Por Bruno Bardoneschi (@algodistinto_3)
“Vivimos en un mundo donde el funeral importa más que el muerto, la boda más que el amor, el físico más que el intelecto. Vivimos en la cultura del envase que desprecia el contenido”
Eduardo Galeano
Mientras se leen aberraciones infames disfrazadas de teóricos o analíticos contra los valores sentimentales y emocionales del fútbol, nuestra alma de consumidores se contamina y el sueño eterno de aquello que moviliza el despertar por este juego se pierde por todo el océano.
Hay una tendencia bastante extraña que quien escribe estas líneas no entiende cómo llegó a esta época: se cuestiona más de lo que se aprecia. Se repiten incansablemente una nómina de prejuicios sobre las carencias que puedan llegar a tener ciertos futbolistas en pose de desprestigio, devaluación, demérito, sin sustentos que vayan de la mano con aquellos componentes etimológicos del fútbol. Se elaboran argumentos carentes de materia pero con abundancia de forma.
Se estampa un dominio superficial y sobredimensionado de lo que construyen esas narrativas y con el paso del tiempo, lastimosamente, se van transformando en peligrosos lugares comunes a la hora de querer “pensar” a los futbolistas. Ponen esposas, jaulas y cuadrados de muchos ladrillos para encerrar el fenómeno artístico y enamoradizo que tiene cada talento, limitando su expansión, abaratando su efecto.
Entre tantos genios, James Rodríguez es uno de los máximos exponentes a la hora de luchar contra esta política reinante. Quienes la defienden, poco entienden la gambeta, la práctica de la inventiva, el arte de engañar, el hecho de adueñarse de la pelota por fracciones de tiempo más extensas de lo habitual, el intercambio de pases de todo tipo que lleva consigo el sentido propio de la creación, del riesgo, de la adversidad y todo lo bello que se pretende encontrar en este mundo.
“Es lento” es una de las oraciones que más se repiten sobre los jugadores de la estirpe del colombiano. ¿Qué es ser lento? ¿A que se refieren cuando tildan a los futbolistas de lentos? ¿Por qué ser lento es visto como algo tan malo, dañino, lastimoso, descartable y perjudicial? ¿En qué momento el fenómeno de la lentitud se convirtió en sinónimo de la podredumbre futbolística?
Hay una condena muy fuerte de la apreciación generalizada sobre esta palabra. Un efecto más que impactante acerca de cómo se piensa, analiza y comprende el fútbol, de un modo engañoso con respecto a lo que verdaderamente ocurre por lo que la visión aspira encontrar.
James es lento, pero la pelota les llega a los compañeros en tiempo y forma. Todos los futbolistas se juntan, ordenan y mezclan sus adversarios poco pueden contrarrestar. Ante Brasil y sus mediocampistas todoterreno de miles de kilómetros de Premier League, el genio los engañó a todos. A su ritmo “lento”, la pelota bailó las cumbias del caribe, entrando y saliendo en cada nota y regando el campo de mucho sabor.
James no necesita maniobrar o ejecutar todas las acciones a altísimas velocidades, él es un genio sin igual. A su ritmo propio firma partidos extraordinarios que pocos futbolistas en el mundo pueden emular.
La mente se configura a partir de ese simbolismo de lo lento, se nubla sobre lo que propaga esa palabra y queda encerrada en los distintos malabares que provoca ese pensamiento. En pos de buscar la verdad cuadrada y el envase idealista, como explica Galeano, comenzamos a dibujar conceptos, narrativas y generalidades que bucean en la irreflexión, en la vagancia y en la mediocridad que tiene el pensamiento humano.
La condición de jugador extraordinario que posee James es muchísimo más amplia y dominante que la supuesta lentitud que tanto se quiere instalar. Se reclama “solidaridad”, “compromiso”, «sacrificio” en amaneramiento de munir uno de los más famosos antros de la comunicación sobre los cracks: “con él somos uno menos para defender”.
“Ahora es un espectáculo angustioso con contundencia para defender y sin belleza para atacar, que se vende como espectáculo y no le da”, escribió Dante Panzeri en una oración muy sintomática sobre la realidad del fútbol actual, que desplaza por completo las pretensiones y búsquedas por representar los valores filosóficos del juego.
Se centraliza en todo lo que pueda garantizar el resultado, y es que este se ha convertido en la prioridad máxima de nuestro bienestar. “La práctica de deporte se vuelve absorbente, el arte desaparece y la fantasía deja de encontrar placer en el alegre juego”, continuaba el periodista argentino.
Vivimos de los resultados. El deseo por conseguirlos es tan grande que se multiplica la angustia, el nerviosismo, el temor por arriesgarlo. Los sentimientos nublan la visión y mente del espectador y es ahí donde perdemos total foco de lo que es, hace, provoca, estimula y maravilla James Rodríguez.
La mente se dispone a dudar de estos genios por culpa de los descansos que provocan esas narrativas y pensamientos holgazanes. Se olvidan de que es un fenómeno singular que ayuda más que cualquiera a sus compañeros enhebrando con un calibre celestial la aguja de su inteligencia y talento. Que hace más de 10 años nadie ha tenido más compromiso que él al ponerse la camiseta tricolor, dejando show tras show por todo el continente y haciendo soñar en grande a todo el pueblo colombiano.
En su acusación sobre lo que aparentemente pueda llegar a disminuir al momento de recuperar la pelota tiene una curiosidad interesante: pretende que los jugadores de la parcela ofensiva hagan lo mismo que los de la defensiva pero no ocurre la misma lógica en el sentido opuesto. No se observan exigencias, pretensiones o cuestionamientos sobre “el hombre de menos que somos en ataque” con X jugador.
El espíritu resultadista que contamina el alma de los fanáticos queda al desnudo en todo este palabrerío escorado a las preferencias defensivas, como si fuese lo importante, lo primordial, lo esencial, lo satisfactorio, el contenido con el que queremos llenar nuestra alma angustiosa.
Independientemente de lo que haga o no haga James al momento de defender, que por cierto es más de lo que se piensa, su fútbol va de otra cosa, de ser “uno más en ataque”, de hacer lo que pocos pueden, de separarse por completo de la media, de agarrar la pelota e iluminar el camino, de potenciar a los compañeros, de ser una constante solución al juego cuando recibe la pelota, de rociar el césped de la magia de la que tanto vive y necesita el fútbol como juego.
Firmó una Copa América extraordinaria y fue elegido como mejor jugador del torneo luego de tener un transcurso de 2024 complicado a nivel de clubes. Allí las narrativas volaron por todos los aires, nuestra conciencia se vio perjudicada por esas hipótesis estúpidas provenientes del contexto y la percepción que se solía tener sobre el crack colombiano fue atravesada por las dudas, los deméritos y las expectativas amalgamadas por el bienestar del resultado. ¿En serio se va a seguir disparando todo tipo de cuestionamientos minuciosos hacia estos genios?
Por suerte, en su fútbol quedó exteriorizada toda esta enorme pérdida de espíritu sensible que hay en los consumidores acerca de estos fenómenos. Las personas idealizan constancia, regularidad, participación defensiva, resultado a toda costa y se olvidaron que la superioridad legítima, verdadera y masiva está en todo aquello que lleve consigo los valores de la magia, lo artesanal, lo estimulante, lo espléndido, lo maravilloso.
Las mentes paralizadas que habitan en el fútbol espectáculo de hoy, que reproducen discursos vacíos de lo que pueda suponer una reflexión, que sufren todo este encierro del pensamiento, que perdieron el foco de lo que satisface el alma, que no transmiten un mínimo aprecio sensible por el arte y que, en el resumen más grande que se puede hacer, solo viven para el resultado, son incendiadas por el auge celestial que puede presentar un genio como James Rodríguez.