Por Marcos Cressi (@FutbolSamurais)
Los países de Europa fueron durante siglos una verdadera potencia colonizadora. A partir de esos años, surgió la definición de un pulpo como sinónimo de dominación mundial. Varias caricaturas de esa época muestran al animal como un ser malvado que extiende sus tentáculos sobre distintos territorios.
Esta idea también se puede trasladar al fútbol moderno. Los países pasarían a ser los clubes, mientras que los recursos serían los jugadores, quienes cada vez emigran más y muy jóvenes. Todo esta situación explotó a partir de la sanción de la Ley Bosman, cuando la UEFA perdió un juicio contra el jugador belga y debió reglamentar que los futbolistas con pasaporte de la Unión Europea no fueran afectados por el cupo de extranjeros. Esto produjo que los grandes clubes de Europa se aprovecharan de su superioridad económica y pudieran comprar cada vez más no-europeos, aumentando la brecha entre sus ligas y las del resto del mundo.
¨Si usted recuerda la formación de ese San Pablo de 1992 (…) ahí jugaban Raí, Antonio Carlos, Ronaldo, Cafú, Pintado, Evanilson, Müller, eran todos jugadores europeos, pero antes de irse a Europa jugaron dos finales de Copa Libertadores. Entonces imagínese qué ha pasado con el fútbol. El fútbol es de propiedad popular.»
Marcelo Bielsa
En los últimos años los equipos europeos se empezaron a enfocar en otro continente: Asia, especialmente con los jugadores japoneses y surcoreanos. Es cierto que esto ya sucede desde la década de los 90 y que muchos asiáticos, como Nakata, Kagawa, Honda o Park Ji-sung ya jugaron allí, pero en estos momentos muchos jugadores emigran antes de cumplir los 21 años y con escasos, o incluso nulos, minutos en sus ligas locales.
En Corea del Sur esto de la temprana salida de sus jugadores ya había pasado muchas veces e incluso uno de los grandes problemas es que ninguno de sus mejores jugadores en la historia moderna jugaron en la K. League. Park Ji-sung debutó en Kyoto Sanga (Japón), Heung Min Son se formó en el Hamburgo (Alemania), Hwang Hee-chan comenzó su carrera en Salzburg (Austria) e incluso su joya más reciente, Kang-in Lee, vivió toda su etapa formativa en Valencia (España).
Sin embargo, en Japón este es un fenómeno que comenzó en los últimos años. Cierto que hubo algunos casos excepcionales, como Sho Ito al Grenoble en 2007 y Ryo Miyaichi al Arsenal en 2011, ambos desde la escuela secundaria Chukyo, pero esto empezó a crecer con fuerza en el último lustro.
Sucede especialmente con los jugadores de las High Schools o universidades japonesas quienes rechazan ofertas de la J. League y emigran directamente al fútbol europeo (Anrie Chase al Stuttgart, Shio Fukuda al Monchengladbach, Rento Takaoka al Southampton, Yumeki Yoshinaga al KRC Genk, Kein Sato al Werder Bremen, entre otros), pero también está sucediendo con las academias de los clubes japoneses (Taichi Fukui al Bayern Múnich).
Esto es en gran medida por una mala política de la liga y de los equipos en general. Luego de graduarse de la escuela los chicos deben decidir si continuar sus estudios o aceptar una oferta. Los occidentales pensarán que lo mejor es firmar un contrato, pero en el país del animé no siempre es así. Muchos de los que deciden dar el salto a la J. League pueden tardar hasta tres, cuatro o cinco años en tener una buena cantidad de minutos y mientras tanto su desarrollo se estanca porque no existen los equipos B y además el torneo U21 (creado en 2021) tiene menos organización y seriedad que la AFA tratando el tema de los descensos.
Hasta hace unos años la única opción que le quedaba a aquellos que no querían ir a la J. League era ingresar a la Universidad, pero ahora Europa se está aprovechando de su superioridad económica y del deseo de los futbolistas por jugar ahí y se está convirtiendo en esa tercera vía para luego de cumplir la mayoría de edad.
Sin embargo… no todo lo que brilla es oro. La gran mayoría que decide arriesgar fracasa estrepitosamente por diferentes razones: Poca adaptación cultural, problemas físicos, dificultad con el idioma o bajo rendimiento. Finalmente, que un asiático emigre a España, Portugal o Inglaterra no es lo mismo que lo haga un argentino, un brasileño o un estadounidense. Las costumbres son completamente diferentes y asimilarlas es complicado.
Esto en Japón no solo está sucediendo con los juveniles, sino también con los experimentados. Los aficionados de la J. League apenas logran disfrutarlos. Clubes de Europa, especialmente los de Bélgica, se dieron cuenta del potencial que hay en el fútbol japonés para comprar barato, obtener un rendimiento alto y luego generar ganancias. Son casos como los de Kaoru Mitoma, que luego de 50 partidos en J1 League se fue vendido por sólo €3M y ahora vale €45M, o Takehiro Tomiyasu, que se fue al Sint Truidense por €800m y actualmente está valuado en €35M.
Perder talento es un gran problema para la J. League que hay que solucionar rápidamente. Primero porque no se genera una identidad, contrario a lo que sucede en el béisbol, en el que los jugadores se quedan obligatoriamente durante por lo menos siete años en la NPB (Nippon Baseball Professional), pero lo más preocupante es que los jugadores están perdiendo confianza en el método de las academias japonesas. Además al irse por muy poco dinero, los clubes japoneses no pueden reinvertir lo suficiente para mejorar instalaciones o fichar extranjeros que mejoren la calidad de la liga.
Si la JFA (Asociación del Fútbol de Japón) quiere que el fútbol japonés siga creciendo y que no se estanque como sucede en la economía, debe mejorar la política juvenil. Crear más torneos juveniles U21 o U22 o agregar segundos equipos serían una primera medida muy interesante. También hay que incentivar a los clubes para que les den minutos con el plantel profesional. Estos son cambios que hay que hacer rápidamente porque la Generación de los Juegos Olímpicos de Tokio será la más completa en la historia, pero las que vienen después no dan muchas esperanzas y además esto hace que peligre la competitividad de la liga, debido a la fuga de talentos.