«En el rugby se dan relaciones sociales particulares que pueden habilitar una violencia extrema como la que vimos con Fernando»

Entrevista con Juan Branz, doctor en Comunicación de la Universidad Nacional de La Plata a propósito del asesinato de Fernando Báez Sosa.

Por Sebastián Tafuro (@tafurel) 
 

El 18 de enero de 2020 el país quedó conmocionado con el asesinato de Fernando Báez Sosa por parte de un grupo de rugbiers en la ciudad de Villa Gesell. Juan Branz es licenciado en Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata y Doctor en Comunicación de esa misma casa de estudios. Produjo una de las mejores reflexiones sobre aquellos hechos y las razones de semejante violencia a partir de un artículo en la revista Anfibia y, con un mayor nivel de extensión y profundidad, en el libro «Machos de verdad: masculinidades, deporte y clase en Argentina: una etnografía sobre hombres de sectores dominantes que juegan al rugby», que había publicado el año anterior.

Poco más de 2 años después y a la espera del juicio oral que se realizará a principios de 2023, decidimos charlar con Juan para reactualizar esa mirada y tratar de buscar interpretaciones de algo que nos sigue pareciendo inconcebible, pero que tiene raíces explicativas (que desde luego no justifican) en un determinado proceso histórico y una matriz cultural e ideológica.

P: En un escrito en Anfibia escribiste lo siguiente respecto a por qué había ocurrido el asesinato de Fernando: “Es un esquema consciente y racional en donde el juego de cuerpos, palabras y gestos se pone en acción”. Explicame un poco más esa afirmación para tratar de entender por qué Fernando es golpeado hasta morir. ¿En ese esquema hay lugar para golpear a alguien hasta matarlo?

R: Me refiero a que en el rugby el uso del cuerpo tiene significados diferentes a otros espacios en donde interactúan varones. El nivel de agresividad es alto por la lógica del juego. Y esto no implica la linealidad que supuestamente indicaría: “a juego agresivo, personas agresivas”. No, hay mediaciones institucionales en las trayectorias de los jugadores: educativas, laborales, recreativas. En donde se construyen otros tipos de violencias.  Pero además se internaliza la idea de que cuando “te caés te tenés que levantar”. Entonces esto se normativiza. Hay muchos varones que no acuerdan, no quieren, no pueden sostener esa norma. Pero quienes pueden, comparten una racionalidad directamente vinculada a la acción de superar y someter al otro. El otro que, dependiendo los contextos, en rugby pendula entre ser mujer, “negro”, “grasa”, “puto”. 

De ninguna manera el rugby es una maquinaria de asesinos. No, no tiene asidero esa premisa. Es falsa. Sí, en el rugby, se dan relaciones sociales particulares que pueden habilitar una violencia extrema como la que vimos con Fernando o en otras tantas circunstancias. La violencia entre varones que juegan al rugby se da por un proceso histórico, vinculado a un modelo cultural, político e ideológico en donde se enmarcan sus instituciones y la práctica, emparentadas a un espíritu civilizatorio. Con todo lo que implica civilización, en Argentina. Desde la admiración a la cultura europea dominante hasta la idea de someter a quienes no respondieran a un modelo de ciudadanía “deseable”.

P: Agustín Pichot hizo una autocrítica muy fuerte sobre los supuestos valores del rugby, le pidió disculpas en nombre del deporte a la familia de Fernando, ¿excepción a la regla o puede haber algún cambio en la estructura de valores y cultural del rugby?

R: Así como lo dijo Pichot, parece excepción. Es una persona que describió sus relaciones sociales y culturales hacia dentro del rugby pero, también, describió cómo se subjetivan. Y ahí hay una clave para entender, desde la voz de un actor del campo, la legitimidad de ciertas prácticas violentas. Es un momento de esos mundos en donde no se reflexiona si está mal o está bien ejercer violencia sobre otros. Se hace, se procede, con naturalidad y con el visto bueno del resto. Por eso es un problema que ni siquiera se considera un problema (hacia dentro del rugby). Hubo iniciativas en clubes y en federaciones relacionadas a jornadas de reflexión y capacitación en género y violencias. Veremos qué resultados hay. 

P: En tu libro “Machos de verdad” exploras las masculinidades que se construyen precisamente en el rugby, pero claramente cuando uno lo lee siente que va más allá del rugby y se amplía a otros deportes, como puede ser el fútbol. ¿Qué tan distintos son y qué similitudes podes encontrar?

R: Bueno, el deporte es centralmente androcéntrico. El deporte, por momentos, operó y opera como un sistema de validación de la heteronormatividad en los varones (sobre todo en los varones). Sigue siendo, todavía, un espacio que podríamos enmarcar en lo que conocemos como proyecto moderno (me refiero al tipo de instituciones y la potencia de subjetivación de una idea de sujeto). Me refiero a que no es muy permeable a prácticas y discursos diversos, más allá del empuje y la capacidad política transformadora de los movimientos de mujeres y diversidades organizadas. En estos movimientos está la clave para el cambio social. Y, por supuesto, en el campo deportivo.

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