Por Rocío Gorozo (@RGorozo)
Hace dos meses, en la brutal represión a la marcha de los jubilados de cada miércoles frente al Congreso de la Nación, que contó con el apoyo de las hinchadas futboleras, hubo varios fotoperiodistas ejerciendo su profesión, siguiendo los acontecimientos.
Uno de ellos fue Pablo Grillo, un joven freelancer de 35 años víctima del disparo de un proyectil de gas pimienta, efectuado por el gendarme Héctor Jesús Guerrero. Según el fotógrafo Kaloian Santos, testigo de la secuencia, “mientras Pablo se desplomaba, quien jaló el gatillo se cagaba de risa entre los demás milicos”.
Las imágenes -que comenzaron a circular en medios de todo el mundo- y sensaciones de ese día fueron escalofriantes: Algunos presentes asistiéndolo, una ambulancia cargándolo y su frente abierta ante la herida provocada.
Mientras las voces del gobierno nacional justificaban lo sucedido bajo la lógica de que se trataba de un “ñoqui municipal” (una burda mentira) y de un militante kirchnerista (el nuevo “algo habrán hecho”), las novedades sobre su estado de salud referían a un traumatismo de cráneo, fracturas múltiples y pérdida de masa encefálica; hasta llegó a circular la versión de una muerte cerebral. El panorama era incierto, preocupante y sumamente angustiante.
Por fortuna y “a pesar de los golpes que asestó en su vida el ingenio del odio” (parafraseando a Víctor Heredia), se está recuperando; sus médicos son optimistas en que pronto va a poder salir de terapia intensiva para ser trasladado a rehabilitación.
Mientras tanto, en la medida de lo posible y en compañía de su padre y enfermeros, sale a tomar un poco de sol y aire fresco por el Hospital Ramos Mejía con su amuleto de la suerte: una gorra de lana de Independiente, el club de sus amores que, dentro de las múltiples expresiones de fuerza y solidaridad, estuvo y está presente.
Sus compañeros de la agrupación “Los Pibes del Sur” -cuyo nombre se debe a que viven en Lanús y alrededores-, cada vez que juega de local, cuelgan una pancarta exigiendo justicia. Días atrás recibió una visita de lujo, que revolucionó los pasillos del nosocomio.
“Pase maestro, lo estábamos esperando”, fue la frase con la cual le dio la bienvenida a Ricardo Enrique Bochini, máxima leyenda del Rojo. Desde el principio el “Bocha” estaba pendiente de su situación y, en esta ocasión, conversaron sobre los últimos partidos nacionales e internacionales, le regaló y autografió una remera Mita.

La previa del último “clásico de Avellaneda” tampoco fue la excepción, no sólo por las manifestaciones de los hinchas dentro y fuera de la cancha. El mediocampista Iván Marcone fue de los primeros en expresarse en redes sociales. Un grupo de socias confeccionó una bandera y la hizo llegar a él, quien convenció a los demás referentes del plantel de posar con la misma durante uno de los entrenamientos y solicitar su viralización.
Un acto que no pasó desapercibido, más si consideramos quiénes están detrás de la institución: el presidente Néstor Grindetti (ex Jefe de Gabinete y actual Asesor de Asuntos Políticos de la Ciudad de Buenos Aires) y Cristian Ritondo (diputado nacional) como representante de socios.
Ambos macristas, aliados y cómplices de las políticas de Javier Milei y de la ministra Patricia Bullrich, principal autora intelectual del atentado contra Grillo, que para colmo es socia del club. Hubo voces que exigieron (y siguen exigiendo) su desafiliación, tanto por lo sucedido como por sus posturas a favor de las SAD.
Pablo Grillo “todavía canta, pide, sueña y espera”. Espera volver a sacar fotos, participar en ollas populares, cortar el pasto a sus vecinos, repartir juguetes, armar jardines y huertas para pacientes de salud mental (como siempre lo hizo en su Lanús natal). Sueña con volver a pisar el Estadio Libertadores de América, disfrutar más victorias de la Albiceleste y emocionarse con videos de Maradona.
Quiere cantarle “dale campeón” a su equipo, que está compitiendo en el Torneo Apertura y la Copa Sudamericana. Tiene la suerte de no estar solo. Cuenta con su familia, sus amigos, sus seres queridos, muchos desconocidos y con la bendición de sus “diablos de la guarda”. En esta historia, claro está, “los de azul” no son los buenos, si no, miren lo que lleva puesto.
