Por Giacomo Cobianchi (@g_cobianchi)
La década de los ’90 ha sido la Era Dorada del Calcio: en la liga italiana se encontraban jugando los mejores futbolistas del mundo y los clubes del “Bel Paese” siempre peleaban para ganar trofeos en competencias europeas. El Milan de Sacchi y Capello, la Juventus de Lippi, la Fiorentina de Batistuta o el Inter de Ronaldo y Zanetti son solo algunos ejemplos, y a comienzos del Siglo XXI se les sumarían también la Roma de Totti y la Lazio de Salas.
Pero hay un equipo que en el tramo final de los ’90 supo sentarse a la mesa de los grandes italianos, conocidos en la época como “Le 7 Sorelle” (“Las 7 Hermanas”): Juventus, Inter, Milan, Roma, Lazio, Fiorentina… y Parma. El equipo gialloblù, originario de Emilia-Romagna (centro de Italia), empezó el mejor capítulo de su historia en 1990 cuando fue adquirido por la multinacional Parmalat. A pesar de que el club recién había ascendido a la Serie A, la empresa dirigida por Calisto Tanzi realizó grandes inversiones y consiguió muchos fichajes prestigiosos, por lo que el Parma se metió inmediatamente en la pelea para clasificar a copas europeas. Ese objetivo no solo fue logrado en repetidas ocasiones, sino que hasta sirvió para agrandar el palmarés; en los siguientes años ganarían una Recopa, dos Copas UEFA (actual Europa League) y una Supercopa de Europa.
Su mejor temporada probablemente haya sido la 1998/99. En ella, bajo la conducción de Alberto Malesani y con un plantel repleto de figuras, lograron triunfar tanto a nivel nacional como continental. La consecución de la Copa Italia, la Copa UEFA y un cuarto puesto en el torneo local que les garantizó participar en la Champions League del año siguiente fueron logros importantísimos para un club sin tanta historia en las anteriores décadas, que para rematar en el comienzo de la siguiente temporada consiguió la Supercopa Italiana.
Su camino en la Copa UEFA 1998/99 fue particularmente exitoso. Jugaban en un 3-4-1-2 que no tenía tanta solidez defensiva pero era demoledor en ataque, y así lo reflejan las cifras: de 11 partidos, ganaron 7, empataron 2 y perdieron 2, marcando 25 goles.
En ese equipazo atajaba Gianluigi Buffon, del que nada hace falta explicar; fue el mejor arquero italiano y está entre los 3 mejores de la historia dentro de su posición. La defensa estaba compuesta por Lilian Thuram, Néstor Sensini y Fabio Cannavaro, de los cuales decir que juntos suman 337 partidos y 4 finales mundiales con sus selecciones parece más que suficiente para explicar su jerarquía. Pero es que además tenían adelante un mediocampo muy completo, con jugadores como Diego Fuser, Dino Baggio, Alain Boghossian y Paolo Vanoli. Los dos de los costados aportaban despliegue y vértigo en ataque, mientras que Baggio y Boghossian eran los pulmones y el cerebro del equipo. Gracias a su trabajo fue que Malesani pudo darle las llaves del equipo al fantasista, el encargado de crear juego y desordenar defensas: Juan Sebastián Verón. Y obviamente con él organizando todo no era difícil que destacaran los dos atacantes, Enrico Chiesa y Hernán Crespo. Complementarios, Chiesa generaba y Crespo concretaba. Entre los dos hicieron 46 goles en esa temporada.
Se puede notar que había tres argentinos importantes dentro del plantel de los Ducati. Sensini, defensa central, era el caudillo y capitán; Verón, ubicado en esa línea entre mediocampo y delantera, era un volante ofensivo que coordinaba tanto el ataque como la primera presión defensiva; y Crespo, el artillero, con un instinto de gol letal. Pero esa colonia argentina tenía un cuarto protagonista al que tampoco hay que olvidar, Abel Balbo. A veces titular en lugar de Chiesa, a veces como suplente, el delantero supo dar su contribución en la conquista de esa Copa UEFA con 4 goles en 11 partidos jugados. Frecuentemente, su aporte resultaba clave para desequilibrar o generar chances ofensivas.
En la final de la Copa, jugada en el Estadio Lužniki de Moscú, Parma se midió con el Olympique Marsella. El encuentro fue un “no contest”: 3-0 para el conjunto italiano.
Crespo abrió el marcador al minuto 26, aprovechándose de un error de Laurent Blanc y definiendo por arriba del arquero Porato. Diez minutos después, Vanoli amplió la diferencia con un cabezazo tras centro de Diego Fuser. En la segunda parte, Parma marcó el tercer tanto con una jugada memorable: recuperación y salida de Thuram gambeteando dos rivales, centro de Verón, taco de Crespo y definición de primera de Chiesa que la clava en el ángulo. Se baja la cortina y que empiecen los aplausos, Parma es campeón de Europa.
Pero no todos los finales son felices. A poco más de 20 años de aquel triunfo, el Parma sufrió descensos, desapareció tras declararse en quiebra y tuvo que empezar de nuevo desde el amateurismo. Ahora se encuentra en la Serie B, la segunda división de Italia, luego de haber descendido la pasada temporada, pero esperamos su vuelta a la Serie A para mantener vivos los recuerdos de aquellas mágicas noches europeas.