Por Rocío Gorozo (@RGorozo)
Hay una generación que vivió la conquista de la primera estrella en un contexto oscuro, para luego ver a Diego Maradona en todo su esplendor y llorar a mares cuando, en 1994, «le cortaron las piernas». Le sigue la que creció sufriendo los mundiales que perdíamos, con una Alemania que, por años, fue nuestra principal piedra en el zapato. Y hay otra, que si bien no llegó a la adultez, está viviendo el sueño de cada niño/a: ver a su país campeón de todo.
Las tres, en este presente, tienen algo en común: la pasión y la emoción que les genera la Scaloneta. Ese equipo que cada vez que se reúne vive un viaje de egresados, que se demuestra amor y respeto, que da cátedra de humildad, sencillez, compañerismo y constancia, que se anima a ir por más, que no se duerme en los laureles. Que contagia eso a quienes tienen la suerte de contemplarlos, sea en vivo y en directo, desde la pantalla de un televisor o de un celular. Porque, como lo han dejado en claro numerosas veces, «es una selección que juega para la gente«.
También es un grupo que humanizó a sus ídolos y los bajó del póster; muchos de sus miembros crecieron contemplando y admirando a la «vieja guardia» de Nicolás Otamendi, Ángel Di María y Lionel Messi, para ahora no sólo jugar por ellos, sino junto a ellos. Aquel tridente, despedazado por la opinión pública y por el periodismo, se convirtió en ejemplo de perseverancia y de reivindicación a todos aquellos que lo intentaron con todas sus fuerzas, pero que no ganaron.
Y sí, en primer lugar se nos vienen a la cabeza los más recientes: la camada de Brasil 2014, con figuras como Sergio Agüero, Gonzalo Higuaín, Maxi Rodríguez, Javier Mascherano, Chiquito Romero, Pocho Lavezzi. Pero además es inevitable pensar en los que estuvieron antes: Tévez, Palermo, Abbondanzieri, Zanetti, Crespo, Ortega, Riquelme, Verón, Simeone, Gallardo, los Milito, entre otros. Incluso en Lionel Scaloni, Pablo Aimar, Walter Samuel y Roberto Ayala, que recién como cuerpo técnico pudieron abrazar la gloria, aquella que no se les dio cuando vestían la camiseta de la Selección.
La Copa América 2024 dejó como saldo a favor mucho más que otra conquista y «la revancha que le debían al Diez» (en alusión a lo sucedido 30 años atrás, en aquel mismo país). En principio, fue otra demostración de que el fútbol es mucho más que 11 tipos corriendo atrás de una pelota, mucho más que algo que ocurre cada cuatro años.
También (y en relación con lo primero), la importancia de los que están «fuera del reflector»: sumado al ya conocido Daddy D’Andrea (el fisioterapeuta que siempre aparece en fotos acompañando al capitán), cabe recordar que, mientras la prensa estaba expectante por saber cómo se iban a celebrar los 37 de Messi, tanto Scaloni como Nahuel Molina expresaron que el 24 de junio siempre es una fecha festiva, porque también cumplen años Antonia y Diego, los cocineros de AFA.
Ni hablar de Marito Di Stéfano, ese simpático y entrañable utilero que pasó de ver crecer y bailar con los jugadores, a besar al DT tras el triunfo por penales en los cuartos de final y que luego fue alzado por todos, mientras sostenía el gran trofeo. Otra apreciación se merecen quienes no nacieron en Argentina, pero que la eligieron, siendo el caso más emblemático el de Alejandro Garnacho (puesto que formó parte de este plantel campeón), aunque se avecinan otros para el futuro, como Luka Romero o Nicolás Paz.
Esta Copa permitió valorar lo difícil que es llegar a una final, cuando antes el foco estaba puesto más en las derrotas que en el esfuerzo del recorrido (quedará pendiente la reflexión respecto a si esto es debido a que la Selección ya cuenta con una Copa del Mundo y una nueva estrella).
Mostró nuestro capital deportivo en el nivel y recambio de nuestros jugadores, así como en la presencia de los directores técnicos: además del míster Scaloni, se destacaron Néstor Lorenzo con la subcampeona Colombia, Fernando Batista con una Venezuela que fue revelación y Gustavo Alfaro dirigiendo a una Costa Rica que se llevó el mérito de empatarle en fase de grupos a Brasil.
Párrafo aparte merece Marcelo Bielsa, que pisó fuerte no sólo por fortalecer a Uruguay sino por defender al público charrúa y a sus jugadores ante la violencia, con la valentía de exponer los manejos de CONMEBOL y su pésima organización del torneo.
En tiempos difíciles, en los que las bases de nuestra cultura se ponen en duda, se desfinancian y se intentan desmantelar para entregarlas al «mejor» postor, el fútbol sigue siendo un espacio de resistencia, que nos ofrece alegría y un sueño que alcanzar.
En su canción de 2021 llamada «Lo mejor de nuestras vidas», Fito Páez le pedía a la Virgencita que devolviera a Maradona, porque «la ilusión de la pelota nos abriga en altamar«. La Virgen, la suerte o el destino (o aquello en lo que ustedes crean) no nos lo devolvió, pero sí nos dió a la Scaloneta. Por eso hay que seguir apoyándola y disfrutándola, gane o pierda, todo lo que se pueda.
