#HistoriasDeFutbolYGuerra: Predrag Pašić y su Bubamara

Por Emiliano Rossenblum (@emirossen)

La escena transcurre en unos pocos segundos. Las caras de los niños, felices de correr atrás de la pelota un instante atrás, cambian radicalmente su semblante. Temer por sus vidas no es un problema para ellos; aún en su mente infantil saben que la muerte los puede sorprender sin siquiera salir de sus casas. Pero sentir los estruendos, saberse en peligro inminente sin la compañía de sus padres, los afecta. Saben lo que deben hacer: correr hacia el escondite preparado sin mirar atrás y quedarse allí un rato hasta que pase el peligro. Predrag Pašić, su entrenador, recién años después se dio cuenta de la locura que representaba su proyecto en ese momento.

Nacido en Sarajevo (hoy capital de Bosnia) en 1958, Predrag era un enamorado de la Yugoslavia de su época y la increíble diversidad que contenía. Mientras hacía las inferiores en el FK Sarajevo, equipo donde debutó profesionalmente con 17 años e hizo la mayor parte de su carrera, vivían en relativa armonía muchas comunidades que se respetaban a pesar de tener diferentes culturas y religiones. Por eso le dolió tanto abandonar en 1985 y tras 10 temporadas al club de su vida para continuar su carrera en Alemania, más precisamente en el Stuttgart.

Aunque ciertamente no le fue mal, no aguantó mucho antes de retirarse del fútbol y volver a Sarajevo. Era una época convulsa; al poco tiempo comenzó la decadencia irreversible de la Unión Soviética mientras numerosos países de Europa del Este se rebelaban contra sus gobiernos socialistas. Yugoslavia, que había perdido el liderazgo del mariscal Tito una década antes, no sería ajena a estos cambios y también tuvo un rebrote de sentimientos nacionalistas por parte de las diferentes comunidades que la conformaban.

Así fue como desde 1991 se dio comienzo a las Guerras Yugoslavas, que inicialmente enfrentaron a quienes querían que la nación se mantuviera en pie contra los que defendían su derecho a independizarse (principalmente eslovenos, croatas y bosnios). Con el tiempo los motivos y las fuerzas que se contraponían fueron cambiando, por lo que los conflictos recién cesaron 10 años después. Gran parte de lo que había sido Yugoslavia quedó hecha cenizas.

Poco después de comenzada la guerra a Pašić le habían ofrecido exiliarse en Alemania por su pasado en el Stuttgart, pero su amor hacia el país que lo vio nacer (aunque se estuviera disolviendo) fue más fuerte que la posibilidad de salvarse. Se quedó y resolvió que no se esperaría el fin del conflicto para volver a entrar en contacto su deporte favorito, aunque ya no fuera como jugador. Así surgió Bubamara.

Corría el año 1992 y Sarajevo llevaba trece meses sitiada por las fuerzas armadas serbias/yugoslavas. Cada edificio en ruinas era un posible escondite para un francotirador. La comida, el agua, todo escaseaba y los hospitales no tenían suministros… si es que sobrevivían los bombardeos. La gente vivía asustada sin salir de sus casas, y Predrag cuenta que “Quería ser útil, pero no sabía cómo. Lo que más me angustiaba era la situación de los niños. No soportaba saberlos encerrados, ociosos, angustiados y sin esperanza.” Nuestro protagonista decidió actuar al respecto con una idea tan descabellada como crear Bubamara, la única escuela de fútbol en toda la ciudad. Pensaba que los chicos se merecían una infancia mejor de la que su país les podía ofrecer y como él mismo explica “Era crucial para nosotros que la escuela tuviera todas las comunidades y religiones de Sarajevo, igual que antes.”.

La convocatoria fue hecha a través una radio local, y así fue como Pašić junto a un grupo reducido de ayudantes y amigos esperó la llegada de lo que preveía que serían alrededor de 15 chicos dispuestos a correr los riesgos de caminar por la ciudad.

Rápidamente se llegó a ese número. Y a los 30. Y a los 50. Y llegó un momento en el que había más chicos de los que podía saludar. El primer día llegaron más de 200 niños ansiosos por jugar al deporte que los apasionaba antes de la guerra. Bosnios, eslovenos, serbios y croatas dejando de lado el odio para dar paso al juego con todo lo que eso conlleva. “Afuera había odio entre sus padres y los dirigentes políticos. Pero ahí adentro estábamos todos juntos” recuerda Predrag.

Aunque Bubamara estaba en una zona relativamente “tranquila” eso solo significaba que caían menos bombas que en otros lugares, además de que los chicos tenían que pasar por caminos que prácticamente eran una ruleta rusa. E increíblemente, no solo no dejaron de ir, sino que se sumaron más.

“La gente no me cree cuando digo que fue un milagro: ninguno de los niños falleció. Ni uno solo” diría años después el principal impulsor del proyecto. Y ciertamente es difícil pensar que fue casualidad, ya que el número de víctimas fatales contando únicamente los 5 años del sitio de Sarajevo superó ampliamente los 10.000. Muchos de ellos niños. Muchos de ellos no por los disparos, sino por hambre.

Terminado primero el sitio y unos años después la guerra, Pašić decidió seguir con Bubamara. El espacio había crecido enormemente, ya contenía a más de 5.000 chicos y principalmente no tenían la preocupación de tener que correr hacia un lugar previamente establecido (un túnel subterráneo) para resguardarse de las bombas. Varios clubes profesionales lo apoyaron económicamente para mudarse a un predio mucho mejor y así llegaría la mejor época.

Por las canchas de Bubamara pasaron varios de los mejores jugadores bosnios de este siglo, siendo Edin Dzeko uno de los más destacados. Pero a pesar de que el proyecto en general estaba en buen camino, juntar a miembros de distintas comunidades (ya convertidas a países independientes entre sí) se empezó a hacer difícil. Las leyes bosnias fueron cada vez más duras especialmente contra los serbios, y Predrag a pesar de vivir allí siempre se enorgullecía de sus raíces provenientes de dicho país. Para peor, no era un cualquiera; la escuela Bubamara era un lugar de unión que chocaba con las intenciones nacionalistas del gobierno, y él era el responsable.

En 2014, el municipio le negó la entrada al predio de Bubamara de un día para otro sin demasiadas excusas. Todas las mejoras que habían hecho se quedaron atrás de un gran candado. Al poco tiempo supieron la verdadera razón; el municipio se lo cedió al FK Sarajevo… equipo donde Pašić había sido referente. En tantos años nunca habían respondido las llamadas de su exjugador pidiendo ayuda económica y le sacaban constantemente los mejores jugadores de la escuela sin siquiera dejar una mínima remuneración. El tema del predio fue la gota que rebalsó el vaso.

Por eso lamentablemente hoy de Bubamara solo queda el recuerdo. La pelota, que había logrado unir a comunidades enemistadas, dejó de rodar hace 8 años. Pero la moraleja queda: el deporte es una herramienta de inclusión, de compañerismo, de amistad. Y no hay guerra que pueda evitarlo.


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