Por Alejandro J. Lomuto (@ajlomuto)
César Menotti colgó los botines a fines de 1969 y no perdió tiempo. “Yo no sabía ordenar a un equipo adentro de la cancha, pero allá por el 70 decidí que quería ser entrenador, así que me fui al Mundial de México, para poder aprender”, recordaría muchos años después. Allí, además de observar entrenamientos y analizar partidos con el periodista Osvaldo Ardizzone, ratificó su devoción por el estilo de juego de Brasil, donde había pasado sus últimos dos años como futbolista.
En abril de 1971 hizo su debut como DT en Huracán. Tenía 32 años y apenas una breve experiencia como ayudante del Gitano Miguel Antonio Juárez. No era un desafío sencillo.
El Globo era el único de los seis grandes que no había sido campeón de liga en cuatro décadas de profesionalismo y en los últimos años habían pasado por su silla eléctrica varios entrenadores de renombre –Renato Cesarini, Pipo Rossi, Adolfo Pedernera, Carmelo Faraone y Osvaldo Zubeldía, entre otros–, todos sin éxito. Y en el plantel, si bien no faltaban jugadores de buen pie, escaseaba la disciplina.
El comienzo no fue alentador: casi sin tiempo para el trabajo futbolístico –se apretaron 12 partidos en dos meses–, el equipo cayó a puestos de descenso. Un receso de 40 días le permitió al Flaco imponer sus reglas, las futbolísticas y las de convivencia, y Huracán terminó noveno en el torneo. Pero eso no alcanzaba para la sufrida hinchada quemera. Había que apuntar más alto.
La idea de juego ya la tenía, como me dijo en 2023: “Brasil del 70 trabajaba en la recuperación de la pelota, más que en lo físico, en los espacios. Ellos achicaban para atrás y donde vos metías una pelota había tres brasileños. Yo tenía esa idea en la cabeza. La mejor manera de defenderse es con la pelota.”
Había algunos intérpretes –Miguel Brindisi, Carlos Babington, Roque Avallay, Alfio Basile– y los que faltaban fue encontrándolos en los sucesivos mercados de pases. Así, en 1972 llegaron Francisco Russo y Omar Larrosa, y en 1973, Jorge Carrascosa, Nelson Chabay y René Houseman.
Tuvo su cuota de suerte: aunque parezca inimaginable hoy, Houseman no fue la primera ni la segunda opción consideradas por Menotti para ser el puntero derecho titular de Huracán en 1973. El primer candidato fue el brasileño Marcos Pereira Martins, que había jugado en el 72 pero prefirió volver a su país, y el segundo fue un joven Daniel Bertoni, pero los dirigentes del Globo consideraron demasiado caro lo que Quilmes pidió por su pase.
Pero no todo fue cuestión de suerte. En realidad, casi nada lo fue. Si la idea estaba clara de entrada, Menotti trabajó mucho en la semana para que los solistas hicieran sonar a la orquesta como él quería. Que le gustara el juego elegante no quiere decir que dejara todo librado a la improvisación y que no le interesaran los resultados. Y vaya si trabajó.
“La única vez que usé el pizarrón en Huracán fue a mediados del 71, cuando expliqué cuál era el funcionamiento que pretendía, y en ese funcionamiento el número cinco era un jugador clave”, reveló en 1973. Entonces aún no estaba Russo, que llegó al año siguiente después de tres temporadas en Platense. En el Globo empezó de atrás, hasta que se convirtió en el número cinco que Menotti pretendía.
Con Fatiga Russo como eje, Huracán levantó hasta terminar el torneo Metropolitano de 1972 en el tercer puesto, como el equipo más goleador y con algunos partidos memorables, como el 5-1 a Boca Juniors, el 3-0 al San Lorenzo que acababa de consagrarse campeón y el 2-1 a River en el Monumental. En noviembre, el diario Clarín bautizó al equipo como Los hermanos de Pelé, entonces el mejor futbolista del universo.
Además de Russo, ese Huracán tenía varios recursos que resultaron claves. Uno de los más interesantes era que Brindisi y Babington jugaban al revés de como lo hacían el ocho y el diez en los demás equipos (en este caso era el diez el que se quedaba más cerca del cinco y el ocho, el que participaba más del ataque), lo que complicaba las marcas a los mediocampos adversarios.
Desde la izquierda partía Omar Larrosa, un falso extremo que sabía cómo acompañarlos de la mejor manera: “Hay un momento de cada partido jugado por Huracán en estas dos últimas temporadas en que Omar se convierte en el jugador más importante para el equipo –explicó Menotti en 1973–. Es la última media hora, cuando abandona la raya izquierda y pasa a trabajar desde atrás, cerca de Russo, relevando a Brindisi.”
Y por supuesto, en el fondo lideraba Basile, líder indiscutido del plantel dentro y fuera de la cancha: “Siempre digo que vos podés tener los jugadores que tenía Huracán, pero no sé qué hubiese pasado si no estaba Coco”, me dijo Babington en 2002.
Había también laboratorio. “Se preparaba todo, los tiros libres y los corners, en los que íbamos a cabecear Basile, Buglione, Avallay y yo; no tirábamos 20 corners o tiros libres, sino tres, pero lo practicábamos”, me dijo Russo. “Todo era trabajado; César por ahí no quería mostrarlo públicamente, pero lo hacíamos”, ratificó Larrosa.
Pero aún faltaba un poco más. El recambio de jugadores en el verano de 1973 obligó a Menotti a seguir trabajando, especialmente en la defensa, en la que todos sus integrantes llevaron su sello.
A Chabay lo ubicó de lateral derecho, la posición en la que menos había jugado pese a que podía ocupar cualquiera de los cuatro puestos del fondo; a Buglione, un zaguero fuerte y expeditivo, lo convenció de salir jugando por abajo; a Basile, disminuido por una rodilla lesionada que lo obligó a infiltrarse antes de cada partido y en cada entretiempo, lo hizo jugar más contenido, y a Carrascosa le quitó responsabilidades ofensivas a las que estaba acostumbrado.
El Globo empezó el Metropolitano del 73 con ritmo demoledor: 6-1 a Argentinos Juniors, 2-0 a Newell’s en Rosario, 5-2 a Atlanta, 3-1 a Colón en Santa Fe y 5-0 a Racing. Con otras goleadas –incluido un brillante 5-0 a Rosario Central como visitante–, terminó la primera rueda con 46 goles, a un promedio de 2,88 por partido. Ganaba, goleaba y gustaba.
Pero a poco de comenzar la segunda rueda, la Selección que se preparaba para jugar las eliminatorias para el Mundial de 1974 les quitó a los clubes sus principales jugadores, y Huracán debió afrontar 13 de los 32 partidos del torneo sin Brindisi, Avallay y, en varios de esos encuentros, sin Russo, Houseman y Babington.
Con un plantel corto y reemplazantes de características diferentes, el equipo perdió fuerza ofensiva y, en cambio, fortaleció la defensa. Desde que perdió a esos futbolistas y hasta que se consagró campeón, solo volvió a ganar dos partidos consecutivos en una sola ocasión y terminó superado en la cantidad de goles a favor, pero tuvo en cambio la valla menos vencida.
Menotti dirigiría a Huracán hasta el último partido de 1974 –para entonces ya había asumido como director técnico de la Selección– pero el Globo, con otros entrenadores, completaría un quinquenio en el que jugó muy bien, goleó a menudo y no bajó del tercer puesto: campeón en el 73, tercero en el 72 y el 74, y subcampeón en el 75 y el 76. En su debut como director técnico, el Flaco acababa de producir un cambio de época en un club y se aprestaba a iniciar otro, mucho más duradero, en la Selección.
Este artículo fue publicado originalmente en nuestra octava revista, dedicada a César Luis Menotti. Podés conseguirla en preventa en este link.