Por Rodolfo Lama – Dr. Magrão (@doctormagrao)
Desde Chile
Se despierta con la resaca de una derrota cuantitativamente merecida (y otras cosas), pero cualitativamente dolorosa por cómo se vivió la Parte II de una batalla iniciada en el Metlife Stadium hace 8 años. Sí, el 0-1 duele, pero no necesariamente se trata de un resultado mentiroso. Chile no pateó al arco en casi 60 minutos.
Fue un partido apretado con pasajes similares a los duelos del 2015, 2016 y 2019, pero con una gigante diferencia: La Roja ya no tiene en cancha a la mejor generación de su historia, y La Albiceleste presenta una de las 3 mejores camadas de futbolistas dentro de su largo recorrido en este deporte. No puede analizarse el partido en abstracto. Es verdad que una vez que rueda el balón son 11 contra 11, pero el proyecto, los títulos, los grupos humanos y la actualidad de los futbolistas son determinantes.
En ese sentido, ayer había diferencias materiales evidentes: Argentina, la vigente campeona de América y el mundo, posee un plantel con un funcionamiento más que aceitado y que cuenta con dos jugadores de élite por puesto (entraron desde la banca Lautaro, Angelito y Gio, por ejemplo); Chile, por su lado, está en pleno proceso de reestructuración, una transición en que, tomando prestada la metáfora política, «lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer».
Lo cierto, es que este partido de fútbol toma cada vez más condimento, y aunque mis amigos/as del otro lado de la cordillera se rehúsan a aceptar este encuentro bajo la categoría de “clásico” (también juraban que lo de anoche sería una goleada monumental), está claro que, desde casi una década, son disputas más intensas, calientes y parejas de lo que los números y las estadísticas logran reflejar. Scaloni, un técnico que admiro desde sus inicios, se veía extremadamente nervioso, y eso era ya una pequeña victoria para quienes lo veíamos desde afuera.
Respecto al trámite del partido me permito puntualizar algunas cosas: Chile mostró personalidad, pero aún esa característica debe devenir en rebeldía y carácter. Ese proceso aún incipiente se mostró tempranamente cuando el penal (brazo arriba en el área sin pelota) de Romero contra Dávila no es reclamado por nadie. Todos se preocuparon de la salud del chileno, pero nadie de exigir con locura la obvia revisión del VAR.
Esa misma falta de viveza se notó cuando al finalizar los primeros 45´ el árbitro fue rodeado por al menos 8 argentinos -incluido Messi- para meterle presión y condicionar. Los rojos brillaban por su ausencia y caminaban rumbo al vestuario.
En lo táctico, el Tigre «espejó» rápidamente la disposición de Scaloni. El argentino transformó su clásico 4-3-3 en un 4-4-2 con Nico González y De Paul por las bandas. El DT de Chile replicó: su casi inamovible 4-2-3-1 mutó en dos líneas de 4 que dejaban a Alexis y Vargas arriba.
Lo de Echeverría fue notable, su inclusión pedida a gritos luego del magro debut fue un acierto y lo demostró en cancha. No sólo quitaba balones, sino también repartía pases, rompía líneas e incluso protagonizó dos de las llegadas más claras en esos 20 minutos en que Chile complicó a Argentina (de los 60′ a los 80′). Lo del jugador de Huracán fue tan notorio que incluso hizo mejor a Pulgar, a Marcelino cuando entró y al equipo completo.
La línea defensiva, incluyendo al capitán Bravo de 41 años, es el cimiento sobre el que Chile empieza a (re)construir su fútbol. Los laterales demostraron que el partido contra Perú fue sólo un mal día (anulados tácticamente por la línea de 5 de Fossati) y que cuando agarran velocidad saben volar en ataque.
Con los centrales ocurre igual. Igor muestra jerarquía, esa que te da los años siendo capitán de las selecciones juveniles y hoy titular en uno de los clubes más importantes del continente. Paulo Díaz por su parte -uno muy respetado y valorado al otro lado de la cordillera- demuestra que el nivel superlativo de River puede al fin verterlo de forma permanente y regular con su escudo nacional.
Lo de Alexis es un caso en sí mismo. No se trata de crucificar, tampoco de enjuiciar o mal agradecer todo lo que nos dio. Alexis Sánchez alimentó el espíritu de un pueblo por muchos años, y su cucharita en ese penal en el Estadio Nacional nos sacará una sonrisa interna por siempre. Pero todo eso no excluye el debate de cómo y hasta cuándo deben aportar (como titulares) los distintos estandartes de la generación dorada.
Medel no se extraña tanto en defensa, Vidal quizá como opción en el medio desde la banca (¿podría Arturo ser un aporte para el grupo desde el banquillo, o su necesidad de ser titular enturbiaría el ambiente?). Es evidente que lo más fácil para la natural renovación es que las leyendas autoproclamen su retiro con decoro, tiempo y generosidad (como Di María, por ejemplo). Eso facilitaría el trabajo al cuerpo técnico a la vez que limitaría el amarillismo de la prensa cada vez que uno de ellos no sea convocado. Pero no es el caso de Chile.
Los que quedan activos en el fútbol (Bravo, Isla, Medel, Aránguiz, Vidal, Alexis, Vargas) siguen estando disponibles para la selección y es precisamente esa “disponibilidad” la que muchas veces se transforma en un tema complejo de gestionar. No se trata de retirar a nadie (menos por un partido) pero es evidente que el peso específico de estos jugadores condiciona. ¿Puede uno de estos jugadores ser suplentes sin que haya revuelo? ¿Puede Alexis aceptar que su cambio de camiseta fue un capricho personal pero que eso no implica que él sea “el 10 de la selección”?
A mi me gustaría que Sánchez entendiera que su rol es ser uno más dentro del campo, que cada uno haciendo su función es y será siempre lo mejor para el equipo. Pero ¿se atreverá Gareca a exigirle que juegue sólo como puntero izquierdo? ¿Realmente le gusta al técnico tenerlo suelto al medio o no tiene la autoridad para reubicarlo en la cancha?
Son preguntas sin respuesta hasta ahora, lo indudable es que el niño maravilla lleva dos partidos bajísimos por La Roja y que incluso ha entorpecido las transiciones de balones en el medio. Lo de ayer fue extremadamente gráfico: los mejores 20 minutos de Chile fueron una vez que el jugador del Inter salió del campo.
Todas estos interrogantes encontrarán respuestas posibles con el correr de los partidos, pues una cosa no debemos olvidar: El Tigre Gareca fue claro respecto a su objetivo para con Chile y qué rol específico jugaba esta Copa en su itinerario. Para Don Ricardo lo importante es clasificar al mundial, no levantar un trofeo en el corto plazo.
En ese sentido el desplante de Chile en la actual Copa América es un ensayo, un aprendizaje colectivo, un escenario de lujo para foguear jugadores y sacar lecciones para el futuro. Porvenir que probablemente tenga cada vez menos integrantes de la generación de futbolistas que nos dio nuestros primeros dos títulos en 100 años de sequía.
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