Por Sebastián Gabriel Rosa (@cortayalpie11)
“No olvidarse que el fútbol tiene mucho de sensaciones. Todavía seguís viendo que hay dos que se miran y se entienden, por más que haya otro que es mejor que los dos individualmente. Nosotros estamos intentando volver a la creatividad, volver a dejar más cosas en manos de los chicos, sobre todo en estas edades. Porque ellos deciden, ellos se equivocan, ellos aciertan y luego obviamente nosotros estamos ahí para ayudarlos a crecer.”, el que habla es Pablo Aimar, en su nuevo rol de director técnico de la selección juvenil sub-17 de Argentina y como referente ineludible de todo el proceso de formación de futbolistas desde la AFA. El “Payasito” reclama sonrisas ante la hiperprofesionalización del fútbol que impone lógicas automatizadas. Para él, en la creatividad está la llave para impulsar y destrabar la mecanización estructurada de las defensas y del futuro del juego en nuestro continente.
Aimar siempre tuvo esta faceta docente. Contó David Luiz, defensor brasileño con pasado en Chelsea, Arsenal y su selección, actual jugador del poderoso Flamengo, que su ex compañero es su referente. Lo que explicó en su paso por Benfica es que cuando él llegó a las águilas el enganche argentino le enseñó gran parte de lo que sabe sobre fútbol. En la concentración, Pablito le mostraba videos y le explicaba cómo esconder el pase y usarlo para romper líneas, cómo crear espacios. “¿Cómo tiene tiempo para fijarse en lo que yo puedo mejorar y enseñarmelo?”, se preguntaba David Luiz. Y por todo eso, sentencia que es el mejor jugador con el que compartió cancha, y no es poco. “Si es el ídolo de Messi, cómo no va a poder ser mi ídolo”, cierra el central de los rulos característicos. Es que el “10” siempre entendió, leyó, aplicó y explicó el juego con una capacidad docente de los mejores.
Volviendo a los procesos principales sobre los que se apoya Aimar para fundamentar su defensa de la creatividad, hay que recordar que la formación de los jugadores en la Argentina estuvo históricamente ligada a los espacios lúdicos, principalmente anclados en las clases populares y en los barrios. El antropólogo Eduardo Archetti, fundador de los estudios sociales del deporte en latinoamérica, destacó que en el país la popularización del fútbol se vinculó con la conformación de ideales de masculinidad atravesados por la virilidad y también por la muestra de las cualidades deportivas, reivindicando así la habilidad y la sensualidad.
El periodista e investigador inglés Jonathan Wilson explica las condiciones particulares de desarrollo del fútbol en la Argentina a comienzos del siglo XX en su libro La pirámide invertida. Historia de la táctica en el fútbol. Ahí, destaca que desde la propia fundación del fútbol criollo existió una valoración especial por la técnica y la gambeta como herramienta, a partir de la que se conformó luego un relato sobre el estilo nacional que celebraba el juego creativo y técnico de los grandes gambeteadores. Incluso el autor inglés recupera una anécdota de un relato de Ernesto Sábato en la novela Sobre héroes y tumbas.
Allí el protagonista cuenta un incidente entre dos jugadores de Independiente, La Chancha Lalín y el Negro Seoane. “Una tarde, al intervalo, el Negro le decía a Lalín: cruzámela, viejo, que entro y hago el gol. Empieza el segundo jastáin, Lalín se la cruza, en efecto, y el negro la agarra, entra y hace el gol, tal como se lo había dicho. Volvió Seoane con el brazo abierto, corriendo hacia Lalín, gritándole: viste, Lalín, viste, y Lalín contestó: sí pero yo no me divierto. Ahí tené, si se quiere, todo el problema del fútbol criollo”.
De la calle a la academia
Sin embargo, desde los años ochenta se diagramaron en el mundo occidental y en la Argentina en particular (con una gran expansión en los años noventa) una serie de cambios sociales, territoriales, económicos, identitarios y culturales que rompieron las condiciones que permitían el desarrollo del fútbol en los barrios y los terrenos baldíos. La fragmentación social, el desarme del modelo ejemplar de educación pública, el crecimiento de índices de delito, la preocupación por la inseguridad, el policiamiento de los espacios públicos con especial control sobre las juventudes en tiempos de ocio, la conexión digital y las nuevas tecnologías que dieron un mayor tiempo al esparcimiento al interior de los hogares, son variables que impactan en la transformación de las prácticas barriales tradicionales.
Ya no hay tanto fútbol en la vereda, en el campito o en el potrero. Aimar lo sabe y así lo expresa siempre que tiene la oportunidad: “El chico que va a la escuela a la mañana, se toma una hora el colectivo, llega al club, y ya no hay tiempo. El mundo fue a donde fue, y ya no hay tiempo. (…) cambió el mundo, entonces el rato que están (en los clubes) dejémoslos jugar un poco más”.
Al mismo tiempo, se dieron, primero en Europa y a continuación en Sudamérica y el resto del mundo una serie de procesos de profesionalización de la formación de jugadores. Cada vez los jugadores llegan más jóvenes a los clubes de élite y con perspectivas de llegar a primera y ser profesionales. El desarrollo de las academias está íntimamente ligado a la mercantilización del deporte y a la explosión de los negocios alrededor del fútbol, permitiendo una multiplicación de las inversiones en estructuras formativas con la perspectiva de generar jugadores como mercancías. Hasta acá el problema en todo caso es ético y social, en relación a las desigualdades materiales que establecen diferenciales muy grandes entre ricos y pobres, entre explotadores y explotados. Pero la conjunción de estos procesos de reducción de sociabilidad barrial en el espacio público y de formalización en academias de las etapas formativas de los jugadores implican una transformación en los modos de enseñanza y aprendizaje del fútbol en las edades tempranas.
Este proceso del paso de la formación de jugadores hacia los clubes tiene consecuencias. En los clubes se juntan diversas lógicas que castigan el riesgo priorizando el resultado y también la mecanización de movimientos. Por un lado, está la prioridad del resultado. Hay quienes buscan la victoria como un fin en sí mismo, cambiando el orden de prioridades del fútbol formativo, que debe tener como primer objetivo su instancia educativa y en segunda instancia la consecución de resultados deportivos inmediatos. “Jugar por jugar es maravilloso. Después llega uno de cada cien (juveniles a primera división)” explica el payasito.
Por otro lado, hay una tendencia a enseñar los movimientos y las prácticas propias de una primera división desde edades tempranas, lo que lleva a la ejecución de un juego hipercontrolado, con roles demasiado fijos imitando en general el juego de posición de estilo especialmente español. Esto además limita la posibilidad de equivocarse y aprender, por la propia experiencia, de tomar riesgos, ser valiente, romper los moldes de lo establecido por adultos que quieren controlar toda la situación del juego. “No se entrena igual a adultos que a chicos. Algunas cosas sí, obviamente, pero otras… A un chico de 15 años, de 14, de 13, mi opinión es que tiene que ser más salvaje, más libre de toques. Con el tiempo, las cuestiones tácticas se incorporan. Ahora, vos para hacer un movimiento táctico para recibir una pelota tenés que tener con qué quedartela”, dice al respecto el entrenador de la Sub-17 y ayudante de Lionel Scaloni en la Selección Argentina.
En este contexto hay un problema que detecta el ojo clínico de Aimar, de la misma manera que veía en la cancha espacios que nadie más encontraba. Es que este proceso de automatización de las prácticas y de la incorporación de conocimientos, técnicas y movimientos, puede traer el efecto no deseado de mecanizar al extremo el funcionamiento, reduciendo las capacidades creativas.
Con este diagnóstico coincide Jorge Valdano, campeón del mundo y dirigente del Real Madrid: “Pasa algo grave: jugar a dos toques significa -no jugués-. El juego tiene que ver con la libertad, sobre todo en la fase de aprendizaje. La creatividad está relacionada con la libertad. Me parece bien que a los chicos de 15 años se les empiecen a quitar cosas que les sobran. Lo que no se puede es ponerles lo que les falta. Si le decís -a un toque, a dos-, o -gambetea estas varillas-… Las varillas no se comen los amagues. Es un proceso de aprendizaje muy académico, pero me parece que nos limita. En Europa hace menos daño la enseñanza académica porque han jugado toda la vida a uno o dos toques. Cualquier europeo sabe controlar y tocar a máxima velocidad. Pero los europeos no han perdido en el camino tanto como hemos perdido en Sudamérica” Y agrega que “Me da la sensación de que no hemos podido llevar la enseñanza de la calle a la academia. La calle cuidaba al diferente. La academia hace mejores a los mediocres, pero hace peores a los diferentes«.
La respuesta de Aimar ante la academización de la formación es la recuperación del espacio lúdico que fomenta la creatividad. ”Entonces les sacamos ese jugar por jugar, libre de toques, y les estamos sacando el juego, le estamos poniendo reglas. Por ahí suena medio romántico, pero a la escondida u otros juegos que uno juega de chiquito. Imaginate que te decían -te podés esconder acá nada más- no jugás más. Bueno, en los clubes tenemos que entender que ya no tienen esa parte, o la tienen cada vez menos” El juego como disparador de ideas, como promotor de diversión, pero también de la capacidad de inventar, de resolver problemas, de encontrar soluciones ante diversas situaciones. “Los partidos cerrados los abre un creativo”, dijo también el DT de la Selección Argentina Sub-17.
Con una gambeta, con un pase, saliendo de la posición preestablecida, Pablo Aimar entiende que en un encuentro parejo, más allá de las planillas de los directores técnicos, es la rebeldía de los jugadores, su inventiva para resolver las situaciones particulares de cada jugada la que permite desnivelar. Hay ahí una reivindicación de una tradición histórica del fútbol argentino, que por sus características socio-culturales fue gran promotor de esas capacidades creativas. En la competencia con las grandes potencias del mundo del fútbol Aimar apuesta por encontrar lo que hizo diferencial al fútbol argentino. No quiere competir en los términos de la academización y la estructuración en la que los países europeos tienen una serie de ventajas de tiempos, de continuidad en los procesos, de estructura y de compatibilidad cultural con la idea. Busca tomar esos aprendizajes y, con el paso adelante en esa formalización de los procesos, que la diferencia en la Argentina sea la capacidad creativa. Y para eso, nos invita a desarrollar el talento, la inventiva, la rebeldía. Como buen “Payasito”, Aimar quiere que todo sea un juego.
Este texto fue publicado en nuestra revista dedicada a Pablo César Aimar. La podes conseguir a través del siguiente link: https://mpago.la/2fTJNdd / Luego nos escribís a través de nuestras redes o vía mail para coordinar entrega.