Por Fabiana Solano (@xfabianasolanox)
La Selección Argentina volvió a quedarse con una final, la cuarta consecutiva en la era Scaloni, y se convirtió en el equipo más ganador en la historia de la Copa América, con 16 torneos. De la mano del Capitán Lionel Messi y el corazón del equipo, Ángel Di María, la albiceleste superó a Colombia por 1 – 0 en el Hard Rock Stadium, de Miami, frente a más de 80 mil espectadores.
De esta manera el Campeón del Mundo continúa escribiendo páginas en los libros de la historia, esta vez por convertirse en la segunda selección en conseguir la “Triple Corona”, es decir dos Copas Américas (2021 y 2024) y un Mundial (2022) al hilo, tal como lo hizo España, entre 2008 y 2012, no casualmente futuro rival en la Finalissima 2025.
Hasta ahí pareciera que el final feliz para este lado hubiera sido el resultado de un desenlace lógico, armonioso, ordenado, hasta predecible. Pero no. Hay cosas que las estadísticas, los datos sueltos y los números no reflejan, y de eso Argentina puede dar cátedra.
La belleza del futbol, lo propio de la contingencia, la magia de lo inesperado, se esconde justamente entre las grietas del relato calculado y algorítmico. Esa evidencia que nos recuerda que, incluso rodeados de cámaras de celulares, luces, y neones, esa magia, la del potrero el día de lluvia, la del Diego iluminado tirando un firulete, la chispa de salir a la cancha pensando que todo puede pasar, todavía existe.
La temperatura inquietante se mantuvo durante varias horas del domingo: desde la previa caliente, y la incertidumbre por el retraso del partido producto de la pésima organización en los ingresos, pasando por el llanto desconsolado de Messi luego de la lesión en el tobillo que lo dejó afuera más de la mitad del partido, y sobre el cierre el derechazo agónico de Lautaro Martínez al final del alargue, hasta la despedida con ovación de Fideo luciendo el brazalete de capitán.
La vivencia, con todos sus condimentos y avatares, puede ser leída como una representación futbolística de la condición propia del argentino y del fútbol que nos conmueve. Fue una verdadera batalla con el resultado abierto hasta el final.
El equipo cafetero, que hace 28 partidos no perdía, se mantuvo como candidato favorito durante toda la Copa y fue un rival durísimo para la Scaloneta. Los dirigidos por Néstor Lorenzo conjugan frescura juvenil, talento, y potencia física, y a pesar de tener en frente a los últimos campeones, no cedieron un centímetro de su juego.
Su capitán James Rodríguez, que se llevó el premio a mejor jugador del torneo, volvió a brillar con su pegada y a encontrar los espacios, y en complicidad con los laterales y Luis Díaz en el ataque pusieron en aprietos a la defensa argentina. No habrá que perder de vista el devenir de este equipo con un gran presente y aún mejores promesas.
Algunas jugadas acertadamente elaboradas de los cafeteros terminaron en peligro, pero la defensa argentina logró amortiguar el posible daño de las pelotas paradas, una de las principales armas de los colombianos.
El Cuti Romero, sin dudas uno de los mejores zagueros centrales del mundo, se jugó la vida en cada cruce, tal como lo hizo Lisandro Martínez quien pasó de medir 1,75 a ser gigantesco. El defensor del Manchester United concluyó el torneo con gran rendimiento, la mezcla perfecta entre clase, timing y potrero. Mientras tanto, por la izquierda se paraba un Nicolás Tagliafico indomable, ingambeteable.
El juego ofensivo constante y las pelotas que llegaron a inquietar al arco argentino, sobre todo en el primer tiempo de la mano de Díaz y Jhon Córdoba, no pudieron con la seguridad del Dibu Martínez, siempre determinante, enemigo número uno de los cafeteros y la valla menos vencida de la Copa.
A diferencia del resto de los choques en los que le costó tomar ritmo, Argentina empezó sólido en cancha desde el minuto cero, resistiendo el vendaval colombiano y con la pelota en los pies, la vista rápida y un Messi encendido. Durante todo el primer tiempo el foco estuvo puesto en controlar la presión alta de Colombia, recuperar la pelota y jugar al toque corto.
No hubo grandes destellos de habilidad, pero el medio campo argentino construyó una pared sostenida por dos obreros incansables, Rodrigo De Paul y Alexis Mac Allister. Mientras tanto Angelito dejándolo todo, en un nivel igual o superior al del mundial, bajaba, subía, fue quien aguantó al equipo y encaraba los cambios de ritmo como último hombre. Su despedida nos dejó a todos con ganas de más.
El partido de Messi merece un párrafo aparte, no tanto por sus aciertos y gambetas, sino porque fue justamente el trajín accidentado del desarrollo de su Copa, el tobillo deformado y la sensación de tragedia inminente tras las lágrimas por su salida inesperada, lo que terminó fortaleciendo a la red de fierro que une a este equipo con la gente, dando sentido a las experiencias del pasado.
Y acá es cuando se resignifica aquella famosa declaración de Lio «Que la gente confíe, no los vamos a dejar tirados», luego de la derrota con Arabia Saudita, y toma dimensión la centralidad del espíritu colectivo. Esta selección Argentina nunca te deja tirado, nunca deja de intentar y parece que nunca se sacia de ganar.
Messi cruzó la línea, en su lugar ingresó Nico González y el equipo se abroqueló como nunca para honrar y defender a su máximo guerrero. El juego jamás se resintió, por el contrario, el dorado de la camiseta se encendió y hasta ganó en fuerza y vitalidad.
Lo que parecía un golpe de nocaut se transformó en un empujón anímico, y el segundo tiempo argentino terminó robusteciendo el temperamento de esta selección. Desde su llegada, sin soltar los cuadernillos de las escuelas de Pekerman, Bielsa y Maradona, Scaloni hizo un trabajo de hormiga para contagiar y construir algo que en estos tiempos no sobra: un equipo que va por lo mismo, que deja los egos de lado y trasciende lo individual.
Una demostración clara fue el acierto con el triple cambio que propuso sobre el inicio del tiempo extra. Quienes entraron fueron, minutos después, los intérpretes del gol de la victoria: quite milimétrico de Leandro Paredes, pase limpio a Gio Lo Celso, y este asistió para una definición de Lautaro Martínez que enterró para siempre la mala suerte con la que llegó a esta Copa América.
La Selección mostró una vez más jerarquía y temple ante las adversidades, un espíritu fundado en el trabajo humano, grupal y emocional. La foto de Messi desconsolado podría haber sido tapa de los diarios con más tirada del mundo como la imagen punzante de un final paradigmático, una apertura en la línea espacio temporal que nos vaticinaba de alguna manera un futuro incierto sin el Capitán. Pero no lo fue, y ese es el quiebre mágico de este presente que despierta las más emotivas ilusiones.
Afortunadamente podemos corrernos de la foto y ver la película entera, algo así como el inicio de una transición, dolorosa, aguda, pero no necesariamente sombría, producto de años de trabajo, de un proceso colectivo sentido y un proyecto deportivo responsable encabezado por el equipo técnico argentino, pero del que también forman parte esencial las familias, los clubes de barrio y las políticas públicas de fomento.
Este artículo cierra nuestra cobertura de #CopaAméricaEnLaPelota. ¡Muchas gracias por tu apoyo!
Me encantó la nota y refleja mis sentimientos hacia esta maravillosa «escaloneta». Nos dieron felicidad en tiempos difíciles!