corriendo por el Bosque y otros siguieron con el reclamo genuino para entrar; todos ya sumergidos en los gases lacrimógenos y balas de goma.
Desesperación de un lado. Del otro, los portones cerrados. Ya no importaba el partido, solo buscar un refugio y ayudar a los que su cuerpo no resistía por falta de respiración o vómitos. Con la nube tóxica ya dentro del campo de juego, los futbolistas se metieron en el vestuario, colaboraron como pudieron y la suspensión del partido era un hecho.
Gases lacrimógenos lanzados de afuera hacia adentro del estadio, por debajo de las tribunas y aún con las puertas inhabilitadas, no podía terminar bien. En el debate sobre qué hacer, la hinchada evitó un daño mayor porque empezó a ingresar al campo de juego y no hubo aglomeraciones para salir de forma desesperada. Puerta 12 y Cromañón nos siguen helando la sangre, laten en el recuerdo.
Durante más de 40 minutos siguieron los tiros, lanzados a la altura de la cara y poco divisibles en la oscuridad. Los baños se convirtieron en espacios para niños descompensados y los hinchas, sin señal, intentaban comunicarse con amigos y familiares que no pudieron ingresar.
Los alrededores de la cancha sin luces (como siempre), con bomberos llevando en andas a desmayados y los hinchas adentro y afuera, ayudando para que los pibes puedan cubrirse la boca, recibir agua y abrir paso al campo de juego donde se podía respirar mejor.
En el Bosque platense se vivieron encuentros con mucha más tensión y expectativa como la llegada de Maradona, clásicos, finales y definición de promociones por el descenso. Jamás se vivió algo así. Los breves nueve minutos en juego pierden sentido, salvo para la rosca de su reanudación. Rodarán algunas cabezas, pero el show debe continuar.
¿Internas policiales? ¿Pases de factura? Lo que está comprobado es que no fue solo negligencia. Por algún motivo el operativo policial decidió montar una trampa que terminó con heridos, gente descompuesta y la vida de César “Lolo” Regueiro, al que nunca vamos a olvidar.