Por Viviana Vila (@viviana_vila)
“Nosotros, que somos los conductores, nos creemos que miramos de arriba y vamos a tomar examen a todos, y no nos damos cuenta que en ese mismo momento todos nos están tomando examen a nosotros. Esa prueba tenemos que aprobar, para ganarnos el respeto de nuestros dirigidos. Ellos deben ver la dedicación al trabajo y nuestro conocimiento”, así sentía Alejandro Sabella en la más profunda de sus convicciones el perfil de un conductor que se construyó desde las inferiores de River, regado con una experiencia inglesa, la consolidación pincharrata y la cumbre de la Selección Argentina.
Hay un Alejandro Sabella tremendo jugador de fútbol, convertido a 10 clásico en épocas del gran Beto Alonso y la dirección técnica de Angel Labruna. Un volante exquisito en días de Diego y los superlativos Bochini y Borghi. Seducido por Carlos Bilardo volvió de Inglaterra y logró ser campeón con Estudiantes, su nueva y definitiva casa que lo abrazó para todos los tiempos. Un amor tan de ida y vuelta como místico y ganador.
Hay un Alejandro Sabella enorme conductor técnico-táctico, inteligente y obstinado en sacar lo mejor de cada jugador, potenciando cualidades y corrigiendo errores. Le ocurrió en cada sitio que caminó desde que comenzó su carrera en 1990 como ayudante de campo de Daniel Passarella y mucho más aún desde 2009 cuando tomó la decisión de ser cabeza de un grupo que supo de momentos gloriosos.
Hay un Alejandro Sabella generoso, compañero, comprometido con su vida social y política que se extiende a la concepción de un universo menos cruel, más justo y digno. Lo habitaba un profundo ejercicio de contemplar la vida desde el gesto reflexivo y la decisión oportuna.
Hay un Alejandro Sabella solidario, que abrió su casa y recibió vecinos de Tolosa cuando se inundó La Plata en 2013. Los que sobrevivieron y miles más, como en procesión desde distintos sitios fueron a esa misma casa a dejar un recuerdo, un mensaje, una camiseta o una foto cuando, temprana y dolorosamente, se murió un feo día de diciembre del 2020.
El mundo del fútbol, cada tanto, se permite salir del resultado puro para empaparse de estos seres que marcan caminos y dejan huellas, porque era coherente con su lenguaje público y su vida privada desde el “más nosotros, menos yo”, comprendiendo que los liderazgos son construcciones que se trabajan desde la honestidad, convicción y ejemplo de ser respetado antes que temido.
En los textos acá presentados se repasan las aristas de este hombre que provocó, por ejemplo, que muchas estrellas del mundo se sientan felices juntas en un vestuario y en eso tan simple como poderoso de jugar a la pelota. A Messi le pasó, a Mascherano, a Lavezzi, y compañía, porque en la exigente simpleza transmitía mucha tranquilidad y les daba paz. Una de sus primeras decisiones como seleccionador fue quitarle la cinta al “Jefecito” y darle la capitanía a Lionel. Todos lo entendieron.
Alejandro se fue atrás de Diego admirando su vida y conmocionado por su muerte, en medio de la peor pandemia que recordemos por estos tiempos. Desgarran el alma las ausencias de gente necesaria. Sabella y Maradona lo eran.
En las palabras de quienes pasaron por su vida se concentran muchas emociones porque les significaba algo más que un entrenador de turno, sentían a un Maestro con la palabra justa, la mirada aguda y el abrazo oportuno. Un docente que los ayudaba dentro y fuera de la cancha.
Y hablando de docencia, recuerdo el día que lo invité a la Universidad, me contó que la noche previa no durmió por lo que significaba semejante acontecimiento en su vida y por el respeto que le generaba la educación pública y gratuita a la que defendió también y de la que formó parte.
Hay un resultado esperanzador: poner el bien común por encima del individuo.
Como dijo Sabella, “seamos dignos nosotros mismos, con nuestros compañeros o rivales, seamos dignos en la victoria y también en la derrota”.
Disfruten el camino y la lectura.
“Por favor y muchas gracias».