La vida antes del “paso a paso”

Por Lionel Martin (@soylio)

Mucho se ha dicho sobre los días del “paso a paso”, como se conoce popularmente a la campaña del Racing de Mostaza Merlo que se coronó campeón del fútbol argentino un 27 de diciembre de 2001, luego de 35 años de espera. El libro ¡Academia Carajo! de Alejandro Wall es una joya capaz de transportarte a esos meses electrizantes y agitados en los que se fue gestando el sismo que, de formas diferentes, cambiaría la historia de Argentina y de Racing Club de Avellaneda.

Soy de Racing desde que tengo memoria. Y en esa memoria, hasta fines de 2001 no había registros de festejar campeonatos, apenas un recuerdo borroso a mis siete años de las Supercopas Sudamericana e Interamericana del ´88. Mi padre, en cambio, a sus 27 ya había festejado 6 campeonatos locales, una Copa Libertadores y la primera Intercontinental ganada por un equipo argentino.

Para mí ser de Racing es tan importante como tener mi nombre y saberme hijo de Néstor y Ana María. A diferencia de mis dos hermanos mayores, yo nunca pude ir a ver a Racing a la cancha con mi viejo. Ellos fueron de chicos cuando Racing jugaba en la B y tocó un partido con Sarmiento de Junín, a 140 kilómetros de Las Toscas, el pueblo de mi infancia y temprana adolescencia. Para desilusión de mi padre, Arístides y Ezequiel de grandes se hicieron cuervos. Mi vivencia más parecida fue un 3 de diciembre de 1995 que fuimos juntos hasta el pueblo vecino de Carlos Salas porque en la cantina del club social pasaron por la tele el partido que goleamos 6 a 4 Boca, aquél equipo capitaneado por el Diego y su mechón rubio.

Yo en cambio seguí fiel a los colores celeste y blanco, aunque no pudimos disfrutar juntos del “paso a paso” en el Cilindro porque papá falleció 4 años, 4 meses y 25 días antes del milagro de Mostaza. Hay una canción que reza “por un minuto en la tribuna doy todo lo que tengo” y, a pesar considerarme muy racional, si le agregan la frase “al lado de mi viejo” firmo sin dudar en cualquier escribanía.

Con la sequía de campeonatos que vino después del ´67, las y los racinguistas peregrinamos en el desierto durante 35 años y el club pasó por todo tipo de vicisitudes. El recuerdo más claro que tengo de ilusionarme con salir campeón antes de 2001 fue con la dupla delantera que conformaron el “Piojo” López y el “Lagarto” Fleitas en el Apertura ’93, torneo que se nos escapó en las últimas fechas. Paradójicamente, en un momento de crisis profunda en el país y en el peor momento del club con el gerenciamiento del fútbol profesional, pudimos desahogar el grito de campeón.

A principios del 2000 me vine a vivir a Buenos Aires para estudiar y laburar, pero tuve que esperar un año y medio para ver mi primer partido de Racing en la cancha porque las monedas escaseaban y los billetes ni les cuento. Fue la segunda fecha del Torneo Apertura 2001, nada más y nada menos que contra Independiente de visitante, en la vieja popular que tenía una pendiente con poco declive y para ver bien el campo de juego tenías que rogar que los de adelante fueran todos petisos.

La entrada a la cancha fue accidentada. Yo confiaba en un amigo criado en Flores que me llevaba unos diez años y tenía muchos partidos encima. No recuerdo si llegamos a Avellaneda en el tren o en bondi, sólo que caminamos por Alsina. Cómo buen pajuerano desconfiado le pregunté a mi amigo si íbamos bien y su respuesta afirmativa rebosaba de seguridad. Sin embargo, a medida que nos acercábamos al primer control policial más camisetas rojas había a nuestro alrededor. Cuando los policías vieron las entradas nos miraron con mezcla de ternura y lástima, pero era demasiado tarde para volver así que caminamos disimuladamente doscientos metros hasta el vallado por dónde ingresaba el público visitante. Luego de rogarle a la cana pudimos cruzar para unirnos a los nuestros.

Después de ese clásico que empatamos sobre la hora decidí hacerme socio para poder ir a la cancha de local. De visitante escuchaba los partidos por la radio o los veía en algún bar, como la última fecha contra Vélez en Liniers en la que necesitábamos sumar apenas un punto. Unas semanas antes, luego de empatar en cero con Banfield y con la bronca de dos goles mal anulados, Mostaza daba por terminado el “paso a paso” con un aplomo envidiable y dijo lo que nadie se animaba: “Vamos a salir campeones”.

Durante el efímero mandato presidencial de Ramón Puerta y con el país incendiado, se decide que los dos partidos que definían el torneo, Vélez vs. Racing y River vs. Rosario Central, se jueguen el 27 de diciembre a las 17 horas. Las pocas entradas disponibles para ese cotejo final se esfumaron en menos de tres horas en medio de corridas y gases lacrimógenos, así que me resigné a verlo en un bar sobre la peatonal Lavalle, a pocas cuadras del Obelisco. Al igual que mi primera vez en la tribuna, fue empate uno a uno con gol de cabeza de Loeschbor. En un televisor de tubo Marcelo Araujo anunció el desenlace y salí corriendo para sumarme a la marea humana que cantó, se abrazó y festejó desaforada durante horas.

Recién iniciado en la militancia estudiantil, ese mismo 27 de diciembre de 2001 falté al congreso de la FUBA dónde agrupaciones independientes y de izquierda le ganaron la conducción a Franja Morada después de 18 años. Esa noche terminé sin voz, acompañando a mi vieja a tomarse el micro en Liniers a la medianoche para volverse al pago, después de haber venido a cuidar a sus pichones, preocupada por lo que veía en la tele desde hacía una semana. Todavía incrédulo, mientras esperaba el tren para volver a casa, en mi cabeza sonaba “el día después de Racing Campeón”. Esa frase del hit de Miguel Mateos dejaba de ser para siempre sinónimo de la metáfora “el día que las vacas vuelen y en la Argentina baje la inflación”.


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