Por Julián Rodríguez Clingo (@pelotacontraelpiso)
Para hablar de hermosos perdedores primero hay que replantearnos la figura del perdedor, bastardeada por gran parte de los medios de comunicación, de hinchas y amantes del deporte. Para nosotros se puede ser un perdedor mediocre o hermoso, así como también existen ganadores con las mismas descripciones. La palabra hermoso no es un atenuante a perdedor, es una complementación que de no haberse dado quizás no sería tan fuerte. Esta sección obra como la reivindicación de aquellos jugadores que a pesar de no llegar a coronarse lograron quedar en la historia a fuerza de estética, juego en equipo y carisma.
En este caso y tomando en cuenta el contexto mundialista que nos cosquillea el cuerpo nos centraremos en futbolistas maravillosos que coquetearon con la Copa del Mundo pero no pudieron conseguirla.
El primero será Roberto Baggio.
Rebelde, carismático, bohemio, sensible e imprevisible, merecedor de tener la diez en la espalda.
Metió su primer gol en la Serie A contra el Napoli de Maradona, justo el día que el Diego salió campeón del Scudetto. Lo apodaban el “Divino” por su clase al jugar al fútbol y la importancia que le daba a sus looks.
Italia 1990
Fue una aparición tan repentina como espectacular. Su primer Mundial fue en su país con sólo 23 años luego de recibir el premio al mejor jugador de Europa. Pese a no jugar hasta la última fecha de la fase de grupos, dibujó un golazo contra la en ese entonces Checoslovaquia gambeteando desde la mitad de cancha hasta llegar al área y definir. En octavos contra Uruguay, y ya de titular, le anularon un gol de tiro libre en el que con viveza la había puesto en el ángulo mientras el arquero estaba armando la barrera.
Luego de pasar cuartos de final contra Irlanda venía la semifinal en el San Paolo contra la Selección Argentina. Contra el Diego. Ese partido donde Maradona dividió más que nunca a Italia. Roberto Baggio fue desde el banco, porque según el técnico, estaba cansado. Más allá de convertir su gol en la tanda de penales, se quedaría fuera de la Copa. Ganarían el tercer puesto contra Inglaterra donde otra vez, como no podía ser de otra manera, hizo un muy lindo gol.
Estados Unidos 1994
Llegó al Mundial 1994 en Estados Unidos en un momento de forma excelente tras ser elegido Balón de Oro un año atrás. A eso se le sumaba un plantel plagado de estrellas y que habían ganado la Champions League con el Milán. El técnico era Arrigo Sacchi, un tacticista que tuvo su éxito con el Milan, ese que tenía a Van Basten y Gullit. La realidad marcaba que no había buena relación entre la estrella y el DT: “Arrigo Sacchi no me llevó al Campeonato de Europa de 1996 para demostrar que los esquemas son más importantes que los jugadores: no llegó a cuartos de final, no lo tengo entre los entrenadores con los que me he llevado bien”, contaba el jugador.
Encima empezarían perdiendo el primer partido contra Irlanda. Empezaban las críticas. Baggio, el dueño de la 10, era uno de los focos. Contra Noruega Italia ganaba pero tras la expulsión del arquero tano el técnico sacó al 10 y eso no le gustó para nada. Casi a tono del dramatismo italiano, tan solo consiguió un empate contra México en la última fecha y clasificó primera, ya que todos los equipos del grupo tenían los mismos puntos. Increíble.
En octavos tocaba Nigeria. Equipo dificilísimo comandado por Jay Jay Okocha. Los africanos irían ganando durante todo el partido. Pero faltando 2′ y justo unos minutos antes de que no le cobren un penal, apareció nomás. Y poniendo la pelota en el ángulo inferior izquierdo llevó las cosas al alargue. Una vez allí, el 10 cuchareaba la bocha para Massaro, al que le cometían penal. Y habían desencadenado a la bestia. Disculpen, al Divo.
Contra España en cuartos empezaban ganando con un golazo de Dino Baggio, pero Caminero, con otro golazo, empataba. Otra vez, faltando dos minutos, Roberto quedó mano a mano con el arquero, y él, que sólo sabe hacer lindos goles, lo amagó y le dio el pase a Italia a las semifinales. “Un predestinado, un iluminado, un jugador nacido con estrella, una estrella que no alumbra salvo en el momento decisivo”, decía el poeta Víctor Hugo tras el gol.
En las semis tocaba la Bulgaria de Hristo Stoichkov, que había vencido a Argentina en la fase de grupos y se mostraba como la sorpresa de la Copa. A los veinte minutos Baggio giraba cerca del área por izquierda y llegando a la medialuna abrió su pie y la puso en el ángulo inferior izquierdo del arquero búlgaro. Cinco minutos después, con otro lindo gol, ponía el dos a cero. Italia llegaba a la final.
La final sería con la efectiva Brasil de Romario y Bebeto. Un equipo sólido y sin tanta vistosidad como nos tienen acostumbrados los brasileros, quienes venían de una sequía grande de Mundiales. Italia partía como candidata por el gran nivel de Baggio. El 10 había dicho que su final soñada era contra Brasil. El partido en sí no despertó muchas emociones, y hasta fue catalogada como una de las peores finales que se recuerden en Mundiales. Tras el 0-0 fueron a penales. Roberto había metido todos los penales para su Selección hasta antes de ese partido. Por cosa del destino o en plan de demostrar lo malicioso que es a veces este deporte, la tiraría por arriba del travesaño. Para colmo la última acción del Mundial es su penal errado, ya que ese lo consagró a Brasil.
“Sigo sin perdonarme el penalti fallado en la final del Mundial del 94 contra Brasil. No hay religión que importe, ese día podría haberme suicidado y no habría sentido nada”, diría tiempo después, aunque también, dejo una frase menos protocolar y digna de su arte:
«En ese momento quise cavar un foso para esconderme. Después, pensé que como Brasil tiene muchos más habitantes que Italia, hice más personas felices con ese tiro».
El amargo final
En el país galo hizo dos goles llegando a 9 en Mundiales y quedando afuera por penales contra la local Francia. Pero lo curioso vino 4 años después cuando antes del Mundial 2002 le haría una carta al técnico Giovanni Trapattoni para convencerlo de que lo convoque: “Mi experiencia con este equipo ha sido muy valiosa en el plano personal y también con miras a convencer al país de que todavía puedo jugar con la Nazionale. He hecho todo esto porque la camiseta de la selección es la única que siento hecha a mi medida, y a esa camiseta quiero ofrecerle todo mi esfuerzo una última vez durante el Mundial”.
Se llegó hasta hacer una campaña para que Robby llegué pero no hubo caso. Y ahí concluyó la historia mundialista del hermoso perdedor de hoy. Un jugador de época, de esos que emocionan, con tintes maradonianos y cultivador de talentos, ya que muchos jugadores y hasta el gran Galeano se inspiraron en él: “Todo Roberto Baggio es una gran cola de caballo que avanza espantando gente en elegante vaivén”
Aunque hay algunos de esos bohemios poetas que rondan las calles de algún pueblo de Italia que te cuentan que a pesar del paso del tiempo la estrella de Baggio siguió brillando hasta 2006, donde cumplió su tarea. Y aunque esa estrella se agotó, sigue siendo bandera.