Por Lionel Pasteloff (@LionelPasteloff)
El 3 de diciembre de 1995, Mauricio Macri ganaba las elecciones para la presidencia de Boca con el 65 % de los votos. Llegó sin que se le conociera inclinación deportiva alguna, a excepción del intento fallido de comprar Deportivo Español en 1991.
Tras el triunfo cumplió su promesa electoral: remodeló La Bombonera construyendo palcos VIP y plateas preferenciales que costaron cinco millones de dólares. Estos restaron capacidad y estuvieron a cargo de empresas afines. Pese a afirmar con financiamiento, aumentó 25 % la cuota de los asociados.
Durante sus doce años de gestión, hubo éxitos futbolísticos. Nueve de sus dieciséis títulos fueron con Bianchi como entrenador, casualmente los primeros. Pero se le quitó apoyo a varias disciplinas, que pasaron a ser amateurs, desaparecieron o dependieron de la rentabilidad momentánea. Un club social con política empresarial.
Empezó a restringir el acceso visitante a la cancha, lo que ocasionó que Boca tampoco tuviera lugar en otros estadios. Con el tiempo, logró su objetivo de eliminar el público de los rivales.
Cerró las boleterías del club. Ya no se vendieron entradas a los no-socios y se impidió el acceso a la Bombonera para ellos. No se inscribió más gente por tiempo indefinido, sin buscar solución alguna para los millones de hinchas que quedaban afuera.
En el 2005 convirtió la popular norte de la tercera bandeja en platea, achicando aún más la capacidad de La Bombonera. ¿Qué produjo esto? Que dejen de asistir hinchas más humildes y sean reemplazados por otros de mayor poder adquisitivo. Hasta manifestó deseos de compartir un estadio único con River. El negocio todo lo puede.
En 1997 creó un «revolucionario» fondo de inversión que le iba a permitir al club incorporar jugadores sin pagar. Pero Boca era el que cotizaba a los jugadores, les pagaba primas, contratos y demás. A la hora de venderlos, debía compartir ganancias con los «aportantes».
En 2003 cuando se dio de baja esta invención, el Xeneize tuvo que pagar el 50 % de los jugadores adquiridos por esa modalidad que no fueron vendidos y el 100 % de lo abonado por Guillermo Barros Schelotto (que aún pertenecía a la institución) por desistir de transferirlo.
Los vínculos con la barra fueron permanentes. Di Zeo fue amo y señor del club durante la gestión. En el ’99 protagonizaron una batalla campal en plena Bombonera con sus «pares» de Chacarita. En 2000 suspendieron un partido en Rosario que le costó a Boca el descuento de tres puntos. Ni por esos ni por otros incidentes fueron sancionados o expulsados. Gran parte de ellos tuvo o tiene puestos en el Estado, que eventualmente los usó como fuerza de choque.
Sobraron también las acusaciones de pedidos de coimas. Bermúdez se fue en 2001 señalando que le habían solicitado un vuelto. Marcelo Delgado, tras frustrarse una transferencia en 2005, deslizó que Macri quería sacar tajada de ella y fue sancionado.
En 1998, con un Boca prendido fuego, hizo lo imposible por traer a Passarella, ídolo riverplatense de aquel entonces. La negativa del ex defensor sumada a la resistencia de otros directivos, lo hizo terminar inclinándose por Bianchi. Años después, aún se lo escucha hablar de sus «méritos» en los lauros obtenidos. Se ve que divulgar el sueldo de Riquelme incontables veces o bajarle el pulgar a la continuidad de Bianchi es visto por él como un aporte.
En 2003 modificó el estatuto para exigir un patrimonio enorme a quien quisiera candidatearse a la presidencia. Como para garantizar que solo una pequeña elite estuviera en posición de hacerlo.
Luego de culminar sus doce años de mandato (solo posibles tras modificar el reglamento y permitirse una segunda reelección) debió reasumir ya que la IGJ no validó la proclamación de Pedro Pompillo, su sucesor, por considerarla “irregular e ineficaz”. El problema fue que no contaba con los avales requeridos en efectivo, lo cual permitió la impugnación. Fue víctima de las disposiciones que pretendían asegurarle privilegios al macrismo.
Durante ocho años, un supuesto testaferro suyo dirigió al club. Sospechado de ser simpatizante de otro equipo, Angelici llegó como delfín de Mauricio. Tomó notoriedad tras negarse a renovarle contrato a Riquelme en condición de tesorero por indicación del hijo de Franco. Consumada la permanencia del enganche, el “Tano” renunció y comenzó su campaña para presidente.
En esos dos períodos que totalizaron ocho años, demostró un desprecio total por la institución y su historia. Tanto él como la mayoría de sus dirigentes militaron en el PRO, fueron funcionarios o estuvieron vinculados de alguna forma. Casi ninguno pudo ostentar un pasado comprobable como hincha. Maltrataron ídolos, quisieron mudar La Bombonera y le faltaron el respeto a los socios incontables veces. Impidieron el acceso al club, eliminaron disciplinas, cobraron sobreprecios en cuotas y entradas y trajeron personajes impresentables mientras que el fanático debía verlo desde afuera. Ni hablar de los resultados deportivos, donde se priorizó mimar a jugadores/referentes políticos y hacer caja vendiendo piezas clave del plantel en lugar de ponderar el éxito del mismo.
Una vez concretado el regreso de Riquelme al club, no fueron pocos los intentos (directos e indirectos) de Macri y Angelici para ensuciar la imagen del ídolo. Se valieron del periodismo cómplice y no temieron aparecer ellos mismos opinando sobre la vida política del xeneize.
Haciéndose los distraídos, volvieron a apelar a Tevez como la figura rutilante que les permita imaginar un regreso al que fue su bastión político durante veinticuatro años. Irónicamente, se apoyan en una idolatría que se fue desdibujando a base de desidia, privilegios e individualismo. Casi otra encarnación del macrismo.
muy buena nota man
Gran nota, felicitaciones.
Macri y Angelici fueron lo peor que le pasó a Boca. Le quitaron la esencia de pueblo y lo hicieron elitista.