Cuando la historia une: “La Décima” del Real Madrid

Por Emiliano Rossenblum (@emirossen)


Las dos hinchadas haciéndose sentir. Los jugadores, ya serios y concentrados, entrando a la cancha. Los violines empiezan a entonar esa melodía que ya nos parece familiar luego de tantos años. La orquesta entera se suma a los violines, y la canción toma más forma aún cuando escuchamos el clásico “the champions” con la “o” alargada. Más de 100 millones de personas asisten a ese ritual sagrado a través de sus televisores. Se jugaba la final de la Champions League 2013-14, y la expectativa desbordaba cualquier razón: por primera vez, Real Madrid y Atlético de Madrid dirimían una competición europea.

De un lado, un Real Madrid lleno de estrellas (como venía siendo habitual) tenía la presión de ganar su primera Copa de Europa en doce años, y la décima de su historia. Del otro, el proyecto liderado por Simeone -que venía de ganar la liga española una semana antes- quería saldar una cuenta pendiente en la historia del club: su única final de Copa de Europa hasta ese momento la habían perdido en el último suspiro contra el Bayern en 1974, por lo que ganar su primer máximo título continental contra su clásico rival era una posibilidad irresistible. En el medio, la pasión y tensión que tiene todo derbi madrileño.

Aunque esta vez, por supuesto, sería un poco diferente. Gran parte del público había recorrido los 500 kilómetros que separaban a la capital española de Lisboa, donde el Estadio da Luz recibiría un duelo destinado a quedar grabado entre las páginas más célebres del deporte fuera cual fuera el resultado.

De esta manera, el Real Madrid salía con Casillas como líder y capitán desde el arco, la solidez de una defensa con Carvajal, Ramos, Varane y Coentrão, Khedira aportando despliegue, Modrić y Di María aportando su indiscutible calidad, y arriba su tridente fantástico, la “BBC”: Bale, Benzema, Cristiano Ronaldo.

Su rival tenía jugadores de menos renombre, pero muchos de ellos estaban en el mejor momento de su carrera. Courtois era una muralla infranqueable, aunque gran parte de eso tenía que ver con una zaga imperial formada por Godín y Miranda. A Gabi, que era el termómetro del equipo desde el mediocampo, lo acompañaba Tiago Mendes, que se ocupaba más de la construcción de juego. Juanfran como lateral y Raúl García como volante externo se repartían la banda derecha, mientras que el carril opuesto era responsabilidad de Filipe Luis y Koke. Arriba, Diego Costa y David Villa eran dos amenazas a tener en cuenta.

Las mayores figuras no influyeron tanto en la primera media hora, en la que hubo poco juego y mucha fricción. Irían asomando la cabeza poco a poco: Cristiano y Bale avisaron con un par de disparos al arco de Courtois, mientras que del otro lado Miranda y Gabi se erigían como máximos responsables de la solidez defensiva colchonera. Sin embargo, los dirigidos por Simeone apenas llegaban con peligro, y su rival no necesitaba mucha motivación para ponerse el partido al hombro.

Tampoco fue tan fácil. A los 35 minutos, una jugada aislada termina en córner para el Atlético. Gabi tira un centro, Varane rechaza y el rebote quedó justo para que hicieran otro. Fue en este segundo envío cuando una salida desesperada de Casillas se unió a una defensa muy confiada en que cobrarían offside porque varios jugadores iban a intervenir en la jugada estando fuera de juego. Ninguna de las dos cosas funcionó, ya que Casillas había errado al cálculo y quedó a medio camino mientras que los defensores no se habían percatado de que Modric habilitaba a los atacantes colchoneros. Resultado: Godín cabeceó prácticamente solo y Casillas apenas llegó a sacar la pelota cuando ya había entrado.

El gol fue un quiebre anímico importante. Ahora los hinchas del Atleti se hacían sentir, y la confianza de los jugadores rojiblancos también subió; casi nunca les remontaban un partido.

En efecto, el equipo jugó como más cómodo se sentía durante los 10 minutos que restaban del primer tiempo. Desesperó al rival con su defensa impenetrable y aprovechó al máximo cada vez que recuperó la pelota, llegando incluso a inquietar a Casillas. Koke y Tiago empezaron a ser importantes y Simeone, a pesar del nerviosismo, sonreía.

La tendencia se mantuvo en los primeros minutos de la segunda parte, y solo acciones puntuales (generalmente de Cristiano) callaban temporalmente los silbidos cuando el Real tenía la pelota. Naturalmente esos minutos de intrascendencia desesperaron al técnico Carlo Ancelloti, gran conocedor de estas instancias definitorias. Las entradas de Isco, pero principalmente la de Marcelo, le subieron las revoluciones al partido. El Real ya era otro equipo; avasallaba a su rival no solo desde la inspiración individual (ahora respaldada por todo el equipo) sino también desde ataques más elaborados.

Durante esa última media hora los merengues tuvieron más ocasiones que en los anteriores 60 minutos. El Atlético cedía demasiados metros, y allí el talento diferencial empezó a hacerles mella; Modrić, Di María, Marcelo y Bale comandaron una seguidilla ininterrumpida de dominio abrumador. A pesar de todo, el tiempo corría en su contra, y el arco de Courtois permanecía imbatido.

Solo los cánticos constantes de “Atleeeti, Atleeeti” cuando los de Simeone se salvaban de alguna acción peligrosa mantenían en pie a un equipo que dejaba todo en la cancha. Godín tuvo varios cruces casi milagrosos, mientras que Miranda y Courtois daban una sensación de imbatibilidad y seguridad que imponía condiciones en toda una final de Champions.

Ya desde varios minutos antes del final se resignaron a no poder pasar la mitad de cancha casi nunca. Para esa altura los ataques combinativos del Real se habían convertido en una lucha por traspasar como sea la muralla defensiva rival. Y es que no es suficiente con decir que el Atlético defendió bien, sino que defendió poniendo garra y corazón en cada dividida.

Por eso, por dejar todo en cada duelo, es que Villa logró sacar al córner un centro de Di María muy difícil de defender. Era el segundo minuto adicionado de los cinco que señaló el árbitro Björn Kuipers. Y entonces, todo empezó a distorsionarse.

Porque mientras el mismo Modrić sacaba el córner, a todos los hinchas de más de 50 años del Atleti un leve escalofrío les recorrió la espalda. Recordaron vívidamente esa dolorosa noche de 1974 en Heysel, cuando no pudo ser. Recordaron, que fue un central, con un 4 negro en la espalda y una camiseta blanca que apareció en varias pesadillas infantiles. Recordaron, que el tiro entró con fuerza, en el último minuto, por el ángulo inferior derecho. Recordaron, por último, que el partido iba 1-0, y que no hubo tiempo para revertir el empate. Recordaron, y dejaron de recordar.

Porque la pelota tenía un destino sellado y no era otro que la cabeza de Sergio Ramos, que en el minuto 48 del segundo tiempo, conectó ese centro de cabeza. Su camiseta blanca, su número 4 en la espalda, su porte de central impasable, su cabezazo teledirigido al ángulo inferior derecho del arco de Courtois, el empate 1-1 y la desazón eterna.

Los goles de Marcelo, Bale y Ronaldo (de penal) para determinar el 4-1 final y la expulsión a un Simeone furioso en el último minuto de alargue no fueron más que condimentos adicionales a un partido que quedará en la historia. El Real Madrid ganaba “La Décima”.

Ese día, los hinchas mayores del Atleti se vieron en el espejo como miraban a sus padres, y a sus hijos como se imaginaban a ellos mismos tantos años atrás. Los abrazaron con angustia. Miles y miles de padres vestidos con una camiseta completamente blanca hacían exactamente lo mismo en ese instante, aunque el abrazo en esos casos iba revestido de alegría.

A todos ellos, de una u otra manera, los unía un pensamiento: nada como el fútbol para transmitir emociones.

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