Por Julián Aguilera (@AguileraJulian6)
“Maradona era tan cariñoso en el trato que era imposible no amarlo: te juro que era imposible no amarlo” decía Sebastián Méndez, última persona en acompañar al Diego en su aventura dirigiendo a Gimnasia y revolucionando todo el futbol argentino.
Podríamos hablar muchísimo de lo magnífico que fue el Diego como jugador, sería lo más fácil, pero hablar de lo que fue como persona, su rebeldía, su solidaridad, su empatía por los desposeídos, su amor por los pueblos del mundo, entre tantas otras cosas, creo personalmente, es algo que lo transforma en un santo, en un D10S, en alguien único.
Alrededor de las 13 horas (en Argentina) del 25 de noviembre de 2020 el mundo se puso en pausa, la noticia se hizo conocer de a poco, pero nadie lo quería creer. «Es imposible», decían algunos, «ya pasó esto otras veces y fue mentira», decían otros; a la espera de la noticia que desmintiera que nuestro D10S terrenal no estaba más entre nosotros. Pero esa noticia no llegó.
A partir de ahí cada rincón lloraba la partida del ser más hermoso de este planeta, parece difícil explicar que no hubo espacio que no se rindiera en llanto para despedirlo, la única pared que se encontraba de pie en Siria castigada por los bombardeos que viven a diario le dedicaba un hermoso retrato, cada barrio, cada villa pintaba y pintan murales sobre sus asombrosas hazañas, una torre en China desplegaba una hermosa imagen de él, cada estadio de futbol antes de cada partido no dejaba pasar la oportunidad de despedirlo con la canción de Rodrigo o «Live is Life» (Vivir es vida).
Hasta la persona menos fanática o desinteresada no podía evitar dejar caer algunas lágrimas sintiendo esa angustia en el pecho. Quizás el Diego era un fenómeno difícil de explicar o tal vez no, tal vez es más fácil de lo que creemos. “Era imposible no amarlo” y volvemos con lo que decía el Gallego Méndez. Obvio que era imposible, si él mismo se encargó de sembrar una semilla en el corazón del Pueblo de donde nunca se irá, sus actos lo definieron y lo definieron muy bien como el abanderado del Pueblo, porque lo ves a él en cada laburante de a pie, lo ves ahí en cada potrero o baldío que te puedas encontrar, en cada pelota que pueda rodar, en cada lucha que se pueda dar en pos de conquistar un derecho para los invisibles de siempre, en un mural del barrio, en la remera de un pibe, en cualquier lugar. Pero podríamos seguir hablando, sería interminable, siempre terminamos encontrando algo que nos haga emocionar y nos asombre de él.
Darle un cierre a estas palabras, entre tantas cosas que se pueden mencionar, cuesta. Concluiré diciendo que el Diego no se murió, solo se hizo Pueblo, lugar donde no todos pueden llegar, pero quien llega vive para siempre, quien muere por la vida no puede llamarse muerto y a partir de este momento queda prohibido llorarlos.
Gracias Diego, sos amor verdadero para la eternidad.